La mirada de tres por entonces niños que crecieron durante la catástrofe y comparten sus vivencias, a 20 años de la tragedia. Sus testimonios permiten comprender cómo fue la infancia y cómo se percibieron, desde la inocencia de sus relatos. "No tengo mucho recuerdo porque era chica pero sí tengo la imagen de estar arriba de la cama y ver cosas flotando", dice Guillermina, que tenía 2 años.
Optimismo. Pese a todo, el gesto con los pulgares para arriba, desde la inocencia de un niño.
En abril de 2003 Agustín Mattei estaba por cumplir 5 años y vivía en Juan Díaz de Solís, a media cuadra del Hospital de Niños. "Esa zona tuvo como dos metros de agua, nos inundamos hasta la maceta. No me acuerdo mucho, pero si tengo imágenes nítidas en la cabeza, como si hubiera sido ayer", recuerda.
Otra imagen que ronda la cabeza de Agustín es la de haber ido de la mano de su tía, Cristina, hasta el Hospital de Niños. Allí pudo ver lonas cubriendo la calle y bolsas de arena rodeando el perímetro del recinto para que el agua no entrara. "Todavía tengo la sensación de que nadie sabía muy bien qué era lo que podía llegar a pasar".
Aquel día Agustín y su tía fueron caminando hacia el oeste para ver si había agua detrás de las vías, por calle Mendoza. "Me acuerdo cuando fuimos caminando hacia ese lado de la ciudad, bien para el oeste, que vimos a gente del Gobierno trabajando. Mi mamá les preguntó qué se tenía que esperar y le contestaron que 'iba a entrar un poco de agua, alrededor de 50 centímetros, no va a pasar nada'. Y bueno, de ahí nos volvimos para casa. Lo más loco es que fuimos caminando en esa dirección para ver si se veía el agua, ya que supuestamente entraba por el oeste. Pero al final, terminó entrando por el suroeste, en la zona de Centenario".
Hogar. Las marcas del agua, en la casa de Agustín.
Recuerdos del primer día
El agua vino rápidamente. Agustín fue llevado a la casa de su abuela y estaba desesperado porque no había agarrado su juguete de Spiderman. Dentro de su casa había quedado solamente su madre y su hermano mayor, que con el transcurso de los días, mientras el agua del Salado se llevaba todo a su paso, tuvieron que ser rescatados de su hogar por el Ejército, cuando las bolsas de arena y la cinta en las aberturas no fueron suficientes para detener el filtrado de agua que les llegaba a la cintura. El hermano de Agustín se llevó a su iguana en el hombro y su madre, al perro, aferrándose a lo que podían salvar. "Le hicieron una entrevista a mi hermano cuando estaba saliendo con su iguana, lo presentaron como ´el chico que salva la fauna´. Él les contestó que no era así, que era su mascota", recuerda entre risas.
Julían Salaberry también vivía a 50 metros del Hospital de Niños, sobre la calle Juan Díaz de Solís, y era de la misma edad que Agustín (5 años). "El primer día, el 29 de abril, tengo la imagen de cómo mis padres estaban desesperados tratando de encontrar bolsas de arena y organizándose para tapar todas las puertas. Estaban poniendo todas las cosas en lo alto: encima de una mesa, arriba de un asador", explica.
Mendoza y Lamadrid. La esquina del hospital de Niños, frente a la casa de los Mattei. Crédito: Alejandro Villar (Archivo)
"Yo era bastante indio, así que andaba por la calle y veía la cuadra llena de gente moviéndose de un lado a otro. Me di cuenta cómo a lo lejos ya se estaba estancando el agua, a tres o cuatro cuadras. Lo último que recuerdo de ese día fue que me subí al auto con mis dos hermanos, que eran adolescentes, y mis vecinas. Éramos cinco en el auto, y con el abuelo de mi vecina, que era remisero, seis. Él nos llevó a la casa de mi abuela. En todo ese recorrido, tengo imágenes y recuerdos de lo mismo que en mi cuadra: toda la gente cercana del barrio corriendo desbandada buscando bolsas de arena, tratando de subir y guardar todo", comenta Julián.
Guillermina Fleitas apenas tenía dos años cuando el agua comenzó a entrar de manera descontrolada en la casa de su abuela. A pesar de su corta edad, recuerda vívidamente cómo el agua llegaba hasta la mitad de las patas de la cama. "No tengo mucho recuerdo porque era chica pero sí tengo la imagen de estar arriba de la cama y ver cosas flotando".
