Enrique Cruz (h)
Un ascenso como jugador, un gol inolvidable en la final ante el clásico rival, un ascenso como DT y la histórica clasificación para una copa internacional.
Enrique Cruz (h)
Leo Madelón era, en aquella parte final de la década del 80, un muy buen “8” que jugaba en un equipo lleno de problemas, aquél San Lorenzo al que se lo denominó “Los Camboyanos”. Compartía el mediocampo, entre otros, con Siviski, Giunta y Ortega Sánchez. “El 10 era Ortega Sánchez, teníamos que jugar para él”, comentó alguna vez, en tono de broma naturalmente, cuando se refería a aquél equipo. Uno de los últimos recuerdos que tengo, de él con la camiseta de San Lorenzo, fue una batalla de “hacha y tiza” con Newell’s por la Libertadores. Al poco tiempo quedó en libertad y aquella dirigencia de Unión, con Súper Corral a la cabeza, más el acompañamiento de “Cochecha” Lofeudo, el escribano Neme y tres, por entonces, jóvenes dirigentes que se vinculaban al fútbol como Marcelo Martín, Rubén Decoud y Jorge Sabag, motorizaron la llegada de Madelón a Unión.
Aquello fue todo un acontecimiento. Y ahí se terminó de acomodar ese equipo que dirigía el Flaco Zuccarelli. Con un mediocampo que compartía con Carlitos González, Passucci y Rabuñal, primero, más el aporte de Llane después, no sólo lograron el ascenso ganando los clásicos inolvidables de la final (marcando uno de los goles más importantes de la historia del club), sino que después hicieron una muy meritoria campaña en Primera.
Volvió Leo a los pocos años, ya con el equipo otra vez en la B. Estaba en la parte final de su carrera. No era el mismo, ni tampoco había un equipo que pudiera acompañarlo. También era un momento complicado en lo institucional. Fue una vuelta con muy poca gloria, pero había sido tanta la que acumuló antes, que aquello no alcanzó ni siquiera a reducir esa inconfundible estela de talento.
En 2001 regresó al club como entrenador. Era inexperto, recién arrancaba, sólo había tenido una experiencia en El Porvenir. El equipo no jugaba mal, al contrario. Los resultados no fueron buenos. Hizo debutar a Nereo Fernández, uno que todavía lo sigue acompañando. Se fue a fin de año, antes de un clásico que lo termina dirigiendo Griguol.
A fines de 2014, Unión venía de un descenso y se había quedado sin entrenador. La confianza depositada en Facundo Sava lo había llevado a otorgarle el beneficio de la continuidad, luego de una inevitable pérdida de la categoría. Un par de buenas actuaciones y el triunfo en el clásico con el gol de penal de Lizio también ayudaron. No fue buena esa primera parte del retorno al ascenso. Y Sava se fue. Entonces, a Marcelo Martín se le ocurrió volver a buscar a Madelón. “Está más maduro, lo ví bien, con muchas ganas y creo que nos puede dar una mano”, dijo por aquél entonces. Muchos miraron de reojo aquella idea, hasta con cierta desconfianza quizás. No había sido del todo bueno lo de Leo en algunos clubes. San Lorenzo fue una mala experiencia y con Central se fue al descenso. Pero desde el mismo momento en que pisó Santa Fe otra vez, algo mágico se inició.
De a poco, Leo fue cambiando la mala onda que había. Supo que el torneo de los diez ascensos era la gran oportunidad de devolver a Unión a Primera. Armó un gran equipo y fue el mejor de todos. Con esa base, más la permanente atención en los chicos que venían de abajo, caso Mauricio Martínez por nombrar a uno, hizo dos muy buenos torneos en Primera. En el tercero, desgastado y sin una buena relación con el presidente, se fue. El día que se fue, la actuación de Unión fue notable. Le ganó a Sarmiento de Junín por la mínima diferencia, en un partido que debió golear. No hubo caso. Se fue nomás. Y a las pocas semanas firmó para Belgrano de Córdoba, repitiendo aquellas malas experiencias mientras Unión se debatía en la intrascendencia de un primer semestre de 2017 absolutamente olvidable.
