Pasan las horas y se mezclan imágenes, voces, sensaciones e historias que son difíciles de entrelazar y de explicar con palabras. ¡Y eso que uno trabaja de la palabra! Por eso, hoy más que nunca entiendo a aquellos que con pocas palabras o con la frase certera y justa, pueden explicar lo que muchas veces resulta inexplicable.
Me quedo con una imagen. Wilson Morelo, el colombiano que profesa sin barreras su creencia en Dios, marró el primer penal. Se lo atajó el grandote Cleiton. Dicen que al primer penal hay que hacerlo. Que es fundamental empezar así. No es algo lineal, termina siendo relativo como casi todo en el fútbol. “Los zurdos, en los penales, la cruzan”, se dice. Casi siempre es así, pero no siempre. Morelo erró el primer penal y Fabio Santos convirtió. Pero a la serie la ganó Colón.
Vuelvo a la imagen. La de Wilson Morelo. Cuando regresaba de patear el penal malogrado, los jugadores lo reciben todos abrazados. El saluda. Y se corre a un costado. Se arrodilla y ahí queda. Prácticamente en posición “fetal”, a cinco metros de sus compañeros. Si vio o no vio el resto de la definición, no lo sé. Si habrá rezado en esos minutos interminables, eternos, sufrientes para él, tampoco. Pero ahí estaba, al margen de todos. Casi ausente. Expectante. Y con un fuerte sentimiento de culpa que, en ese momento, lo atormentaba.
Seguramente, Wilson Morelo confiaba en el único en el que realmente podía confiar. En Dios. Se habrá encomendado. Y lo habrá encomendado a Burián y a sus compañeros. Ortiz tiró alto y a colocar; Chancalay abajo, suavecito pero bien esquinado para que el largo Cleiton no llegue; el “irresponsable” (dicho en broma, ¡claramente!) de Olivera la “picó” en forma magistral y el “Pulga” llegó mirando al arquero en su carrera de pasos cortitos para colocarla con suavidad y jerarquía, engañando al arquero. ¿Y Burián?... “Cachorro” se tiraba al otro lado, no acertaba. ¡Hasta que acertó! Con el grandote Réver y con Juanito Cazares, el mismo al que habían abucheado los más de 40.000 torcedores del Galo cuando se anunciaba, en la previa, la formación de los equipos por los altoparlantes y carteles lumínicos.
Vuelvo a la imagen. La de Wilson Morelo. Sus compañeros salieron corriendo, enloquecidos, llorando, no sabiendo con quién abrazarse. Burián les abría los brazos porque sabía que el árbitro estaba esperando que revisen si se había adelantado. No se movía de ahí. Los esperaba... ¡Lo metieron adentro del arco en el festejo!... Lo que no pudieron hacer los jugadores de Mineiro con la pelota, lo hicieron los de Colón con él... ¿Y Wilson Morelo?... Ahí estaba. En posición fetal, en la mitad de la cancha, solo. Seguía rezando. Ahora agradeciendo. Dios lo había escuchado. Ya lo había “perdonado”. Y ya le había dado las fuerzas suficientes a sus compañeros para redimirlo. Pero él seguía allí.
Cuando Leo Burián, el gran héroe de la noche una vez más (atajó 11 penales desde que llegó a Colón), pudo “sacarse de encima” el desenfreno, la emoción y la locura generalizada de todos sus compañeros; cuando los 2.000 hinchas sabaleros le ponían sonido a la inmensidad del Mineirao, que había quedado convertido en una verdadera postal ante el silencio de los torcedores del Galo; cuando Lavallén corría sin saber con quién abrazarse, Burián empezó a buscarlo.
Vuelvo a la imagen. ¿Dónde estaba Wilson Morelo?. Allí, sin moverse, seguía en posición fetal, impávido, quizás llorando. Ya ahora no de tristeza, sino de alegría, de emoción. Y ahí fue Burián. Había sido tan esplendorosa la actuación del arquero, que no necesitaba ir a buscar con quién abrazarse, porque todos los buscaban a él. Pero cuando se los pudo sacar de encima a sus compañeros, empezó a buscarlo a él. A Wilson. Que seguía ahí. Tirado en el piso, en la mitad de la cancha. En posición fetal. Se abrazaron los dos. Lloraron. Se emocionaron. Se agradecieron mutuamente. Wilson a Burián, porque con los penales atajados puso al equipo en la gran final. Burián a Wilson, porque sabía muy bien de que lo había encomendado a Dios. Y seguramente Wilson le habrá recordado a Burián por su hermano fallecido, que desde el cielo se convirtió en su ángel guardián. Y lloraron juntos. Un ratito. Unos segundos. Lo suficiente para regalar —y regalarme— una imagen que me permita encontrar las palabras justas para retratar lo que se me hacía imposible: definir con tinta y papel lo que sólo se puede vivir y sentir.
“Porque sos el más Grande de Santa Fe, por eso te lo merecés, porque pasaste momentos muy duros y supiste salir adelante, por eso te deseo todo lo mejor con todo el corazón”. Javier Chevantón, el ex jugador de Colón escribió estas líneas en su cuenta de twitter.
A llenar la cancha con Argentinos
Este lunes, Colón recibirá a Argentinos Juniors desde las 21.10 en el Brigadier López, por la octava fecha de la Superliga y se venderán entradas para no socios.
Las entradas para socios se venderán el lunes de 9 a 21 y para los no socios, en la boletería de Gobernador Freyre, el mismo día desde las 15 y hasta la hora del partido.
Los socios ingresarán en forma gratuita. Las generales para no socios tendrán un costo de 500 pesos; las plateas del sector este se venderán a 600 pesos para socios y 700 pesos para no socios, con entrada incluida; las plateas del sector oeste tendrán un valor de 700 pesos y 900 pesos (con entrada) para socios y no socios, mientras que los palcos valdrán 800 pesos y 1.100 pesos, respectivamente.