El día que Santa Fe quedó vacía y se creyó
que el "fin del mundo" llegaba por un virus
Fue el inicio del "quedate en casa". Sólo el personal esencial debía trabajar. En retrospectiva, fotogramas de una ciudad vacía, temerosa y oscura en el inicio de una pandemia sin precedentes en la historia universal.
Postal aérea en el inicio de la ASPO. El sector es Bv. Zavalla y J. J Paso. Nadie en la calle, todo en mundo encerrado. Crédito: Fernando Nicola
"Mediante el Decreto 297/2020, el Gobierno nacional estableció la medida de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) desde el 20 de marzo (...) como consecuencia de la pandemia por el virus SARS-CoV-2, nuevo coronavirus", decía la sombría letra de un acto administrativo que quedará en la historia del país. Todos guardados, nadie afuera, sólo los "esenciales", como el personal de salud, fuerzas de seguridad. También las farmacias, los locales de venta de comida en determinados horarios, quedaban exceptuados.
Pasaron tres años de aquella jornada, donde empezó a regir el ASPO. En términos históricos, tres años (o 1.095 días) no son nada. Pero pasó tanto, tantísimo tanto en tan breve hendija de la historia de la ciudad de Santa Fe, que vale la pena (sí, la pena, por los muertos que dejó la pandemia) de hacer una retrospectiva de lo vivido, desde las "filminas" del presidente de la Nación Alberto Fernández, el inicio de la vacunación, a fines de diciembre de 2020 y principios de 2021, en Santa Fe, y la post pandemia.
La ciudadanía debía aprender a convivir con el miedo al contagio de un virus nacido en una remota localidad china, Wuhan, y que era mortal. En los supermercados, las góndolas donde estaban los productos de limpieza y el alcohol etílico duraban poco tiempo llenas. “Tuve que atender pacientes que se lavaban las manos con lavandina pura, que desinfectaban sus hogares varias veces al día. Fue una locura”, confío una vez a El Litoral una psicóloga de la ciudad.
Se comprobó luego que comprar compulsivamente todo aquello (y desinfectar todo, todos los días) era bastante innecesario: lo único que podía evitar un eventual contagio era el barbijo (de buena filtración), el distanciamiento social y la ventilación de los espacios cerrados. No obstante, el lavado de manos seguía siendo un buen aliado. Las comunicaciones que llegaban desde Salud nacional (incluso de la OMS) no terminaban siendo del todo claras; o bien, llegaban tarde.
De los aplausos al hastío
Las reacciones sociales fueron variando con el pasar de los primeros días del ASPO. Al principio todo era incertidumbre; algunos vaticinaban el “fin de los tiempos”, otros aseguraban que la única vía de escape era irse a vivir a las afueras de las grandes ciudades, y poblar los campos. Las gentes se asomaban de noche a sus puertas y balcones para aplaudir a los médicos, que estaban dando una dura batalla en las unidades de terapia intensiva. Hubo observancia al aislamiento.
Pero los meses pasaron, y ese inicial apoyo público se convirtió en hartazgo, en crítica deliberada a las medidas sanitarias, en pulsiones violentas que llevaban a no respetar las normas. Incluso en reacciones peligrosamente negacionistas, con grupos que hacían quemas de barbijos en las grandes capitales, y otros que auguraban teorías conspirativas, como que el virus había sido diseñado por los grandes amos del poder mundial para favorecer a las grandes corporaciones farmacéuticas.
La tristemente célebre primera ola de contagios, en 2020, abarrotó las terapias. Los médicos y médicas hablaban de la desesperación que se vivía en los sanatorios; decían que no les alcanzaban las horas de trabajo, que ni siquiera podían dormir. Se montó un hospital militar de campaña frente al Hospital Cullen, para descomprimir el cuello de botella de las personas infectadas que ingresaban.
Aspo a Dispo
En noviembre de aquel primer año pandémico, otro decreto de Nación dictaminó que el pasaba del ASPO al DISPO (Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio). De a poco los comercios volvían a abril (muchos cerraron, o se reconvirtieron) y la gente podía salir a la calle con un poco más, en horarios definidos y en distancias cortas (ir a tomar un café era un acto de libertad), pero distanciándose de otras personas.
Las vacunas contra el Covid-19 llegaron a la ciudad de Santa Fe a fines de diciembre. El lugar: hospital Cullen. Se organizó un gran operativo sanitario para la recepción de los contenedores en frío, y luego se fue haciendo la distribución a los centros de salud de toda la bota provincial.
De Gamma a Ómicron
Se comenzó la inoculación con el personal de salud (el más expuesto). Los adultos mayores, dentro de la población no esencial, seguían en el listado. Se montaron los vacunatorios en La Redonda, el Cemafe, la Esquina Encendida. La gente sufría esa ansiedad de esperar que le llegara su turno para ser vacunada. Pero en medio de ese operativo de vacunación contrarreloj, en 2021 apareció la segunda ola de contagios, de la mano de una variante del virus (Gamma, detectada en Manaos, Brasil).
La tasa de mortalidad por coronavirus comenzó a dispararse, y las alertas se encendieron. Otra vez, en las Unidades de Terapia Intensiva cundía la desesperación. No alcanzaban las camas ni el oxígeno: Gamma -sumada a Delta-, dejó un tendal de muerte, llanto y horror; el plan de vacunación no había generado un umbral de inmunidad artificial suficiente como para darle batalla a esta variante tan virulenta y agresiva. Nunca como antes aquellas navidades y los años nuevos fueron tan tristes.
La tercera ola de contagios fue con la variante Ómicron, a fines de 2021 y principios de 2022, de la cual se decía que era mucho más contagiosa. De hecho lo era, más aún con todas las actividades humanas liberalizadas, incluso las clases y los espectáculos deportivos. Pero la vacunación masiva estaba consolidada en la provincia (es decir, había altos porcentajes de inmunidad artificial y natural), y este linaje del virus original no resintió fuertemente el sistema sanitario.
Hoy, el país y la provincia transitan la post pandemia. Los porcentajes de refuerzos aplicados (son tres en total, pues se estima que la vacuna da protección sólo de cuatro a seis meses). En el medio, queda el recuerdo de los seres queridos que murieron a causa del virus, de la lucha a destajo de todo el personal de salud en los momentos más críticos, del esfuerzo de la gente común y corriente por poder trabajar y subsistir.
Pero no dejan de resonar varias preguntas. La pandemia, ¿nos hizo mejores o peores personas? ¿Aprendimos de la “enseñanza”, por más trágica que sea, que legó el coronavirus? Seguramente, las respuestas estarán en los libros de historia y sociología que se escriban en las próximas décadas.
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