Obligado y apremiado por lo deportivo, a Spahn no le quedó otra que ir a buscarlo. Era el único con espalda suficiente, conocedor como nadie del plantel y responsable del buen rendimiento de varios jugadores que habían bajado considerablemente su nivel, caso Gamba, Soldano o los hermanos Pittón, entre otros.
Otra vez arreciaban las dudas. ¿Tendrá el mismo semblante de aquella segunda vez?, ¿será igual de positiva la tercera experiencia en el banco?, eran algunas preguntas que flotaban en el ambiente. Spahn se adjudicó la idea de volver a buscarlo. No importa quién o cómo. Apostar a Madelón como prioridad, era casi una “obligación” para los dirigentes, que venían “cascoteados” por aquellos malos resultados del primer semestre del año pasado. Spahn también tomó dos determinaciones en ese entonces: “descabezar” la subcomisión de fútbol y contratar a un secretario deportivo. Aparecieron otros nombres en el horizonte futbolero dirigencial de Unión, como Cardonet, Contigiani, Romero y Aignasse (la nueva subcomisión) y Martín Zuccarelli, el manager. Pero al margen de ello, el hombre realmente fuerte era el DT. Madelón aceptó la vuelta. Si le costó o no decidirlo, nadie lo sabe. Seguramente puso sobre la mesa un montón de cosas. ¿Perderé prestigio?, ¿será el momento?, habrán sido algunas de las preguntas que Madelón se habrá hecho. Pero volvió.
Se hizo todo bien. Y si algún error se cometió —siempre hay equivocaciones en el fútbol—, no se permite que sea suficientemente importante como para quitarle trascendencia a todo lo que Madelón logró. Rearmó la defensa con tres jugadores de muy buena respuesta como Martínez, Gómez Andrade y Bottinelli, éste último también clave para “hacerse cargo del grupo” junto a Nereo Fernández. Recuperó el rendimiento de los hermanos Pittón y hasta los potenció. Trajo fútbol con Zabala, Aquino y Fragapane. Hizo que Acevedo vuelva a ser ese “5” que ordena, quita y juega. Más el notable aporte de la dupla Gamba-Soldano. Y siguió con su costumbre de incluir pibes del club (Mariano Gómez, Blasi, Lebus, Gallegos, Bracamonte, por mencionar sólo algunos) y, en el caso de Fragapane, lo cambió de posición y lo convirtió en un carrilero de todo el largo de la cancha.
Madelón le dio identidad y estilo a Unión. Ayudado por el notable trabajo físico del profesor Mariano Lisanti, un preparador físico que ha demostrado su gran capacidad, imprimió una dinámica en la que no hubo un solo partido en el que se haya declinado en el ritmo, la entrega, la presión y todo lo que se mostró con creces en este último partido. Y el grupo. Porque se nota que lo tiene bien, que la relación es sana y que todos tiran del mismo carro y hacia adelante.
Madelón es Unión y Unión es Madelón. Cuesta mucho encontrar en el fútbol de hoy una identificación tan profunda, tan significativa y también tan exitosa. Un ascenso como jugador (histórico por donde se lo mire), otro como entrenador y ahora la clasificación también histórica para jugar, por primera vez en 111 años de vida, una copa internacional. ¿Qué más se le puede pedir?.
Parecen hechos —el club y el técnico— a imagen y semejanza. Y es posible también que por su cabeza, a partir de hoy mismo, ya esté flotando la idea de crecimiento, de aspirar a más, de no estancarse, de aprovechar estos cimientos construidos en el año para edificar algo bien sólido, firme, contínuo. Los dirigentes deben acompañarlo, aprovechando el momento para no repetir viejos errores y para construir un futuro deportivo e institucional que no decaiga y que permita explorar experiencias como esta de jugar una copa internacional. Que no todo sea inédito en Unión y que alguna vez se pueda sostener en serio un proyecto ambicioso que lo lleve a solidificarse en Primera —algo que ha costado en los últimos tiempos— y a pelear por otras cosas que no sean sólo la de mantenerse y no volver a descender.