La historia jamás contada de la alfombra mágica de la costanera de Santa Fe
Sus orígenes, las mejores anécdotas y los recuerdos del dueño de un lugar que supo convertirse en un atractivo para propios y visitantes. Cómo se construyó y sus principales características.
La historia jamás contada de la alfombra mágica de la costanera de Santa Fe
Desde el 1° de diciembre de 1969 la ciudad de Santa Fe tiene un atractivo que marcó una época y que hasta el día de hoy es referencia para aquellos que visitan la capital provincial. A rigor de verdad, entre la década del ‘60 y la del ‘70 hubo tres pero la que sobrevivió al paso del tiempo fue ésta. Se trata de la Alfombra Mágica ubicada en el tramo norte de la costanera.
El Litoral entrevistó a Daniel Lagrost actual dueño, que heredó el negocio familiar y que hoy maneja su hijo. En el baúl de los recuerdos, este emprendedor contó la historia de cómo surgió instalar el artefacto, algunas anécdotas imperdibles y otras historias vinculadas al lugar.
Tres para una
El entrevistado aclara que al momento de erigirse el emprendimiento que hoy mantiene junto a su familia, existían otros dos similares; uno muy cerca, en terrenos aledaños a los hoy es la UTN también en la costanera y otra en el Parque del Sur. “Mi familia tenía un taller y decidieron cerrar a finales de la década de 1960 y propusieron, junto a unos amigos, poner una alfombra. Pero era costoso, así que juntaron siete socios, cinco hermanos, el dueño de la otra alfombra y mi tío. Costó unos 10 millones de pesos de aquel entonces. Se fueron a buscarla a Córdoba a la localidad de Ballesteros pero hubo demoras con la fabricación y la descartaron”, arrancó.
“La que se había armado acá, la vendieron y la instalaron en el Parque Sur. La nuestra fue inaugurada el 1° de diciembre de 1969. Justo ese día falleció mi abuelo, así que el velorio fue aquí. Los otros socios le dijeron a mi tío que tenían que abrir porque había mucha gente expectante no sin antes pedir perdón. La que estaba en los terrenos de la UTN fue vendida al otro año que abrimos la nuestra. Quedó la nuestra y la del Parque Sur, y al poco tiempo también fue cerrada”, agregó Lagrost.
Por cuestiones económicas, los socios querían soltar el negocio y fue la oportunidad de la familia del entrevistado para quedarse con la alfombra. “Lo que se ganaba era muy poco y los socios dijeron ‘no va más’. Y mi tío les propuso comprar su parte con una casa que hacía poco había adquirido y aceptaron. La inscribió el 8 de diciembre, el día de la Virgen de Guadalupe”, afirmó.
Al ser consultado por la actual alfombra, su dueño manifestó: “El día que empezaron a instalarla tenía 11 años, me acuerdo de todo; de cómo plantaron las bases, la gente que trabajaba ahí cuando terminaba la jornada se bañaban en la Laguna Setúbal porque era verano, también se hacían asados. Demoró unos tres meses. Las columnas son de origen inglés y antes se usaron como caños de perforación de petróleo. Nunca supimos de dónde la empresa constructora los sacó”.
Primer plano. El lugar lleva medio siglo divirtiendo. Crédito: Fernando Nicola (drone)
Moto, ebrios y golpes: las mejores anécdotas
La pregunta era casi obligatoria y tenía como objetivo retrotraer a Lagrost para que cuente las mejores historias vinculadas a la alfombra. “Una noche llegó un tipo ebrio y le dijimos que así no podía subir. Y pese a la ‘curda’ se quería tirar igual y parado. Y lo hizo de frente a lo que pensamos ‘este se mata’. Y llegó parado. Y después se fue. (Risas)”, contó.
Y recordó a otro personaje: “Otra noche llegó un ‘vago’ que también se quería tirar parado y nos negamos. Pero lo hizo igual, nos dejó sus pertenencias y se tiró...cayó de cabeza, de costado, rodó y cuando tocó el suelo preguntó ‘¿Cuánto es?’”.
Más adelante, en su relato Lacrost contó que subió a la alfombra en una motocicleta. “Tenía una siambretta de mi papá, de 125 cc, y estábamos con un amigo y nos tomamos un par de botellas de vino. Medio ebrio subí en la alfombra con la moto. Estaba lleno de gente y eran las 4 de la madrugada. A mi tío mucho no le gustó”, manifestó.
El entrevistado también reveló que era común que la alfombra sea escenario para fotos familiares y de casamientos, algo así como un punto de encuentro.
Una postal bien santafesina: la costanera, la playa, la Setúbal y la alfombra. Crédito: Fernando Nicola (drone)
Un día de alfombra
La alfombra tiene 15 metros de altura, de los cuales siete y medio son de la pista. También está conformada por la escalera y el descanso, desde donde se arrojan las personas.
Algunos secretos contados por su propietario. “A la pista se le pasa parafina, antes cera sólida pero no funcionaba bien. Todos los días se revisa la pista porque hemos encontrado cualquier cosa, chapas, maderas, vidrios”, explicó.
En ese sentido, agregó: “Pese a que había un cartel que decía ‘prohibido ingresar cuando el juego está cerrado’ la gente se metía igual y podía ocurrir una desgracia”.
Sobre el elemento en el que el cliente se debe arrojar, Lagrost comentó que “en aquella época se hacía una lona con bolsa arpilleras, eran 4. Eran muy pesadas, sobre todo para los chicos”.
En el tramo final del encuentro, el entrevistado recuerda: “La primera vez que me tiré fue en una que estaba en la zona donde ahora está la ‘Tecnológica’ que en ese entonces no estaba, tampoco la escuela (N del R: refiere a la Escuela N°6384 Almirante Guillermo Brown). Iba todos los días allí, costaba 30 pesos y le dábamos 3 moneditas de 10”.
“La alfombra va a cumplir 53 años el 1° de diciembre, soy consciente que es parte de la historia de la ciudad de Santa Fe”, señaló Lagrost. Y cerró: “Para mí es todo. Me crié ahí y crecí ahí, junto a mi tío”.