(Enviado Especial a Río de Janeiro)
Nada es imposible, sólo hay que intentarlo dejando todo lo que hay para entregar. Unión juega en uno de los estadios con mayor leyenda del mundo. Y mucho han contribuido aquéllos del “paisito” de Munúa, en 1950
(Enviado Especial a Río de Janeiro)
Las leyendas populares están por encima de los hombres. Los superan. Van, como se dice, a caballo del viento. Siempre vivirán. Uno recorre el Museo del Maracaná y se encuentra con una gigantografía imponente de un choque entre Flamengo y Fluminense, el clásico carioca, “Flu” y “Fla” frente a frente. No importa el año. Debe haber sido por los 60, o quizás los 70. Fue antes de la remodelación del Maracaná. Y habla de una asistencia máxima histórica aquél día. Eso es lo que ellos dicen. La realidad es otra. Se remonta al 16 de julio de 1950, cuando hubo 200.000 personas en el Maracaná. Fue el día del Maracanazo. ¿Cuántos brasileños se suicidaron ese día?, las crónicas hablan de 70. No importa el número, tampoco es relevante el hecho si no sirve para dimensionar lo que significó para el pueblo brasileño aquella derrota: una verdadera tragedia.
Las leyendas populares van a caballo del viento, decimos. Roque Máspoli era el arquero de ese equipo. Le pregunté un día a Munúa por él y me habló con la reverencia y el respeto que los uruguayos suelen hablar cuando se refieren a sus compatriotas. Munúa tiene un recuerdo muy especial por Ladislao Mazurkiewicz, otro gran arquero de la historia uruguaya, emparentado con Peñarol y no con Nacional, el club de Munúa. Pero las rivalidades no importan cuando de la “celeste” se trata. Munúa, en sus tiempos de arquero, no pasó desapercibido para la historia futbolera uruguaya. Y ya se sabe que los arqueros, por su condición de ser jugadores muy especiales en un equipo, suelen tejer relaciones amistosas no exenta de complicidades y ayudas mutuas.
Máspoli, en vida, se encargó de echar por tierra algunas historias que se tejieron de aquél día histórico no sólo para el fútbol uruguayo, sino mundial. Por ejemplo, dijo que al día siguiente del Maracanazo salieron de compras por Río de Janeiro y que los brasileños, aún con las heridas abiertas, no dejaban que paguen. Está bien, es posible que haya sido así y no hay por qué no creerle. Pero prefiero quedarme conque algunas de esas historias dramáticas que se contaron de ese día, fueron ciertas. Por ejemplo, el vozarrón del Negro Jefe Obdulio Varela, con la pelota debajo del brazo después del gol de Brasil, diciendo: “¡Vamos, que los de afuera son de palo!”… O Jules Rimet, por entonces presidente de la Fifa, que había preparado el discurso en portugués porque nadie se imaginaba que Brasil podía perder el partido. Y fue así que Rimet se bajó del palco de autoridades con la copa en la mano y con la mente puesta en el capitán de Brasil –al que debía entregársela- pero ya transitando por el túnel dejó de escuchar ese bullicio estremecedor y, cuando asomó su cabeza, ya nadie gritaba y el silencio era sepulcral: Uruguay había convertido el segundo gol a pocos minutos del final, daba vuelta el partido y era el campeón del mundo.
Prefiero también quedarme con un detalle que para muchos pasa desapercibido: Brasil, con el empate, era campeón. La única posibilidad que le quedaba a Uruguay era la victoria. No se trataba de una final convencional, sino el último partido de un mini torneo final en el que Brasil había arrasado a sus rivales, propinándoles goleadas históricas. Hasta que se enfrentó con ese legendario equipo uruguayo.
Ya no entran 200.000 personas en el Maracaná, pasaron casi 72 años de aquella tarde y hoy el estadio tiene otra fisonomía, más moderna y no menos imponente. Lo único que se mantiene de aquella estructura, es el lugar en el que sigue enclavado. No cambia su leyenda, su mística y esa historia que estos uruguayos se encargaron de escribir para todos los tiempos. Eso genera una aureola muy especial, que no cualquier estadio del mundo posee. Wembley –por ser la catedral- y el Maracaná, son, quizás, los que generan esa aureola de cosa inalcanzable, épica y capaz de generar una historia con sabor a leyenda para todos los tiempos.
Gustavo Munúa es el que más sabe de qué se trata lo que su equipo va a jugar este martes en la siempre festiva y alegre Río de Janeiro. “Hagan lío”, dijo el Papa Francisco a pocos días de iniciado su papado, ante una multitud de jóvenes. Es el “lío” que deben soñar e imaginar Munúa y sus jugadores. Golpeados por la realidad futbolística que se desbarrancó en los últimos partidos, casi como una anticipada despedida de la competencia local, el sinsabor de estos resultados recientes podría convertirse en una alegría sin igual, apenas con algunos pocos puntos de comparación con otros hitos de sus 115 años de historia.
Unión en el Maracaná. Un guiño enorme de la historia, quizás para muchos impensado, sorpresivo, atemorizante pero, a la vez, una envidiable posibilidad de elevar la épica a límites pocas veces alcanzados. ¿Traerá Munúa los duendes de aquéllos uruguayos valientes del Maracanazo de 1950?