Henri Rousseau: el pintor que convirtió ingenuidad en genialidad
Nacido el 21 de mayo de 1844, desarrolló una obra caracterizada por la frescura y la honestidad. Autodidacta y ajeno a las influencias académicas, su estilo naíf y sus paisajes exóticos le valieron una admiración tardía.
“El sueño”, obra de Rousseau que se conserva en Nueva York y sintetiza una de sus vertientes. Foto: MoMa
Henri Rousseau, pintor autodidacta que transformó la percepción del arte de su tiempo, nació el 21 de mayo de 1844, hace justo 180 años. Más de una vez fue descrito como un artista ingenuo, pero su obra está movilizada por la pura creatividad y la pasión. El especialista Miguel Calvo Santos valora esta arista. En su visión, la ingenuidad de Rousseau acabó siendo precisamente una de sus más poderosas virtudes. “No tenía formación, no era en absoluto un virtuoso, la gente listilla de la época se reía de él por sus evidentes carencias en cuanto a chorradas como proporción o perspectiva, pero esto se acabó traduciendo en frescura y espontaneidad, y sobre todo en una de las cosas más importantes en el arte: honestidad”.
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A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Henri Julien Félix Rousseau no inició su carrera artística en una academia. De hecho, fue un aduanero que no tomó en serio la pintura hasta que llegó a los 40 años de edad. Paradójicamente, esa falta de formación académica le permitió desarrollar un estilo libre de las influencias tradicionales, que se reflejó en su obra, caracterizada por trazos simples que ocultan complejidades. Muchas de sus pinturas, por ejemplo, contienen figuras humanas y animales en paisajes exóticos, de ensueño. Una de sus obras más emblemáticas, “El sueño” (1910), muestra a una mujer desnuda reclinada en una selva, rodeada de flora y fauna exóticas. Esta pintura, como muchas otras de Rousseau, lleva al que mira a un mundo de fantasía.
Guggenheim Bilbao
El estilo naíf del pintor, reflejo de una sensibilidad infantil y su formación autodidacta, le dan un aspecto caricaturesco involuntario a sus obras, que a veces rozan el surrealismo. Desde 1890, su lenguaje pictórico maduró. A menudo se lo asocia con el post-impresionismo francés, pero su estilo es difícil de encasillar. El “aduanero” es conocido por sus escenas selváticas, aunque las crónicas dicen que nunca estuvo en la jungla, sino que se basaba en libros ilustrados, jardines botánicos y zoológicos. También pintó paisajes de París y retratos. Técnicamente, muchas veces ignoraba las proporciones y la perspectiva. Utilizaba capas de óleo, repintando áreas para lograr efectos específicos. Terminaba sus obras con un glaseado que daba un brillo equilibrado.
Musée d'Orsay
Cabe citar, al respecto, parte de un texto que escribió Annemarie Iker y aparece en la web del MoMa de Nueva York. “Rousseau -dice la especialista- había adoptado un nuevo tema en la década de 1890 que pocos considerarían "realista": junglas tropicales llenas de combinaciones desenfrenadas de flora y fauna, desde palmeras y flores de loto hasta flamencos y jaguares. El artista emprendió su primera pintura de la jungla en 1891, luego procedió a completar alrededor de 20 en las siguientes dos décadas. La última y más grande de estas pinturas de la jungla fue El Sueño (1910), una escena nocturna rebosante de vida. Medio sumergidos en el exuberante follaje hay leones vigilantes, aves acicalándose y monos colgantes, junto con otras criaturas. Colocadas entre estas criaturas hay dos figuras: a la derecha, un músico que toca la flauta, y a la izquierda, una mujer desnuda reclinada en un sofá”.
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Eco en los maestros
Al principio, la obra de Rousseau fue recibida con escepticismo. Sus contemporáneos, habituados al impresionismo y otras corrientes más académicas, no sabían cómo interpretar su estilo aparentemente infantil. Luego, encontró admiradores en figuras como Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire, quienes reconocieron la autenticidad y el valor innovador de su arte. Sin embargo, como señala Abigail Winograd en un artículo publicado en la página web del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, “el interés de los surrealistas por Rousseau es en cierto punto irónico: se sintieron atraídos por su realismo torpe, su chatura y sus extrañas composiciones que en gran parte eran atribuibles a su falta de formación”.
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“Henri Rousseau soportó la desafortunada suerte histórica de ser un tardío pintor autodidacta de clase trabajadora: era un pintor dominguero que sólo comenzó a pintar seriamente en sus 40 años, con lo que a sus críticos les parecía poco talento natural. Sin embargo, sus imágenes desprovistas de sentimentalismo e inquietantes atrajeron la atención de un círculo literario y artístico ávido de nuevos reclutas. ¿Cómo escapó Rousseau, cuyo estilo todavía recibe adjetivos despectivos como "ingenuo" y "simple", de ser relegado a los márgenes de la historia del arte? Fue, como ha señalado el escritor André Malraux, la amistad del ex empleado de peaje con una legión de maestros bien establecidos lo que en gran medida ha garantizado su lugar en la historia del arte moderno. escribió Cornelia Lauf en un artículo publicado en la página web del Museo Solomon R. Guggenheim.
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Mantener un rumbo
El propio pintor dijo una vez: “Nadie me dijo cómo hacerlo, nadie me mostró cómo hacerlo, toda mi técnica vino de mí mismo”. Lo cual resume su estilo y visión del mundo, despojada de las imposiciones de las escuelas. “El mundo del arte de ese entonces lo denominó artista primitivo y naif, en parte debido a la apariencia de sus temas exóticos, pero más que nada a su estilo antiacadémico. Esos términos también se utilizaban para nombrar a cierta producción creativa fuera de Europa y al arte del Renacimiento temprano, el cual fue comparado con el arte de Rousseau. Pese a esto había conseguido que al espectador le empezara a gustar su trabajo, y además él tampoco estaba dispuesto a cambiar el rumbo. Por su obstinado esfuerzo se mantuvo siempre fiel a su visión, totalmente dedicado a su obra a pesar de las dificultades y las críticas casi constantes; a menudo era el blanco de las bromas pesadas de otros artistas a los cuales consideraba amigos”, explicó Gisela Asmundo en un artículo que publicó en Ojo del Arte sobre este singular artista.
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