Siempre se filtran comentarios de lo que puede ocurrir en un evento que tiene la premisa de ser único e irrepetible. Se conocen los preparativos, la tensión previa. Pero hasta que llega el momento, el misterio no se devela.
El marco estaba preparado para algo grande, histórico, todos tenían que ser testigos y la convocatoria tatengue (como se daba por descontado) no sólo no falló con 20.000 hinchas que tiñeron las tribunas de rojo y blanco, sino que fue una muestra de generaciones que guardarán en la memoria el festejo de los 100 años.
Todos estaban invitados y todos concurrieron, las barras tradicionales, las incondicionales de la tribuna de damas, los abuelos y la familia. Todos por igual y en un clima eufórico pero tranquilo pudieron disfrutar de las casi cuatro horas de espectáculo y lo que continuó... para los más fieles que se quedaron en la cancha y para aquellos que salieron a festejar las primeras horas del aniversario a los bocinazos por la ciudad.
La ansiedad fue el común de las opiniones tatengues. Un día largo, como el de los clásicos, esperando sólo el momento de ir a la cancha. Así fue la víspera, contando las horas, preparándose para el el agasajo, vistiéndose con los colores del club, sacando a relucir banderas.
La noche llegó rápido, inesperadamente cálida y con el cielo limpio de cualquier amenaza de lluvia que también es sinónimo de pena para muchos habitantes de la ciudad, que en este año del centenario de Unión volvió a inundar los sueños de la gente.
Pero nada pudo aguar el festejo, todo salió tal cual lo previsto, lo organizado, lo proyectado desde hace meses para que no fuera una noche más. Y no lo fue. Fue un gran espectáculo para la ciudad, un despliegue comparado a los que se realizan en las inauguraciones de grandes eventos deportivos internacionales. A ese nivel. Todo sincronizado, historia, emociones, ritmo, colorido.
¡100 años Unión! y una fiesta incomparable que, cuando pase el tiempo y los detalles se vayan desvaneciendo de la memoria, el corazón revivirá la 0 hora del 15 de abril, cuando el grito tatengue estalló sin contención.