El 9 de agosto de 1516 falleció en su Bolduque natal, por una epidemia de cólera que asoló al territorio que hoy forma parte de los Países Bajos, Jheronimus van Aken, más conocido como el Bosco. Fue el creador de una obra extraordinaria, creativa y adelantada a su tiempo tanto en las temáticas abordadas como en las técnicas utilizadas. Tal como señala Miguel Calvo Santos, “no en vano los surrealistas lo consideraron uno de los primeros que manejaron lo onírico en las artes”.
Cuando la pintura renacentista empezaba a derivar hacia la proporción y la perspectiva, a través de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel y Rafael Sanzio, el Bosco, en cambio, se desvió hacia un estilo más simbólico. Su obra no sigue las normas establecidas de realismo y simetría; construye, en cambio, un mundo fantástico, hasta delirante, que, sin embargo, está atravesado por las problemáticas de su tiempo, finales del siglo XV.
Museo del Prado
Europa estaba en una etapa de transición. Los Reyes Católicos consolidaban el poder en España y en 1492 completarían la Reconquista con la caída de Granada y apoyarían el viaje de Colón que llevaría al descubrimiento de América. El Renacimiento florecía en Italia, mientras el continente presenciaba el crecimiento de los estados nacionales y la centralización del poder, preparando el terreno para cambios que se profundizarían en los siglos posteriores.
Un tríptico sobre lo humano
En ese contexto, el Bosco creó una de sus obras más conocidas y extrañas: “El Jardín de las Delicias”, a través de la cual decidimos recordarlo a 508 años de su muerte. Se trata de un tríptico dividido en tres paneles que ilustran diferentes etapas del destino humano: el paraíso, la vida terrenal y el infierno, que, según un estudio revelado en 2023, es el que despierta más interés por parte de los observadores.
Natividad Pulido considera que “no hay pintura más enigmática en la Historia del Arte. La fantasía desbocada de este delirio erótico, sus mensajes cifrados, su fabulación poética... han fascinado durante siglos a todos los que han tenido la fortuna de contemplar este tríptico de cerca. Muy de cerca. Uno no sabe adónde mirar y no puede dejar de comentar lo que ven sus ojos. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir?”.
El panel central es notable por su representación de la humanidad sumida en un hedonismo descontrolado, rodeada por un paisaje que hoy se puede describir como “surrealista”, lleno de figuras raras y criaturas fantásticas. Este panel es, en general, interpretado como una alegoría del pecado y la lujuria, una muestra de la decadencia moral y la caída del ser humano.
Museo del Prado
Julio González Gómez expresó que, cuando se observa por primera vez, “destaca el gran panel central en el que están escenificados los placeres del mundo, especialmente aquellos relacionados con el sexo y la venalidad. Las fantásticas representaciones nos asombran por su innegable ingenio y en algunos casos hasta su comicidad. La lujuria, la sensualidad y la carne se dan la mano, personificadas por jóvenes y viejos que se solazan en un entorno idílico, pero que en el fondo es precario”.
El panel izquierdo, que presenta la creación de Eva y el Edén, propone la tesis de la inocencia y la belleza del mundo germinal. En contraposición, el panel derecho representa el infierno, con una visión del castigo eterno. La secuencia supone una narrativa moral y teológica sobre la fragilidad de la humanidad y las consecuencias del pecado.
Museo del Prado
De lo bello a lo siniestro
Noel Rondina se pregunta, respecto a la obra, “¿cómo se vería una multitudinaria fiesta al aire libre en donde las únicas condiciones para el ingreso serían deshacerse de la ropa, de la ética y de la moral? Bueno, exactamente esto que vemos aquí”.
Ana Echeverría Arístegui realiza un aporte significativo respecto a la obra: “Lo bello y lo grotesco, lo delicioso y lo siniestro se mezclan con una creatividad asombrosa. Pero el Bosco no sacó estas imágenes de su fértil inventiva por casualidad. Se basó en descripciones literarias a las que dio forma con el pincel, amparándose en una larga tradición de figuras extravagantes que, hasta entonces, únicamente habían poblado gárgolas, dinteles, capiteles románicos o páginas de manuscritos ilustrados”, señala.
El marco histórico en el cual trabajó el Bosco aporta profundidad al análisis: vivió en una época en la cual la religión y la moralidad eran temas centrales en la vida cotidiana y en el arte. Su trabajo puede verse como una respuesta a las tensiones religiosas y sociales de la época, una visión crítica de la sociedad y sus valores. Sin embargo, lo más intrigante es cómo continúa dialogando con la coyuntura varios siglos después. Tal como señala León Gieco en su conocida canción, pasaron cinco siglos, pero seguimos igual.
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