En el corazón de la inundación
En los días posteriores a ese 29 de abril, Agustín escuchaba que muchas personas llamaban a su madre para saber cómo se encontraba y no entendía por qué nadie le preguntaba a él. Sentía la necesidad de hablar por teléfono con alguien y que le preguntaran algo, lo que sea. Comenzó a sentir desesperación, quería volver a su casa y no paraba de preguntarle a sus padres por qué no lo dejaban ayudar. "Me cuestionaba por qué no podían instalar un caño para que el agua pudiera ir de vuelta al río", recuerda.
Todos los días a la misma hora, Agustín iba con su familia hasta la calle Salta para ver cómo estaba el agua. Todas las personas hacían lo mismo. Iban con esperanzas de que estuviera bajando el agua para saber qué había quedado de sus casas, de sus recuerdos. Un día había hasta cinco cuadras inundadas hasta su hogar, y lentamente el agua iba bajando.
Tratando de defender el hospital Alassia, un imposible. Crédito: Alejandro Villar (Archivo).
Uno de esos tantos días que fue a ver el agua, se encontró con Soledad Pastorutti. La cantante había llegado en una combi y se puso a entonar una canción para las personas que se encontraban allí, con la intención de regalarles una sonrisa en medio de tanto temor. Agustín recuerda hoy la felicidad que le dio ese momento: "Me acuerdo que eso fue re lindo y estaban todos contentos. A mi familia, especialmente a mi hermano, le encantaba, así que eso fue hermoso. Lo tengo re nítido", recuerda con emoción.
Al consultarle a Julián sobre sus memorias desde el epicentro de la inundación, dice: "Honestamente no tengo muchos recuerdos, supongo que debido a mi inocencia cuando tenía solo cuatro años. Recuerdo que estuvimos mucho en la casa de mi abuela y pasé mucho tiempo con mis hermanos. A mis papás no los vi mucho, por el hecho de que ellos iban casi todos los días a mi casa, recuerdo que lo único que extrañaba de mi casa era mi bicicleta, y un día, me llegó. Yo tenía una bici chiquita que era verde, y estuve varios días sin ella. Recuerdo haber pensado: al fin recuperé algo".
El padre de Julián entraba por la ventana nadando a su casa para ver si estaba flotando alguna de sus pertenencias. "Hoy veo y no hay nada. Es loco imaginar que había agua hasta el techo", recuerda. "Tengo la imagen de ver el ropero de mi hermano, que era el más grande, flotando por ahí, destruido". Recuerda con nostalgia que extrañaba volver al preescolar de la escuela Vicente López y Planes, que en su momento funcionaba como un centro de evacuados.
Los últimos momentos
Agustín y Julián vivían a un par de cuadras y eran muy amigos. Pero el desastre los había distanciado. Hoy recuerdan aquel día del reencuentro. Los dos estaban viviendo temporalmente en las casas de sus abuelas, y una tarde el hermano de Julián lo llevó a ver a su amigo para jugar. Lo habían perdido todo. Y se intercambiaban los juguetes que habían recibido. Esto les quedó en la memoria para siempre. Ambos recuerdan con cariño esta memoria.
Cuando el agua comenzó a bajar en la casa de Agustín, y su familia pudo regresar, tuvo que dormir en una cama que había quedado en pie, pero sin colchón, para no tocar el agua. "Cuando a mi papá lo dejó entrar el Ejército, tenía el agua hasta el hombro. Pero él ya iba igual para ir limpiando un poco las paredes con lavandina. En un momento, cuando ya había 30 centímetros de agua, me llevaban a mi también porque no paraba de preguntar cuándo íbamos a poder volver. Yo quería volver a mi casa, no entendía nada", dice. "Me acuerdo que pensaba que podía pescar algo para comer desde arriba de la cama".
Una de las primeras noches que Julián volvió a su casa, durmió en un colchón en el piso del comedor junto con sus padres y sus hermanos, todos juntos, ya que el agua del Salado había arrasado con todo a su paso. "Mi casa estaba pelada, el agua se había llevado todo. Supongo que previo a eso mis papás habían venido a limpiar y a dejar todo en orden. Y a partir de ahí, arrancar de cero con varias cosas. Tengo la imagen mía de chiquito volviendo a casa para dormir con mis papás en un colchón, los tres juntos", comparte.
La huella de la inundación quedó impresa en las viviendas de miles de personas. Seis centímetros sobre la puerta de la casa de Agustín, quedó la marca del agua que había llegado a niveles insospechados. Durante años, permaneció ahí, hasta que finalmente, la familia pudo juntar el dinero necesario para borrarla.
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