Nicolás Artusi lanza su botella al mar del futuro con la potencia del pasado
En su quinta publicación literaria, el periodista enfoca los ‘90 desde una óptica original, dando lugar al cine de todos los tiempos, a la sociología de la homosexualidad y a objetos culturales como los CD’s y los VHS.
“Los noventa todavía no estaban tan explorados desde esta época”, esgrime Artusi sobre una de las potencias de su obra. Foto: Gentileza Planeta
“Todo es verdad pero nada es exacto”. Palabras de Georges Simenon incluidas en “Busco similar” (Nicolás Artusi) a modo de epígrafe. Lo que suceda en este terruño de miles de caracteres -otras cosas más en el mundo, sobre todo en el campo periodístico- podrían contarse con esas siete palabras.
Para Artusi, periodista de La Nación con un nutrido currículum (Clarín, MTV) y Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, el libro publicado por Seix Barral es algo más que el cruce de un misterioso Mr. Ripley porteño (Javier) en la vida de un joven con futuro en las comunicaciones (Gastón). Se juegan otras tensiones narrativas: una época relatada con el kilometraje de quien la vivió, una historia reciente de la gaycidad, un instrumento noble para acumular información y romper géneros.
Tiempo pasado
“Mirá, vino una amiguita. No se aguanta sin participar de la conversación”, se excusa Artusi y deja presentada a su gata. Los verdaderos dueños de la casa -suya y mía- acuerdan tácitamente y a distancia oír sin mostrarse durante el trayecto de cuarenta minutos reloj. Nico vuelve a una sensación previa. La mirada de un otro u otra es una buena noticia. En este caso, fue un colega el que vislumbró los circuitos que comunican “Busco similar” con la obra de José Bianco, jefe de redacción de la Revista Sur entre 1938 y 1961. “En la época en la que transcurre la novela, cuando el narrador tiene unos 20 años, yo estaba obsesionado con su novela ‘Las Ratas’. Después me olvidé, porque es un escritor del que no se acuerda nadie”, sostiene.
En otro plano de conciencia, de decisión autoral, aparece un libro clave de Ernesto Meccia: “Los últimos homosexuales”. Nicolás Artusi lo leyó en 2012, eso dice la anotación en la primera página del ejemplar que habita su biblioteca. Dice ser caótico, pero en ese caos hay diásporas de estratificación, cierta lógica ordinal. De la obra, prologada por Dora Barrancos, dice, sacó una idea: los ‘90 fueron la última década gay.
El final del siglo XX, además, no estaba tan contado como los ‘70 y los ‘80. “Hay mucha literatura de los noventa escrita en los noventa. Pero no están tan explorados desde esta época”, justifica el autor del libro. “También tiene el valor de documento periodístico, con toda su insolvencia, porque no hay nada más banal y débil: es contracientífico y contraacadémico”.
La mente trae una canción de Estelares, con el apócope de la década, en la inconfundible voz de Manuel Moretti: “Sigo preguntándome, tarado, hacia dónde ir”. Gastón es joven por esos años. Javier también, pero vive en los ‘50 o ‘60 al mejor estilo Gil (Owen Wilson) en “Medianoche en París”. “Me gustó (la película de Woody Allen) porque, por un lado, es reaccionaria, parte de la idea de que todo el tiempo pasado fue mejor. Pero, por otro, discute esa idea: los problemas de hoy son los problemas que teníamos antes”.
“Me interesa explorar los géneros para romperlos”, señala el autor. Foto: Gentileza Planeta
Fabulosa literatura
Las dos personas bajo un paraguas en la foto de tapa fueron transformadas al negro por un proceso de fotocromía. El libro inicia fundido a negro y se articula narrativamente con el imaginario de producciones previas al cine en color. Javier es un drama queen. Cruzamos posibles referencias, trajes reales para la criatura ficticia: el talentoso señor Ripley, “Saltburn”, Federico Peralta Ramos. “Es un actor a tiempo completo, un artista sin obra. Alguien que, al no tener obra, convierte su vida en su obra”. En un tramo, Javier pasa a ser llamado “La Viuda”. A falta de una, tiene dos muertes. Duplica su duelo. “Yo no tenía la idea tan consciente del negro, pero era lo que me sugería la muerte y el duelo. Javier se presenta usando el paraguas como bastón, como si fuera un caballero antiguo. Me lo imaginaba como una especie de Vincent Price. Alto, desgarbado, dando miedo a pesar de sí mismo”.
Como una cápsula del tiempo, estalla la belleza en una escena testigo: el VHS que Javier le regala a Gastón. Un gesto al pasado (“cuando uno quería congraciarse con alguien, le grababa un cassette”, recuerda Artusi); y paradójicamente, un portal al futuro. De los 2000 en adelante será común el pibe o la piba en su habitación que grabe, edite o componga. Cuando Javier crea el mixtape con fragmentos de dibujitos, películas e ídolos, no (sabía que) tenía las herramientas, pero deja un legado. Un zapping, para ponerlo en términos noventosos. “Es la película de su vida, pero también la de una vida hecha de similitudes con otras personas”, aclara el entrevistado.
