El pintor y dibujante santafesino, con más de 40 años en las artes plásticas, es un emblema inconfundible de la ciudad, tanto por su estampa como por su lenguaje plástico, que sale de los museos para ser parte de la geografía urbana. Aquí, un repaso de sus búsquedas, su repertorio expresivo, y sus ganas de llevar el arte más allá.
Ricardo Calanchini es una puesta estética en sí mismo, inconfundible para el transeúnte que se lo cruza tomando un café o en algún evento, los momentos en los que se relaja de la actividad pictórica incesante. Reconoce la continuidad entre la obra y el personaje: “La estética personal, la moto: todo tiene un sentido estético. Porque vivo permanentemente de artista, no es que me disfrazo. Y eso de ser “famoso” lo disfruto mucho”, comentaba a El Litoral hace un tiempo, cuando fue reconocido por el Concejo Municipal de Santa Fe, por sus 40 años como artista plástico de la ciudad. En otra ocasión recordaba: “En la película ‘65/75 Comarca Beat’, cuando aparezco en la isla Berduc, que tenía 16 o 17 años, estoy ya usando los lentes Ray Ban oscuros. No es que uno se disfraza de artista”.
“El tema de la personalidad se fue curtiendo sola, porque soy extremadamente sociable; pero mi actividad me lleva únicamente a estar solo todo el día: música y soledad, los lápices y dibujando o pintando. Y por la producción que tengo todo el mundo sabe que trabajo ocho, diez, 12, 15 horas. La rutina es de las 7 a las 11, a las 11 salgo a cafetear, vuelvo a las dos de la tarde y le doy hasta las ocho, que salgo a la vida social”. Pero reconoce que puede volver a la madrugada y ponerse a pintar o dibujar un par de horas más: “Hay que tener esa flexibilidad”, apunta.
El reconocimiento en la calle se traslada a la obra: “En algo que me siento muy orgulloso es en haber fomentado el arte para muchísima gente que jamás había ido a una muestra, a una galería; y a partir de esto van, conocen, y muchos están hasta tomando clases de arte. Es un orgullo porque abrí la frontera. Pude lograr mantener una línea: la gente ve la obra y sabe que es un Calanchini. Porque hubo muchas tentaciones. Cuando en los 90 me fui a Estados Unidos había un anzuelo muy grande como para no agarrarlo: instalaciones, cosas que hoy ponés y decís ‘este le copió a tal’, pero en ese momento no era así. Yo podría haber traído toda esa tecnología nueva, pero no: no me salí del camino”.
Identidad
¿Cuál es la fórmula entonces? “En mi obra no se modificaron muchas cosas: son paisajes que tienen otra mirada. Pero, por ejemplo: los barcos mutaron, porque eran otro tipo de barcos; las sillas están desde siempre, los lápices también. Las escaleras están; unos palitos que son como las muletas, que fueron un homenaje a Dalí; después se fueron reacomodando en el tiempo, ya eran las muletas propias de cada uno, que llevamos para poder seguir avanzando, agarrándonos. Los pliegues, los papeles, las hojas blancas; los velos, que estaban en las obras de Freud, pero hoy también está como en la vida, una cosa velada, y otros velos que vamos poniendo. La plomada: buscando el equilibrio, que lo sigo buscando permanentemente día a día, y cada día lo veo más lejos”.
Obra de Ricardo Calanchini.
Puede cambiar la técnica pictórica, pero los temas permanecen, aunque el ambiente se cuela en la creación: “La obra me demostró que es inconsciente, no es que decís ‘voy a pintar con una paleta alegre’. Cuando vivía en el Puerto, la paleta era ocre y marrones profundos; cuando viví en Miami, que los cielos son muy diferente, la luminosidad, la gente, la temperatura, la estética todo, se hizo una paleta muy colorida. Es increíble cómo eso se te va haciendo carne. Pero como eso todo: hubo momentos muy tristes, momentos bastantes desolados; hay obras que no es que me dan vergüenza, pero pienso: ‘Qué vacío que estaba yo en ese momento’. Hace dos o tres años hice una obra que se llamaba ‘Mi 100 %’, por reflexión a estos momentos. Considero que todas las obras son tu 100 %, no es que decís ‘a una la hago así nomás’. No, vos ponés lo mejor”.
La exposición “Mi 100 %” se inauguró en octubre de 2019. En aquel entonces contaba: “En mi obra hay referentes como el pez, que representa la libertad absoluta: lo podés tener en una pecera de 30 centímetros, pero el tipo sigue en plena libertad y sin acatar órdenes; por eso la presencia de los peces. Las escaleras son los proyectos no concretados; el caracol es el permanente moverme que tuve siempre, con la casa al hombro; las plomadas que están en las pinturas y los dibujos, siempre buscando el equilibrio que se me hace siempre inalcanzable”. Y el barco: “Todo el tiempo pensando en irme, o andar dando vueltas en el barco. Acá pongo en una obra (la única de vieja data) un barco enorme en un astillero a punto de partir. Es un poco lo que hacemos todos los días: buscar un nuevo amanecer. Las sillas entrelazadas las pongo como un elemento femenino. Siempre hay más de una, o sea que siempre han sido varios los problemas que me acompañaron (risas). Son siempre autorreferenciales, como autorretratos: el que quiera leerlos así los puede leer”.
Obra de Ricardo Calanchini.
