Darío Pignata | [email protected]
Con un dólar a 40 mangos, los colombianos quedaron sorprendidos por el aguante sabalero en Barranquilla. “Nunca caminarás solo, viejo y querido Colón”, dicen sus fieles.
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En la tierra del guajiro Gabriel. Por eso fue “Gabo” o “Gabito” para sus conocidos. Ahí, en el patio de la casa de Gabriel García Márquez, Colón volvió a escribir con sangre un capítulo más de realismo futbolero mágico.Es que esta vez, a diferencia de la complicada Venezuela de Maduro contra el Zamora en Barinas o de la siempre seductora propuesta turística de Brasil en el Morumbí, había que animarse a viajar con un dólar a 40 mangos. Una vez más, ellos lo hicieron.
Y así, en la bella costa colombiana que tiene para todos los gustos, unos eligieron llevar sus camisetas de Colón hasta la histórica y amurallada Cartagena de Indias. Otros eligieron Santa Marta y muchos recordaron ese estribillo de los Wawancó: “Santa Marta... Santa Marta tiene tren... Santa Marta tiene tren pero no tiene tranvía”. ¿Qué loco no?: justo en la tierra de la cumbia, “el Colón de Santa Fe” jugó con una camiseta que tenía la inscripción -a modo de tributo y homenaje- de “Los Palmeras”, continuadores criollos de esa música que nació en la parte más caliente de Colombia. Otro puñado colgó los trapos, todo en rojo y negro, en la Isla Barú.
Unos con stop en Bogotá, otros en Lima, varios en Panamá. La tarjeta de crédito, con cientos de cuotas imaginables: el plástico más estirado que la cara de Moria Casán. No importó. Jugaba Colón. Con un hincha simbólico que narró su odisea, un tal Rodrigo -viajó con su amigo Gonzalo- que explicó lo inexplicable: “Es una de las locuras más grandes, yo esta vez vendí la moto, cuando empezamos a ver precios la puse en venta. También armé rifas. Junto con algunos compañeros tenemos el trapo de Rincón, y tenemos como meta seguir a Colón por todos lados. Cuando se dio la oportunidad ni lo pensé, la vendí, y me llevé insultos de toda mi familia, pero ya saben que soy un enfermo. Mi amigo está enterrado hasta la cabeza, le debe a todo el mundo”.
No estaban todos lo que querían estar: esta vez el bolsillo duele en serio para los argentos. Los de siempre, los de antes, los de ahora, los que vendrán. Estaba “Pancho de Coronda”. Estaba los que tienen nombres y los que no. Estaba José Arcadio Buendía, estaba Úrsula, estaba Prudencio Aguilar. A este grupo de gitanos sabaleros no los guía Melquíades, sino Colón... simplemente Colón.
No es Macondo... es Santa Fe, la ciudad de la cumbia y la cerveza. Por eso Colón sale a la cancha con ese tributo a Los Palmeras. Y como imagina Gabriel García Márquez -¿hace falta agregar que es en “Cien años de soledad”?-, al pueblo sabalero también lo agarró una plaga. ¡Y también los síntomas principales fueron el insomnio y la pérdida total de la memoria!, en esos años de falsa pertenencia, de Barcelona sin Messi y de delirio místico o mesiánico.
No se sabe, a esta altura, qué plaga fue peor en la historia: si la inundación que tapó el Cementerio de los Elefantes o la era Lerche. “Todo pasa”, sentenciaba por esos años “Don Corleone” en su anillo. A la luz de los hechos -a esta altura le pienso ganar la apuesta a RCA-, parece que es así nomás: “todo pasa”.
Ese famoso corazón que tiene razones que la razón no entiende, nunca se explicará con número. No se nubla por el 0-1 con ese gol que Colón se hizo solo en Barranquilla. No importa si eran 400, 500 ó 600 que gritaron todo el partido y fueron locales. Es amor de tribuna, no es matemática. Acá nunca será uno más uno. No hay lógica.
En la tierra costera caliente de Gabriel García Márquez, donde la literatura de América Latina se quebró -hubo un antes y un después- con “Cien años de soledad”, Colón escribió anoche un nuevo capítulo para poder recibir El Premio Nobel al Hincha de Fútbol. Ese que “Gabo” recibió de manos de la Academia Sueca con una frase que hoy es inmortal: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad”.
Colón, en la tierra de “Gabo”, se bañó en la costa colombiana de ese realismo mágico. Otra vez lo hicieron, como en Chile, Paraguay, Uruguay, Venezuela o Brasil. Esta vez, en la Colombia de Gabriel García Márquez, el Colón de Santa Fe -de Argentina- escribió su Premio Nobel: “Ni un segundo de soledad”.