Darío Pignata | [email protected]
“El que vende elefantes...gana elefantes”, me decía un amigo en Las Vegas hace algunos años. Jugar siempre fuerte y a ganador...la mejor arma de “El Equipo de José”.
Darío Pignata | [email protected]
Carlitos, un amigo sabalero, me dejó marcado a fuego hace algunos años una frase entre las luces de Las Vegas —la noche previa a Maidana-Mayweather en el MGM— con esto de las ambiciones, los objetivos y los desafíos en la vida: “El que vende elefantes...gana elefantes”. O sea, para ganar en grande hay que apostar fuerte. Hay que intentar salir, de una vez por todas, de esa insoportable levedad que genera la famosa “zona de confort”.
La frase, sin dudas, lo pinta a José Néstor Vignatti en cuerpo, mente y alma, como diría el profe Córdoba en aquéllos tiempos dorados que ahora parecen volver. Con “73” de mano —ésa es la edad de “Fideo”, “Gringo”, “Flaco” o simplemente “José”—, este último desembarco suyo en Colón es el que más respeto me produce. Por como estaba Colón (muy mal) y por como estaba Vignatti desde lo personal, empresarial y familiarmente. Seamos claros: en este último capítulo de amor, lo necesitaba mucho más Colón a Vignatti que Vignatti a Colón. Es así, simple, sin vueltas. En términos de cancha: “Se podría haber hecho tranquilamente el boludo y mirar para otro lado”.
Dicen que tiene guardado en sus oficinas la copia de la resolución donde se decretaba la quiebra y el remate del estadio Brigadier López allá por los ‘90. Eran tiempos del “Fondo Rojinegro”. Ese documento y la postal del Chateau Carreras cuando se perdió por penales con Banfield el ascenso son imágenes que justifican la letra del “Polaco” Goyeneche con su “Naranjo en flor”, cuando canta: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir...”.
Y si se trata de sufrir, ¿qué decir de esa foto del 13 de junio de 2016?, cuando la mayoría de los medios titularon: “José Vignatti se coronó nuevo presidente de Colón pero no pudo asumir por la irrupción de la barra brava con agresiones”.
Ocurrieron tantas cosas en Colón desde esta última vuelta de Vignatti, que en realidad parecen haber pasado diez años y no sólo dos. Cuando contrató a Paolo Montero, el promedio sabalero estaba a cuatro puntos del descenso en los promedios. Hoy, dos años después, está en octavos de final de la Copa Sudamericana 2018 y clasificado para la próxima Copa Sudamericana 2019.
En menos de lo que canta un gallo —como el que lo despertaba en Videla cuando se levantaba en el campo antes de las seis de la mañana—, lo sacó a Colón del Salvataje Deportivo, su primera gran obesión de esta nueva gestión con la vieja fórmula.
El 28 de mayo de este año, el propio Vignatti visitó la redacción de El Litoral y el estudio de Cable y Diario (C&D): “Colón debía 200 millones y ahora debe el diez por ciento”.
Tan vivo para comprar como para vender, cerró dos negocios extraordinarios en los últimos tiempos: primero la rotura del blindaje de Lucas Nicolás Alario, después la venta de Germán Conti.
Claro que, no todo fue camino con pétalos de rosas: lo que más le alarmó hace dos años —cuando volvió a la presidencia— se resumía con un pensamiento en medio del mercado de pases: “Colón perdió el prestigio que habíamos conseguido en los años anteriores de gestión...no quiere venir nadie o te piden cosas imposibles”. Sus delfines históricos —Darrás, Alonso, Fleming— compartieron cada minuto de esta nueva re-fundación en muy poco tiempo.
“No sabemos cómo hace...a las 9 de la noche estaba saliendo en auto de la puerta de la AFA y a las cinco estaba ya viajando para un remate en el norte de la provincia. Tiene más ganas que antes, com si el tiempo no pasara para José”, me dijo hace poco el “Flaco” Darrás, su terrateniente en el manejo del fútbol profesional.
Esa idea apocalíptica de “nadie quiere venir, no es confiable Colón” se reflejaba en la muy poca cantidad de socios para los hinchas que tiene el club, sólo tomando el número de habitantes en la ciudad de Garay.