Nicolás tenía el deseo de capturar el espíritu de época. Pero no quería “contaminar” todo el libro con referencias de ese tipo. Igual, después es la lupa de la comunidad lectora la que decide qué hacer con los sentidos. “Me escribió un lector por Instagram. Cree haber conocido a Javier porque en los ‘90 tuvo una cita con alguien parecido. Él, como en el libro, le trajo como obsequio a la primera cita un cassette con las canciones de las películas de Disney enganchadas. Y yo dije: ¡Qué fabulosa es la literatura que crea realidad! Porque es imposible que haya conocido a Javier pero, para ese lector, es tan real que cree haberlo conocido”.
Para no olvidar
Aunque nunca es un 100%, es verdad que puede leerse en el personaje de Gastón algo de la construcción del Artusi actual. El sommelier de café pone una cucharada cuando elige de la escenografía imaginaria una cafetera de color amarillo. “Esa cafetera existe, está en la cocina de mi casa. Los imaginé tomando café de filtro, de esos que salen por jarra, llenando las tazas largas hasta el borde, y mirando películas del viejo cine nacional”.
De a poco, se va dejando ver el muchacho que hace sus primeras armas en el periodismo. Nicolás era patadura para el fútbol. El último orejón del tarro de los entrenadores espontáneos en los partidos de la escuela. Hasta que a los 11, empezó a jugar “a la radio” y se convirtió primero en relator y luego en cronista. Por un tiempo lo apodaban “El abuelo” porque leía y escribía diarios.
Tiempo después, tic profesional y escuela se manifiestan en el verbo periodístico por excelencia: chequear. Fechas, publicidades, lugares. Lo que no existe más. Cenas en Edelweiss, tickets de boliche, programas de cine y de teatro. “Sobres que guardo al pedo”. “La historia de la convertibilidad”. “La promesa de otra cosa”. Entonces, le viene una imagen, la primera escena, cuyo trasfondo es la construcción del Solar de la Abadía. “Están los taladros y la amoladora. Era junio del ‘95 o del ‘96”.
Ese collage arraigado en la adolescencia tomó forma de nouvelle con el correr de los años. “Busco similar” era una frase común, una llave, en anuncios publicados en el rubro Servicios personales de Clarín o Segunda Mano. Copista pícaro, compaginador de sentidos, Nico los suma a la jungla del presente, los hace obra. Da lugar al placer culposo y confiesa no tener el rigor del coleccionista y del archivista. “Lo mío es puro caos, anoto para no olvidar”. Una nueva capa melodramática corte película de Zully Moreno que el autor asume. Lo escrito es “una botella al mar del futuro”, dice. “Lo van a entender otros”.
“Busco similar” es la primera novela firmada por Nicolás Artusi, luego de haber coqueteado con otros géneros. Foto: Gentileza Seix Barral
Intrusiones
El primer libro firmado por Nicolás Artusi fue “Café”. Representó el desafío inicial para su escritura de largo aliento. Si la historia es un commodity, si la historia de la noble infusión azabache puede encontrarse en Wikipedia, ¿cómo agregar un valor extra?, se preguntaba. “Mezclando los géneros”, contesta. “Le puse autoficción, memoria personal, crítica cultural, ensayo sociológico. Es un libro de historia, pero de golpe paso de Napoleón a mi abuela”.
Luego vinieron “Cuatro comidas”, “Manual del café” y “Diccionario del café”. “Busco similar”, su primera novela, se fue sazonando con los ingredientes de estas experiencias previas, permitiéndose coquetear en algunos casos con la ortodoxia de ciertos géneros. Igual, todo responde al mismo principio o necesidad: explorar los géneros para romperlos. “Mucha gente se confunde en el cruce de realidad con fantasía. Si es una pieza de ficción, ¿por qué nombras a María Moreno [NdR: su gran maestra], a (Flavio) Rapisardi y (Alejandro) Modarelli? Porque quería darle a la ficción un montón de intrusiones venidas de otro género”.
Entre las injerencias se cuela Ben Molar, ese productor musical al que Miguel Abuelo le respondió de mentira-verdad que tenía una banda llamada Los Abuelos de la Nada. Y, al nombrarla, la fundó, como me dijo alguna vez mi amigo Diego Oddo. Su figura se monta en el mito, que no por mito es menos verdadero, de los obituarios pre-escritos en las redacciones. Así también aparecen Aída y Jorge Luz. “Alguien me decía que esa parte le dio muchísima tristeza. Yo cuento ahí que Aída se cae en una grabación de Canal 9 y se fractura; la cuida su hermano. Un poco fue así, pero me gustaba mucho jugar con esa idea de hacer ficción con personajes que existieron”.
El final abre la puerta a un “plot twist casi policial”, en palabras de Nico. “No quiero hacer nombres, pero hubo muchos artistas mayores que sufrieron en sus últimos años la aparición de ángeles que los depredan. No hay ninguna prueba concluyente en contra de Javier. Podría ser toda paranoia de Gastón”. Nunca queda demostrado que Javier le haya ____ o ____, podía de verdad estar ____ (para evitar el spoiler, ¿vio?). “Todo lo que él da como excusas o explicaciones es verosímil”.
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