Por Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Comodoro Rivadavia)
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Se le hace estresante este final a Unión. Se nota. Se percibe en el rendimiento del equipo, en los movimientos nerviosos adentro de la cancha del técnico (hago la aclaración que es adentro de la cancha, porque afuera Kudelka transmite mucha serenidad), en las dificultades para cerrar los partidos y hasta para aprovechar situaciones muy favorables, como la de jugar con un jugador más durante casi todo un tiempo.
Este Unión, el del cierre de esta temporada, no es el Unión que arrasaba en el inicio de la segunda rueda. Hay ansiedades, apuros, torpezas, ataduras, miedos lógicos a sufrir lo impensado. No es el equipo seguro, afirmado, agresivo a la hora de aprovechar circunstancias y transformarlas en goles y triunfos. El plantel de Unión es el primero en desear que todo esto se termine de una buena vez para poder festejar. Pero se le hizo largo. Demasiado largo. Y ahora lo sufre y ése es el único motivo por el cual un equipo que está descendido le puede “hacer partido” jugando con un hombre menos y hasta poniendo en riesgo, bajo esas circunstancias adversas, la posibilidad de la victoria.
No queda mucho por hacer. Unión tenía que ganar y lo logró. Pero San Martín de San Juan no lo dejó festejar y otra vez a esperar. Cada vez falta menos y el grito de desahogo no sólo parece explotar en los corazones de los hinchas, sino también en el de estos extenuados jugadores y de este laburante llamado Darío Kudelka, hacedor de un plantel que llegó mucho más alto de lo que hasta los más optimistas pensaban.
Unión es lo que se ve. Es un equipo que aprovecha una situación, la convierte en gol (córner olímpico de Soto Torres con la ayuda del viento) y a partir de allí le cuesta seguir demostrando que es más equipo y que por algo llegó adónde llegó y enfrente tiene a otro que ya está en el Argentino A. Por eso, desde los diez minutos, Unión le regaló la pelota y el terreno a la CAI, dejó de atacarlo o lo hizo de a ratos, permitiendo que Asencio y Malcorra complicaran por los laterales, donde Zurbriggen y Maidana tuvieron problemas para clausurarlos.
Mientras el viento sopló a favor de Unión, Limia tuvo dos o tres atajadas vitales para mantener el cero en su arco. Pero no aparecían los volantes, sector en el que hasta por una cuestión numérica debía ser más que el rival. Y entonces la pelota era de Gil, de Malcorra, de Luis Vidal (el de la CAI) o de Asencio, pero no de Montero, Soto Torres, Pablo Pérez o Velázquez, ausentes en el partido o peleados con la pelota.
Quizás no sorprenda demasiado lo que estratégicamente hizo Unión desde el momento en que se puso 1 a 0, pues no fueron pocas las oportunidades en las cuales se replegó y terminó jugando de contragolpe. Pero entre este Unión que tiene un acentuado estrés futbolero y aquél de partidos inteligentes como fue el de Paraná o tantos otros, hay una diferencia enorme. Ayer, el repliegue de Unión fue peligroso, porque ya este equipo no brinda la misma imagen de seguridad que antes.
Por eso, el segundo tiempo planteaba el gran interrogante: ¿cómo iba a hacer Unión para jugarle al rival y al viento?, porque en el complemento, ese viento favorable del primer tiempo se transformó en perjudicial. Y así lo aprovechó Ponce, ya con la CAI jugando con un jugador menos, metiendo un centro-shot que se le coló por encima a Limia y puso el empate parcial que provocaba el retorno de los miedos, los fantasmas y las incertidumbres que están rodeando la actualidad de este equipo. No por incapacidad, menos por falta de atributos, sino porque Unión no ve la hora de que esto se termine de una buena vez. Y sabía que hoy no le quedaba otra que ganar para no complicar más todavía la chance del ascenso, que ya es casi ideal.
Pero fue así. Empató la CAI y Kudelka empezó a pensar de qué manera arriesgaba más sin complicarse, cómo podía meter más gente arriba sin desnudarse en el fondo, donde un pelotazo largo -con el viento como aliado- podía complicar la estructura de una defensa que no brindaba totales garantías.
Demoró casi 20 minutos el técnico en meter mano en el equipo. Y es entendible. Kudelka no quería sacar a ninguno de los defensores porque el viento no permitía actitudes “suicidas”. Esperaba una reacción del equipo con lo que había. Que alguien tomara las banderas del fútbol y las enarbolara sin arriarlas. Porque eso era -es, mejor dicho- lo que le está haciendo falta a este equipo. Recuperar un impulso que parece perderse a partir de la ansiedad porque todo llegue a su fin.
Lo metió a Magnín y enseguida vino el gol de la Chancha Zárate. Ahí se le simplificaron las cosas a Kudelka. Echó mano a Bruna para que se pare al lado de Vidal y ocupe el sector que había dejado libre Pablo Pérez, el jugador “sacrificado” por el técnico para meter a un delantero más. Y después se aguantó hasta el final. Asunto terminado: Unión ganó y cumplió con su dosis. Falta una semana. Siete días o seis, según cuándo se juegue. Hay que aguantar. Es un pasito más.
Unión tiene 104 años de historia. Nunca ganó algo importante en Primera. Sus días de gloria se dieron en el ascenso. Hubo cinco mojones a través del tiempo. Algunos más importantes que otros. El de 1989, por el valor sentimental de ganarle al clásico rival de todos los tiempos, quizás haya sido el inolvidable. Pero todos los ascensos tuvieron un sabor especial. Y estos jugadores, este técnico y sus colaboradores más los dirigentes, saben que están a punto de entrar en la historia. De lograrse, será el sexto día de gloria en 104 años. Y en esto deberán pensar el fin de semana, cuando en sus manos (o en sus pies, para mejor decir) tengan la posibilidad de hacer estallar los corazones tatengues.