“Colón es fútbol, muchachos. Si queremos que la gente vuelva masivamente a la cancha, hay que armar buenos equipos y pelear por algo”, dijo en esa primera temporada. ¿Resultado?: entre Paolo Montero y Eduardo Domíguez lo alejaron del descenso, consolidaron el promedio y lo metieron en esta actual Copa Sudamericana.
¿La receta?: jugar fuerte, a ganador, pensando en grande. Por ejemplo, en diciembre del año pasado no le tembló el pulso —luego que sobrevolara el “fantasma Paolo” de nuevo si el DT se iba con contrato firmado— para renovarle a Eduardo Domínguez uno de los mejores contratos que gana un cuerpo técnico en Argentina después de los llamados “clubes grandes”.
Arriesga siempre, muchas veces al límite. Se la jugó con el “Flaco” Conti para no perderlo como a Poblete y lo terminó vendiendo al Benfica de Portugal. Puso millones de pesos para darse el gusto de verlo a “Viruta” Vera como “9” en Colón o repatriar a Alan Ruiz que ganaba cientos de miles de euros en Europa.
¿Por qué juega fuerte Vignatti?: porque sabe que así achica el márgen de error en la cancha y porque desde afuera esa plata grande siempre vuelve a Colón si Colón anda bien. Lo de anoche es la mejor muestra de todas: más de 500.000 dólares de recaudación y otros 300.000 dólares de premios de la Conmebol por eliminar al San Pablo de Brasil.
Siempre se aferra a esos fichajes “bomba” o nombres “estrella”: los números que trascendieron del frustrado pre-contrato de Mauricio Pinilla son elocuentes. Y después, claro está, le pone su impronta, como cuando contrató a Leo Burián en un café de Aeroparque —con Sergio Grecco de testigo— antes que se jugara la última fecha del torneo anterior. Se venía el receso más largo de los últimos tiempos, con el Mundial de Rusia en el medio, pero su idea fija era una sola: “asegurar el arquero”, por aquéllo tan viejo que “los equipos se arman de atrás para adelante”.
Los años, además, lo fueron haciendo políticamente un poco más correcto a José. Con los suyos y con los otros. Ahora, almuerza con los periodistas, antes les cobraba canon para transmitir.
Además de comprar a Guillermo Ortiz en casi 800.000 dólares (se pagó solo con el penal de anoche), anunció la terminación de obra del anillo alto sur para finales de septiembre, la construcción de la nueva sede social en 1.5 millones de dólares y la mejora edilicia del predio en la Autopista (construye lavandería propia, vestuarios para inferiores de AFA y un espacio común para delegaciones visitantes).
En medio de la polémica mediática por la marca de la indumentaria deportiva, respecto de la franquicia mundial, salió con una gambeta “a lo Vignatti” en Colón: camiseta de edición limitada en la Sudamericana y venta exclusiva en el club, con el ciento por ciento del producido para el club. El misil de Fritzler, la pierna de Burián y el derechazo de Ortiz hicieron el resto: hoy “vale oro” esa casaca con Los Palmeras y el continente americano.
Quería volver a la frase de inicio de esta nota: “El que vende elefantes...gana elefantes”. Se la debiera grabar a fuego José Néstor Vignatti, como el “Todo Pasa” del anillo grondoniano. Lo está haciendo grande a Colón porque piensa en grande, porque va por la gloria.
Lo más fácil, con la Argentinidad doblemente al palo en el fútbol criollo, es simplemente decir: “Qué culo —por no poner la otra palabra— que tiene Vignatti, le sale todo bien”. Suena a la típica excusa de los mediocres, al argumento de los incapaces. Pensar que la suerte es más importante que la capacidad de trabajo.
Colón, de los tablones que se caían a pedazos a un estadio modelo en la Argentina. Colón, del Salvataje manejado por una jueza, a las ventas millonarias de Alario y Conti. Colón, de estar a cuatro puntos del descenso hace dos años a estar hoy en los octavos de final de la Copa Sudamericana 2018 después de eliminar al poderoso San Pablo de Brasil y ya clasificado a la Copa Sudamericana 2019.
Ese pasaje de la nada al todo y del fracaso a la gloria en Colón se llama José Néstor Vignatti. Porque el que vende elefantes...gana elefantes. Y porque el que entierra elefantes —como pasó con el San Pablo—, puede soñar todos los días con ser un poco más grande. Es lo mejor que le fue dejando José a Colón en una ciudad futbolera de pobres corazones: GRANDEZA.