Enrique Cruz (h) | (Enviado Especial a San Pablo, Brasil)
Con una estrategia cuidadosamente pensada por el técnico y excelentemente ejecutada por los jugadores, Colón se convirtió en el primer equipo argentino en ganarle a San Pablo en su fortaleza. Línea de cinco, reducción de espacios cerca de su área, sacrificio de todos, pragmatismo y eficacia, fueron las clave de un triunfo que se festejará y recordará por siempre.
Enrique Cruz (h) | (Enviado Especial a San Pablo, Brasil)
Sentado frente a la computadora, busco palabras que expliquen justamente lo que no se puede explicar con palabras. Se podrá hacer un análisis futbolero y, de hecho, lo haré. Se podrá explicar la inteligencia y esa “mentirita piadosa” de Domínguez cuando le pregunté si iba a plantear un partido de laboratorio y se sonrió, pero no dio el brazo a torcer, quizás sabiendo que no podía desnudar ninguna parte de su clara y exitosa estrategia. Eso sí se puede explicar. Pero las emociones, no. Lo de la gente, menos. Cualquier adjetivo que pretenda calificar será, cuánto menos escaso. No hay palabras para entender este fenómeno popular, semejante acto de amor, tan enorme procesión de fe, tamaña pasión por una camiseta. Es el fútbol en estado puro, el del hincha que entrega todo sin pedir nada. O sólo que transpiren la camiseta como lo hizo Colón en esta cancha llena de historia y de grandes derribados y sometidos al poder de un grande.
Colón lo hizo. Quisiera saber si realmente esa multitud que “copó” el Morumbí había recibido alguna señal desde el más allá o de donde fuere para provocar semejante movilización. Pero desbordaron cualquier pronóstico y se llevaron todo, porque el equipo hizo exactamente todo lo que debía hacer adentro de la cancha para ganar el partido.
Fue muy inteligente el planteo. ¿Se podía jugar de igual a igual?, la respuesta es negativa. Pero lo bueno, es que todos se dieron cuenta y lo asumieron. Este Colón de Domínguez me hizo acordar mucho al de Osella. Que el planteo fue defensivo, sí claro. ¿Se podía intentar otra cosa?, era un riesgo. Hacer un partido abierto no era lo aconsejable. Por eso, le pregunté a Domínguez si iba a hacer un partido “de laboratorio”. Y lo hizo. Sorprendió con una línea de cinco defensores con el objetivo de cubrir adecuadamente todo el ancho de la cancha. Regaló la pelota y el terreno, esperó bien parado cerquita del área de Burián y una vez recuperada la pelota, la idea fue cruzar la pelota a las espaldas de los dos laterales (Militao y Reinaldo), con las subidas de Escobar y de Toledo. Se sacrificó Alan Ruiz en una tarea defensiva como, quizás, nunca antes le tocó cumplir en su carrera; y de paso, para estar cerca de los que recuperaban y de allí tomar contacto con la pelota y buscar la salida rápida.
Así fue todo el partido, sabiendo que alguna oportunidad se iba a presentar. Como la que tuvo Godoy en el primer tiempo (participó Fritzler peinando la pelota en el primer palo tras el córner de Alan Ruiz) o la única del segundo que terminó en gol de Fritzler. Eso es pragmatismo futbolero, eso es oportunismo, eso es eficacia. ¿Y qué pasó con San Pablo?, que tuvo la pelota todo el partido y no arrimó el peligro que debía arrimar en base a esa disponibilidad de terreno y balón. Se fue apagando Rojas –de buen primer tiempo-, dejó de participar Nene, quedó Hudson como sinónimo de peligro más el grandote Souza que tuvo una lucha “sin cuartel” con Ortiz, de impecable trabajo en toda la noche, más allá de alguna acción intempestiva (es su característica) que originó algún tiro libre peligroso en la puerta del área.
Fue un partido pensado por el técnico, planificado hasta en su mínimo detalle y aceptado por los jugadores. No hay gran estrategia si no se cuenta con el aval y el compromiso delos que deben desarrollarla en la cancha. Se dio todo. Corrieron todos, lucharon todos y algunos (caso Estigarribia) se animaron a jugar. Y salió todo redondito.
Como aquella noche de los penales de Burtovoy en el Defensores del Chaco, con el profesor Córdoba revoleando la toalla; como la del gol de Saralegui a Independiente en la cancha de Lanús; como la tarde del 5 a 1 al River de los “fantásticos” en el Brigadier López; como la noche del gol de Chupete Marini en Tucumán, este 2 de agosto, definitivamente, se escribió una página gloriosa en la vida de Colón.
Pasará el tiempo y muchos se llevarán con ellos la emoción de haber estado; los más jóvenes podrán algún día contarles a sus hijos y a sus nietos de esta noche en el Morumbí. Le dirán que llenaron la tribuna visitante, que viajaron como pudieron, que resignaron muchas cosas en estos tiempos de “mishiadura” y escasez de todo, que quizás vendieron –o mal vendieron- algo para poder estar, que faltaron al laburo y que lo hicieron todo por amor. Le dirán que esa noche fueron muy felices y que gritaron como nunca antes un gol de Colón cuando la pelota se metía en el ángulo del desesperado y desesperanzado Jean. Le dirán, a sus hijos y a sus nietos, que tuvieron la dicha de haber estado, como aún lo cuentan aquellos que una tarde fria del 10 de mayo de 1964 fueron a verlo a Pelé al Centenario y lloraron de alegría, igual que los de anoche y en esa inmensidad de un estadio que se rindió ante la evidencia de este Colón humilde y generoso a la vez, creador de otra página inolvidable que perdurará por siempre en las retinas vivas de los que estuvieron y en la memoria de aquellos hijos y nietos que honrarán por siempre lo que le contarán de esa noche mágica, misteriosa y gloriosa, por los siglos de los siglos.