"Yo no pienso en una venta, en lo único que pienso es en mi crecimiento personal y en el aporte que puedo hacerle al equipo y a mí mismo, por ejemplo, mejorando en la alimentación y agregando por mi cuenta sesiones de entrenamiento para estar cada día mejor". Así contestó Facundo Garcés el sábado, cuando entre las tempranas oscuridades de una noche que se anticipa en estos tiempos de invierno, se refería a estas consultas que ya han llegado a oídos de los dirigentes (al menos a eso, a sus oídos) y que lo mencionan con alguna posibilidad de emigrar al exterior en un mercado europeo que seguirá abierto por un tiempo más.
No se confunde Garcés, todo lo contrario. Parece que estos rumores lo invitan a esforzarse más, a pensar en que desde aquélla noche lluviosa de Santiago del Estero, a comienzos del año pasado, muchísimas cosas han cambiado en su vida. En realidad, toda su vida ha cambiado. Pasó de ser el capitán de la reserva al que no se lo veía y del que no se advertían claramente sus condiciones, a convertirse en un referente que desafió a su juventud, a su inexperiencia y a la cantidad de zagueros con años de fútbol que había en el equipo, para granjearse absolutamente y sin discusiones la confianza de Eduardo Domínguez, que lo puso por un "accidente" (el desgarro que sufrió Bianchi en el calentamiento de aquél primer partido de la Copa de la Liga que coronó campeón a Colón), para no sacarlo nunca más.
Hoy, el pibe sigue siendo un pibe. Sus 22 años así lo indican. La única diferencia, es que pasó un año y "pico" y ya jugó 71 partidos. Pero sigue siendo el mismo que no se olvida de El Quillá, que siendo ya un jugador titular e importante en Colón no dejaba de ir a ver a sus antiguos compañeros de la infancia y que seguía aceptando -a medida y entre sus posibilidades- las invitaciones de su grupo de amigos.
Cuando Colón le ganó a Independiente la semifinal en San Juan y regresó vía aérea a Santa Fe para empezar a preparar la gran final de cinco días después ante Racing, contó que se quedó charlando con su familia y que antes de irse a dormir, volvió a ver el partido. Es cierto que fue la gran figura aquélla noche (como lo fue el otro día en La Plata) y que le habrá dado profundo placer volver a ver ese partido. Pero fue una práctica que -estoy seguro- repitió en muchas oportunidades. Jugando muy bien como esa noche o no tan bien o directamente mal, como también le tocó.
Mirá tambiénFacundo Garcés: “Mi cabeza sólo está en Colón”Creo que Garcés ha sido un exponente muy válido para los que estaban o llegaron después. Confiar en la gente del club es una política no siempre bien usada ni aprovechada. Generalmente ocurrió en tiempos de necesidades extremas, como cuando se armó aquél equipo de los Castillo, los Conti, los Graciani, los Meli, los Luque, los Mugni o los Alario. A Garcés no lo tenían muy en cuenta, ni siquiera a nivel dirigencial. Había cumplido los 21 años y no se le hacía contrato, con el consiguiente riesgo a que se declare en libertad de acción. Por lo visto, Garcés no estaba dispuesto a dejar pasar un tren que por momentos veía muy lejano. No se hubiese permitido no haber experimentado esa sensación de ponerse la camiseta de Colón. Y ahora, después de lo que vivió, mucho menos todavía.
Si Meza, Pierotti, Ignacio Chicco, ahora el pibito Ojeda y Nardelli, el mismo Farías (por más que tuvo antes su chance de jugar) o los que vienen empujando de más abajo como Troncoso, Laborié o Moreyra, buscan una buena referencia para respaldarse en su crecimiento dentro del club, aparecerá inevitablemente el nombre de Garcés.
El mismo vio en el Flaco Conti un faro al cuál llegar, aprendió cosas del puesto mirando partidos de Sergio Ramos y escuchando las enseñanzas de alguien que jugó en su puesto, como Eduardo Domínguez. Adentro de la cancha, Paolo Goltz fue un gran respaldo. Siempre es necesario, para un chico joven, tener al lado a alguien que lo ordene, le marque cosas y lo respalde. Goltz es un jugador de ese estilo. Y Paolo mismo, con su veteranía y experiencia, se sintió respaldado por la fuerza, las ganas y la juventud del pibe. La ecuación casi perfecta.
Está bueno que en este fútbol tan mercantilizado, con un mercado de pases agigantado hasta la máxima expresión (antes, los jugadores se iban a Europa sólo para jugar en España o Italia pero ahora no hay países que ignoren o desechen a futbolistas de estas latitudes), con una moneda local absolutamente devaluada, con un país que cada día ofrece más obstáculos y noticias negativas, con un dólar por las nubes y con la certeza de que la vida del futbolista es corta, diga a los cuatro vientos que "mi cabeza está en Colón". Garcés lo dice en un mundo en el que "cualquier colectivo lo deja bien", cuando se habla de ir al exterior a ganar dólares y lograr una diferencia económica que, por más que Colón sea uno de los clubes con las planillas más altas del fútbol argentino, en este país es muy difícil de asegurar.