¿Cuál es el parámetro de normalidad? Es una respuesta con infinitas respuestas. Uno la construye desde su perspectiva social y el ámbito donde se crió; la educación que recibió; su entorno laboral; la familia y los amigos. Sin embargo, la pandemia del Covid-19 irrumpió en la vida cotidiana de cada uno y, se quiera o no, las personas —en su conjunto— deben aprender a vivir bajo nuevas normas sociales, y tal vez a futuro se establezcan nuevos derechos consuetudinarios —usos y costumbres— para convivir en sociedad. En esta encrucijada hay escenarios disímiles, por lo que será cuestión de esperar para conocer de qué formas encajan en la vida de las personas.
“La cuarentena obligatoria nos enseñó que muchas de las formas de hacer, sentir y pensar que vivíamos como ‘naturales’, resultan que no lo eran tanto”, explicó la socióloga Virginia Trevignani, en diálogo con El Litoral. Su rol como docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, le permitió hacer un pequeño estudio sociológico con sus alumnos: “Como un modo de ‘calentar’ las pantallas de la educación virtual, junto con los equipos de cátedra de las distintas materias en las que participo como docente, pedimos a nuestros estudiantes universitarios que dieran ejemplos de aspectos de su vida que se modificaron con la cuarentena obligatoria. Si bien estos testimonios no representan la heterogeneidad de grupos sociales, por tratarse de personas en diferentes etapas de los estudios universitarios (unos que recién inician y otros de edades avanzadas, la mayoría con familia e inserción laboral), constituyen un muestrario relativamente variado”, comentó.
Respecto a las respuestas dadas por los estudiantes, Trevignani comprendió que “se estructuraron bajo la forma del ‘antes y ahora’, contrastando situaciones de la vida social que se han visto trastocadas. En las referencias a la vida social ‘anterior’ a las medidas de mitigación, sobresalen las menciones a la rutina; el trabajo y los horarios; el ‘no tener tiempo’ y el contacto físico. En las alusiones a la vida ‘en cuarentena’, se reiteran las menciones al ‘tiempo’ (‘me sobra el tiempo’, ‘no sé qué hacer con tanto tiempo’, etcétera); aprender nuevas cosas (a usar la tecnología, por ejemplo), y la soledad (‘pensar en mí’ y ‘disfrutar’)”.
En este reducido campo de estudio, la socióloga observó que “la desestructuración de una vida cotidiana ordenada en torno a una rutina (trabajo, estudio, familia), los roles fijos y ritmos veloces es el común denominador en estos testimonios. Sin embargo, varía la valoración de la experiencia del encierro. Para algunos, el balance es positivo porque descubrieron ‘habilidades que no sabían que tenían’ y ‘una imaginación que pensaron que habían perdido’. Para otros, la reorganización de una nueva rutina se torna un desafío casi imposible cuando se está ‘en soledad y sin la ayuda de otros’”.
La “nueva normalidad”,en perspectiva
—¿Cómo analizaría el concepto de “nueva normalidad” desde el campo de la sociología?
—La frase junta dos palabras de difícil abordaje sociológico: nueva y normalidad. Para que lo nuevo acontezca, tiene que haber un punto de partida que produzca algún tipo de ruptura o quiebre con lo anterior. El término “normal” es más complejo aún, porque remite en el sentido común a lo “deseable” o, peor aún, a lo “correcto”. Para comprender el uso de ambas palabras, la comparación resulta obligatoria: conocer las variaciones que introdujo la experiencia social del aislamiento requiere identificar lo que se mantiene.
Quizás atendiendo a esta desestructuración de la vida cotidiana es que la OMS (Organización Mundial de la Salud) propone el concepto de “nueva normalidad” para comunicar los pasos a seguir en la etapa de relajamiento de las medidas de mitigación del contagio del coronavirus.
Desafíos para el futuro inmediato
La socióloga enumeró una serie de aspectos que han sido señalados como emergentes, y los desafíos que abren para un futuro inmediato:
-El efecto igualador del virus no debe opacar que la distribución de los riesgos no está siendo democrática. Esta desigualdad no sólo se observa según la edad y las comorbilidades (las llamadas poblaciones de riesgo). En los países pobres tanto como en los ricos, las evidencias muestran que en los barrios donde habitan los grupos con mayores carencias es donde el virus se ensaña.
La cuarentena dejó al desnudo desigualdades persistentes a la hora de enfrentar los múltiples frentes abiertos de las crisis —distanciamiento social, aislamiento, reparto de tareas domésticas y de cuidado, desempleo, transporte, acceso a alimentos y salud—. Por eso no es posible delinear un único escenario que nos espera en la post pandemia, dado que las situaciones o condiciones con las que entramos a la crisis varían según los grupos sociales.
-Aunque la respuesta a la emergencia mostró un protagonismo renovado del Estado en su función de regulación e intervención (la función de policía), ahora hay que complementarla con la de reorganizar las relaciones sociales, enseñándonos a convivir con el virus.
-El debilitamiento del contacto físico y el uso de plataformas de comunicación sin contacto durante la cuarentena ha sido experimentado por muchos de nosotros como algo novedoso. El teletrabajo emerge como una situación laboral nueva para algunos grupos. Los especialistas especulan que es una tendencia “que vino para quedarse”, y que esto afecta tanto las condiciones de trabajo como la capacidad de movilización de los trabajadores. Sin embargo, quedan fuera de este diagnóstico las actividades que no son “portables” ni “virtualizables”, que requieren del cuerpo y la presencia física (aún para las que son susceptibles de teletrabajo, es importante reflexionar sobre la importancia del cuerpo y el contacto, por ejemplo, en la educación, las artes, especialmente el teatro).
-La pandemia nos enseñó que somos parte de sistemas de interdependencia (nuestras vidas están entrelazadas con las de otros: conocidos y desconocidos, humanos y no humanos). Sin embargo, no necesariamente esta certeza venga acompañada de una mayor sensibilización hacia el sufrimiento ajeno.