Enrique Cruz (h)
Enrique Cruz (h)
Es de esos tipos que nacieron con luz propia. Allá en Simoca, la localidad en la que nació hace 34 años el “Pulga” Rodríguez, lo deben tener como el hijo pródigo. Su historia fue dura. Es uno de los nueve hermanos de una familia por la que tuvo que salir a lucharla bien de chico. Fue albañil y cuenta siempre aquella anécdota de haber jugado con ese par de botines que, cuando su pie creció, le apretaban y le hacía doler. “Así anduve como cinco meses, hasta que por fin me pude comprar un par nuevo”, contó en varias ocasiones, recordando aquellos tiempos de postergaciones y necesidades, valorando el sacrificio que hicieron sus padres para que él pudiese jugar al fútbol.
Su lugar en el mundo fue Atlético Tucumán y llegó a la condición indiscutida de ídolo. Admiró el fútbol de Riquelme y se fijó en Tevez y en Agüero. “Siempre miro a los que me pueden enseñar algo”, acostumbra a decir. Y por eso, no es sólo un definidor, sino que también puede ser un buen abastecedor de juego.
“Lo convoqué porque lo veo con una picardía parecida a la mía”, dijo Diego Maradona cuando lo llamó para integrar la selección, antes del Mundial de Sudáfrica. Fue su momento más importante en el fútbol y parecía que se iba a quedar a jugar para siempre en su “Decano” querido, hasta que apareció José Vignatti con una oferta tentadora.
“Presidente, le pido un gran favor, déjeme salir. Con lo que voy a ganar en Colón, aseguro mi futuro. No me ponga trabas y véndame”, dicen que le dijo a Leito, el hombre que ha encaramado a Atlético Tucumán como nunca antes lo había logrado este popular club de una ciudad tan futbolera como la nuestra.
Se dijeron muchas cosas, como por ejemplo que aquella decisión de enrolarse en las filas del justicialismo para incursionar en la política, había sido el motivo de su salida de Tucumán. La realidad fue otra. El “Pulguita” tenía todo armado en Atlético y ya con 34 años, nada mejor que seguir ahí, en su casa, en su lugar en el mundo.
Sin embargo, aceptó el desafío de llegar a Santa Fe portando una ilusión de progreso que esos 34 años, edad que en muchos casos marca el ocaso de la carrera del jugador, no eran suficientes para cortarle el sueño de conquistar a otra hinchada, a otra gente, a otra ciudad.
“Conque haga la mitad de lo que hizo en Atlético, será suficiente”, pensaron muchos hinchas de Colón, admirados si se quiere con la decisión de Vignatti de comprar el pase de un jugador que, por edad, ni siquiera ameritaba detenerse demasiado para intentar una inversión con esperanza de rédito en el futuro.
Pero al “Pulguita” le bastaron 90 minutos iniciales con otra camiseta distinta a la celeste y blanca de siempre, para conquistar al pueblo sabalero. En la primera ocasión que tuvo, recibió la pelota de espaldas al arco y con un giro se acomodó y definió con un remate cruzado demostrando que tiene la red entre ceja y ceja cuando pisa el área. Después, le metió la pelota a espaldas de Quintana para dejar mano a mano a Heredia en el segundo. Pero no conforme con ello, le picó la pelota al improvisado “arquero” Sandoval (cuando reemplazó a Lanzillotta luego de su expulsión), estrellando la pelota en el travesaño y anteriormente fue el “responsable” de la salida del arquero, cuando lo enfrentó en un mano a mano que lo obligó a detener la pelota —que llevaba destino de gol— con la mano y afuera del área, obligando así a la justa decisión de Espinoza de expulsarlo.
El tiempo dirá si en esta calurosa tardecita de enero, en Santa Fe, nació un nuevo ídolo. Le dieron la “10” y si no jugó para “10”, le pegó en el palo. Mostró su picardía de potrero, su desequilibrio, su inteligencia, su astucia y despertó aplausos como hacía bastante tiempo no se escuchaban de parte de la gente de Colón hacia un jugador debutante. Le hizo honor a esa camiseta con la cuál lo honraron. Y jugó un partido como para que empiece a meterse en el corazón del hincha.