La ceremonia fue ayer, a las 11, en la Basílica Nuestra Señora de Guadalupe que, por su carácter de santuario, bautiza a personas de otras jurisdicciones. En lugar de la madrina estuvo la edecán militar teniente coronel María Isabel Panza, una de las tres edecanes mujeres que acompañan a la presidenta y quien suele representarla en los bautismos. Fue presidido por el presbítero Olidio Panigo, delegado episcopal en la Basílica, para quien “fue un bautismo como cualquier otro, con las familias presentes; una de ellas vino con los seis hermanitos”.
Es la segunda vez que Panigo preside un padrinazgo presidencial, “la anterior fue hace tres años y era sólo un nene”. En esta oportunidad, fue la presidencia la que coordinó el bautismo de los cinco, de diferentes edades.
Tal como indica la Ley N° 20.843 de Padrinazgo Presidencial, tras la ceremonia los ahijados de la presidenta recibieron una medalla recordatoria, un diploma, y una beca de estudios de carácter asistencial “destinada al ahijado para contribuir en su alimentación y educación”.
Tradición y ley
El Padrinazgo Presidencial nació como tradición en 1907 y se convirtió en ley en 1973, durante la presidencia de Juan Domingo Perón. La norma garantiza el padrinazgo del presidente de la Nación en funciones al momento del nacimiento del séptimo hijo varón o la séptima hija mujer de una prole del mismo sexo y otorga al ahijado una beca asistencial para contribuir con su educación y alimentación.
La ley responde a una creencia de raíces rusas según la cual el séptimo hijo varón se convierte en hombre lobo y la séptima hija mujer en bruja. Así, en la Rusia zarista de Catalina la Grande se otorgaba el padrinazgo imperial que daba una protección mágica contra estos males y evitaba que los niños fueran abandonados.
En 1907, los inmigrantes rusos Enrique Brost y Apolonia Holmann dieron a luz a José Brost, su séptimo hijo varón, en Coronel Pringles; y enviaron una carta al presidente José Figueroa Alcorta para que lo apadrinara, comenzando así con esta tradición.