El año en que se prohibieron los barriletes y a los perros, si no estaban atados, se los mataba
Fue durante la Santa Fe de 1895. Una ciudad que ya no existe, pero que puede entreverse -y descubrirse- por la mirilla de las normas históricas.
Hace exactamente 128 años, remontar barriletes estaba prohibido en la ciudad. Hoy sería impensable un domingo en el Parque Federal sin las cometas flotando en el aire. Archivo El Litoral
¿Puede usted imaginarse una ciudad sin barriletes? ¿Sin niños felices en los parques, remontando esos “pájaros” sin alas, forzando el hilo tensado por la fuerza del viento? ¿Sin el “barrilete cósmico” de Diego Maradona, y la gesta de uno de los principales mitos populares de la argentinidad futbolera?
Y aún más, ¿acaso podría pensarse en un cielo celeste sin cometas, quizás un símbolo de la libertad? “A los hombres fuertes les pasa lo que a los barriletes; se elevan cuando es mayor el viento que se opone a su ascenso”, escribió José Ingenieros. Pues aquella ciudad existió, y fue Santa Fe, en 1895.
Claro que aquella ciudad ya no existe más. En esa lejana Santa Fe de la Vera Cruz, había carretas tiradas con caballos o mulas, tramways (tranvías), farolas que se encendían por las noches, calles de tierra y adoquinadas. Nada autos largos, con conductores mirando su celular al volante; nada de locura de cemento; nada de esos oscuros cableríos enredados a lo alto de los postes, que no dejan ver el cielo ni los bellos balcones antiguos.
No deja de ser un ejercicio interesante tratar de reconstruir aquella Santa Fe, a través de los digestos históricos que el municipio puso a disposición on line para su consulta. ¿Cómo se vivía hace casi 130 años? Cuáles eran las reglas, las normas que organizaban la sociedad? ¿Y cuáles las sanciones ante las contravenciones?
La ciudad ya estaba estructurada y reglamentada en sus estamentos: había un Poder Ejecutivo Municipal, un Concejo Deliberante, un reglamento electoral, una Lotería Nacional de Beneficencia, incluso una Policía Municipal. Se cobraban impuestos y rentas por cada actividad productiva. El tranvía estaba concesionado; existía un matadero público y los pobres tenían un registro.
“Yo quise ser un barrilete”
En la Sección Séptima, Título 1 “Tráfico Público”, aparecen algunas prohibiciones. Y aquí salta un detalle costumbrista cuanto menos llamativo: Estaba absolutamente prohibido el juego de barriletes, tanto en las calles de la ciudad como en el interior de las propiedades, es decir, los patios.
Sólo se permitía remontar barriletes en los parajes alejados denominados "campitos", bajo del Hospital y en la costa del río Salado, es decir, en espacios distantes del ejido urbano. "Los contraventores a esta disposición serán penados con dos pesos nacionales de multa; y si son menores de edad, la multa se hará efectiva a sus padres o tutores", sancionaban las normas de aquel entonces.
En “La ciudad y los perros”, Mario Vargas Llosa cuenta la historia de los cadetes del secundario de un Colegio Militar. A éstos se les decía despectivamente “perros”; la formación escolar estaba impartida bajo severas instrucciones, incluso humillantes. Los alumnos no eran personas, sino “animales”. Algún parangón puede trazarse entre esta obra literaria y lo que pasaba con las mascotas de compañía en 1895, en Santa Fe.
Perro atado, de lo contrario… En 1895 los canes debían estar atados, sobre todo los de razas potencialmente peligrosas. Si no, el municipio los mataba. Flavio Raina
En otro apartado del digesto (Sección Octava, “Disposiciones Varias”), se dictaminaba así, sin piedad: los perros debían tener collar y patente oficial del municipio, y estar siempre atados. Asimismo, todo aquel animal “bravo” deberá tenerse en seguridad en el interior de cada casa. “El que incomodara o dañara a los transeúntes, se mandará a matar (por envenenamiento) por la Municipalidad, y sus dueños serán responsables del daño ocasionado y de pagar una multa de cuatro pesos nacionales”.
“El mendigo”
En aquel entonces, también estaba regulada la mendicidad. Dice otro artículo: respecto de los mendigos, “la Municipalidad llevará un registro de individuos de ambos sexos que, por sus miserias y achaques, no puedan ganarse la vida sino asistidos de la caridad pública. Se les dará una tarjeta con un sello que los autorice a mendigar”.
Con todo, una persona totalmente pobre debía solicitar autorización para pedir una ayuda económica, con la única y desesperante intención de poder llevarse un pedazo de pan al estómago.
El cuadro “El Mendigo”, del gran pintor argentino Pío Collivadino (donde se muestra a un hombre de edad mayor con la palma de la mano abierta, esperando recibir algo de caridad social, acompañado sólo por una rata), es acaso la expresión gráfica justa para simbolizar al mendigo santafesino de hace más de un siglo.
Burdeles
Las actividades erótico-sexuales de las “Casas de Tolerancia”, decoroso eufemismo para llamar a los prostíbulos, estaban estrictamente reguladas. No podían tener abiertas ni sus ventanas ni sus puertas durante el día, para no ofender la moral pública. Y no se admitían personas que padecieran enfermedades contagiosas.
Pero cómo funcionaban los burdeles hace casi 130 años será motivo de otra crónica del digesto histórico.
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