Roberto Passucci era un tipo duro adentro de la cancha, áspero pero leal. Tuvo su “fama” y muchas veces eso lo terminó traicionando. Igualmente, en Unión siguió siendo el mismo pero el temperamento no le jugó una mala pasada; le jugó a favor en una categoría, la del ascenso, en la que, ya de por sí, se “metía” un poco más. Pero hay una jugada que es inolvidable, quizás una de las más famosas y recordadas del fútbol argentino: la patada a Ruggeri en un clásico River-Boca en el Monumental. Eso tuvo una historia detrás: Ruggeri y Gareca jugaban para Boca y hubo un conflicto generalizado para que queden libres. De allí se fueron a River, originándose una división interna en el plantel del que formaba parte, como referente, Roberto Passucci. Y se reencontraron, con camisetas distintas, en el clásico del 27 de octubre de 1985.
—¿Te molesta que se te pregunte por esa patada?
—No, para nada... Yo sé que fue un mojón... Mi hijo tiene la patada como perfil de foto en su celular (risas)... Ocurrió, tenía que ocurrir y pasa algo insólito: cuando Boca pierde dos o tres partidos seguidos, que gracias a Dios hace mucho que eso no pasa, enseguida me llaman y me dicen que Boca tiene que jugar como jugaba Passucci.
—Vos decís que tenía que ocurrir. Quiere decir que entraste a la cancha con la intención de cruzarlo a Ruggeri...
—Algo tenía que pasar en ese partido... Yo no premedité nada, pero sabía que algo iba a pasar...
—¿Es cierto que el principio de todo fue culpa de Guillermo Cóppola?
—Sí... Fue por culpa de Cóppola, de algunos directivos de ese momento y de algunos periodistas también. Nos llevaron a todos a una huelga para quedar libres. Yo tuve dos ofrecimientos en ese momento: irme a Estudiantes de La Plata o quedarme en Boca, porque Boca me quería y me ofrecía arreglar. No dudé y me quedé en Boca. Y Ruggeri y Gareca se fueron a River porque puso la plata Constancio Vigil, que era el director de El Gráfico, para arreglar todo y parece que la consigna era esa, que ellos pasen a River... ¡Justo a River tienen que irse! dijimos nosotros. Y se armó un lio bárbaro.
—¿Nunca lo hubieses hecho?
—Jamás... ¡Es una traición...! Yo sé que esto es por plata, pero vos no podés irte de un lugar en el que la gente te aplaude, te ovaciona, te ama, para irte a jugar al peor rival de esa gente. Jamás hubiese jugado en River como jamás me hubiese puesto la camiseta de Colón... El hincha pasa a odiarte eternamente.
—El profesionalismo del jugador no es algo que pueda entender fácilmente el hincha, ¿no?
—¡Por supuesto! Por eso digo que uno no puede traicionarlo de esa manera. Andáte a cualquier otro club, pero nunca al peor de los rivales.
—Volvamos a eso de que algo tenía que pasar en ese clásico cuando te enfrentabas a Ruggeri y a Gareca...
—Era el primer partido en el que nos chocábamos después del conflicto. Yo estaba con el nerviosismo y la bronca de saber que tenía que enfrentar a ese traidor. No era mi único objetivo ir a buscarlo en alguna jugada y entrarle como le entré, pero sabía que era una alternativa. Por suerte ocurrió cuando faltaban 15 minutos para terminar y dejé al equipo con 10 por ese tiempito nomás.
—Es distinto, me crucé con él después en cancha de Independiente y hablamos... Es más tranquilo, más pasivo, es distinto a Ruggeri... Gareca es un gran tipo, un muchacho excepcional. Yo estuve en esas reuniones, sabía lo que pensaba y lo dejé al margen de ese quilombo.
—Cuando te preguntaba de Cóppola, hay una famosa nota que vos escribís a El Gráfico con pedido de publicación, cuando pasó aquello, en la que lo nombrás a Mario Alberto, al que le sacaron un dinero en ese momento para que Cóppola viaje a Estados Unidos a buscar un cheque...
—Sí, claro... Me acuerdo de la nota y me acuerdo de Mario Alberto, un gran tipo. ¿Sabías que le decíamos Robot?
—Obvio... Ese fue el apodo que siempre tuvo... Luego jugaste con él en Unión...
—Parecía de acero... Tiene un record absoluto: jugó un partido con el ligamento cruzado roto... Se había hecho una bolsa de arena con la parte de abajo del pantalón y la llevaba a todos lados. Iba hasta al supermercado, con la mujer y con esa bolsa. Hacía cuádricep todo el día. Llegó a hacer 1.200 cuádricep por día. Lo tenía como una roca a ese músculo...
—Claro, porque la rodilla se sostiene gracias al cuádricep. Cuando vos tenés un problema de rodilla, fortalecés el cuadricep y listo. Entonces, él se ponía una cinta aisladora en la rodilla, bien apretada y con eso podía jugar, porque le afirmaba los ligamentos... Un crack, Mario...
—¿Sos consciente de que quedaste como el malo de la película por aquella jugada?
—Se encargaron muchos de hacerlo sentir así y él declaró que yo fui con mala intención... Ya está... Lo que pasó, pasó. Y todos sabíamos que algo podía ocurrir.
—¿Cómo ves el fútbol argentino?
—Mirá, en estos últimos tiempos hay cosas que me ponen bien, como ver a equipos chicos que juegan la Sudamericana. Eso permite que los jugadores se conozcan más, porque te voy a dar un ejemplo: uno ve a Atlético Tucumán que juega un miércoles por la Copa, el domingo por el torneo y al miércoles siguiente por Copa Argentina. Y eso va jerarquizando al jugador de fútbol, le da más protagonismo a los clubes y hay más ingresos económicos.
—¿Ves que se transita un buen camino?
—Estamos en un camino fantástico, para mí.
—Grondona fue un hombre muy vivo, muy inteligente, que supo armar una Afa como él quería. Yo creo que este es el momento de armar un grupo de trabajo, creo que hay ocho o diez dirigentes que son buenos y que pueden aportar cosas para el crecimiento.
—¿Te interesa involucrarte en estas cuestiones organizativas del fútbol argentino?
—No, no... Lo mío es otra cosa. Yo, desde hace muchísimos años, que estoy muy abocado a la formación de los jugadores. Hace poco estuve en Cañada de Gómez y ví dos chicos que posiblemente traiga para Boca cuando esto de la pandemia se solucione. Eso es lo mío, captar jugadores, formarlos, inculcarles cosas y que lleguen y triunfen. En Boca me han dado un lugar y eso lo valoro muchísimo. Yo jugué 8 años en el club y creo haber sido un referente, sobre todo por mi estilo de juego.