Cuando parecía que había tocado suelo, Colón se dio cuenta que hay un sótano
Si el DT de Colón no fuese el bueno de Chupete Marini, demasiado colonista y capaz de inmolarse por el club de sus amores, la derrota y la actuación con Argentinos sería suficiente para que el técnico se vaya.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Cuando parecía que Colón había tocado suelo en Santiago del Estero, en la última visita a Central Córdoba. Y que esa caida estrepitosa marcaba inevitablemente la salida de Sergio Rondina, Colón mostró de que se puede jugar todavía peor. Sin rebeldía, sin juego, sin fortaleza física y, lo que es peor, sin poderío mental para hacerse fuerte en la adversidad, Colón llevó el luto de afuera, adentro de la cancha. Un equipo derrumbado, sin brújula, lento y desconfiado. Jugó un partido como para que el técnico de turno se vaya. Ocurre que el que está ocupando esa función es un ídolo del club, una persona demasiado bondadosa y muy colonista que no va a abandonar el barco así nomás porque sí. Y además, Chupete Marini es el único que salió a dar la cara en un momento casi límite. Cualquier otro entrenador estaría pensando en irse más que en quedarse. Es cierto que es, por lejos, el menos responsable. Pero también es verdad que por más que lo intente, le está costando demasiado el hecho de hacerse cargo de una situación en la que nadie ayuda.
Colón vivió un lunes negro en todos los aspectos. Y cuesta creer que apenas un año y medio después de haber salido campeón por primera y única vez en 117 años de existencia; y un año después que la masa de asociados de Colón ungió con su voto una vez más y por amplia mayoría a Vignatti, se haya caido en esta situación.
Falta de previsión en lo deportivo, falta de planificación, decisiones equivocadas, un plantel que perdió jerarquía, un presidente que siempre hizo gala de buenos negocios y de armar buenos planteles, pero que esta vez no estuvo fino en las medidas, dilapidó dos técnicos en menos de un año y un interino que aguanta porque es demasiado colonista.
Decía que fue un lunes negro. Y le agregaría también que fue un lunes triste. La gente, el hincha que verdaderamente ama sin condicionamientos ni interés a la institución, recibió un cachetazo que no se merece. La cancha vacía le dio un marco que Colón no se merece. La gente ni siquiera fue una convidada de piedra. Se quedó afuera de una fiesta que debe ser propia y no de esos pocos que llevaron al club a ser noticia por lo que pasa afuera de la cancha y no por los éxitos deportivos. A esos pocos, no les importa tanto que el equipo gane, empate o pierda. ¿Está claro, no?
Hace unos días charlaba con un sicólogo deportivo y le preguntaba qué era lo que necesitaba Colón en este momento. “Un poco de paz, alguien que aporte calma, serenidad”, me contestó. Si algo no hubo en todos estos días, fue esto que se reclama. Y eso se tradujo en 90 minutos de una confusión, un desorden y una impotencia absolutamente preocupante.