El 7 de marzo de ese mismo año inauguró la muestra “Los laberintos de la estética”, en la Estación Belgrano. En el acto de apertura destacaba: describe Calanchini: “Sueños, pesares, emociones. Sillas entrelazadas, pisos en damero, los barcos, imágenes que me transportan a mi infancia cuando vivía en el puerto. La plomada, símbolo del equilibrio buscado en mi vida. El pez con su libertad absoluta. El lápiz edificando mi futuro, cargado de esperanzas, con escaleras que suben, que están saliendo, cuyo camino es sólo hacia arriba”.
Esa vez la instalación central consistió en un ataúd simbolizando la muerte del arte, a partir de las ideas del crítico Arthur Coleman Danto. En un texto alusivo, Calanchini reflexionaba: “¿Qué colocamos en esta terrible caja? ¿El arte? ¿El arte que cambia cuando el hombre cambia? ¿El arte que da vueltas como el ‘tiempo circular’ en el universo? ¿El arte que está inscripto en el ADN de este mundo?”. Y reflexionó: “¿Les parece que coloquemos en esta caja los prejuicios, las envidias, los exagerados narcicismos, los miedos la hipocresía, la burocracia? (...) Hoy lo que debe enterrarse para siempre es lo que nos impida expresarnos en todo el mundo y en libertad”.
Buscando “la obra”
El artista aseguraba hace tiempo que su proceso creativo “comienza siempre a partir de una inmensa alegría, mucho humor, pleno disfrute. Lo vivo así. Luego vendrá la gran pelea, la disconformidad, la incerteza de no saber si lo que estoy creando es lo que quiero realmente mostrar. Soy muy autocrítico, perfeccionista. Es necesario que sea así. Si bien en la pintura, y pese a que me ‘peleo mucho’ con ella, puedo darme el lujo de corregir y continuar, en el dibujo debo ser extremadamente prolijo, pulcro, firme. No boceteo, me enfrento al desafío de que no haya ningún margen de error. A lo mejor hago una obra en una dimensión más chica que la final, para ajustar alguna duda interior. Pero es una obra en sí, no hay borradores”.
Obra de Ricardo Calanchini.
¿Cuál es el motor que lo sigue moviendo? “Lucho todos los días de mi vida para hacer ‘la obra’: considero que todo este camino me está preparando para ‘la obra’. Ojalá que la pueda hacer antes de morirme”. Consultado sobre cómo sería, proclama que “‘La obra’ tiene que ser una síntesis de todo lo que hago, de todo el camino, que no es romper: no podés venir caminando y de repente decir ‘voy a seguir saltando’ o ‘voy a caminar para atrás, o dando vueltas de carnero’. Sino dentro de lo mismo concretar esa síntesis que quiero; que quizás no es un minimalismo, sino un día poder concretar el recorrido entero. Pero que siga siendo Calanchini, no es que me voy a ir a hacer una instalación”.
Sabe que lo importante es seguir con el lápiz y el pincel, día tras día: “De los grandes maestros, creo que Dalí nunca dejó de pintar; con Gala gritándole: ‘Aprendé algo, desastre’ (risas). Picasso creo que nunca dejó. Van Gogh, sangrando, peleándose con la vida cada dos minutos, y pintando. Tipos de acá de Santa Fe, a los que admiro profundamente: Juan Arancio era un tipo impresionante, el trabajo que hizo a nivel mundial, no para Santa Fe nada más. López Claro, Supisiche, Richard Pautasso, tipos descomunales de trabajo. Si no estaban garabateando estaban en el pensamiento: seguían pintando a 100 kilómetros por hora”.
Obra de Ricardo Calanchini.
Breve biografía
Ricardo Calanchini nació en Santa Fe el 5 de octubre de 1955. Se formó en la Escuela de Artes Visuales Prof. Juan Mantovani y tomó clases con distintos maestros argentinos. En 1981, efectuó su primera muestra y en 1994 obtuvo una beca de perfeccionamiento otorgada por la provincia de Santa Fe.
En 1996 montó gran muestra en el Molino Marconetti; y al año siguiente organizó otra, llamada “Los sobrevivientes” en la Estación Belgrano, que entonces se encontraba en desuso y ocupada. Allí conjugó distintas expresiones, con participación de más de 60 artistas. Entre 1998 y 2005 residió en los Estados Unidos, adonde realizó exposiciones y dictó conferencias, regresando entonces a su ciudad natal.
Obra de Ricardo Calanchini.
En 2008 protagonizó el cortometraje “El Sueño”, dirigido por Silvia Cuffia. Sus obras de contenido simbólico y surrealista le permitieron obtener cerca de 40 premios nacionales e internacionales. A lo largo de su carrera efectuó más de cuatrocientas muestras, entre colectivas e individuales en nuestra ciudad y la región, Buenos Aires, Barcelona, Madrid, París, Estados Unidos de América, Nueva York, Carolina del Norte, Miami, Atlanta, Texas, México, Uruguay, Chile, Colombia, Copenhague, Salamanca, Buenos Aires y en localidades de Brasil.
Fue convocado en oportunidades para ilustrar tapas de libros y de discos, también en diario El Litoral. Los premios El Brigadier (que le concedieron la distinción honorífica en 2022) contaron con su labor, a través de diversas versiones intervenidas de la silueta de la conocida estatuilla.
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