“La pintura no trata de una experiencia, es una experiencia”. Un día como hoy, 25 de febrero, de 1970 falleció en Nueva York el pintor Mark Rothko. Hay consenso respecto a que es uno de los principales exponentes del expresionismo abstracto.
Con su estilo, el artista norteamericano cambió la manera de ver el arte. A 55 años de su muerte, sus trabajos aún desafían la percepción de lo que es una experiencia estética.
“La pintura no trata de una experiencia, es una experiencia”. Un día como hoy, 25 de febrero, de 1970 falleció en Nueva York el pintor Mark Rothko. Hay consenso respecto a que es uno de los principales exponentes del expresionismo abstracto.
Podría decirse que su obra, caracterizada por la superposición de campos de color de gran formato, cambió la forma de concebir el arte del siglo XX. Lejos de ser meros ejercicios cromáticos, sus lienzos intentaban provocar una respuesta visceral en el espectador.
Él mismo se hizo cargo de eso cuando afirmó que “el arte es una aventura que nos lleva a un mundo desconocido y nuestra tarea como artista es hacer que la gente vea el mundo tal como lo vemos nosotros”.
Rothko, nacido en 1903 en una familia judía en Letonia y emigrado a Estados Unidos, pasó de un lenguaje figurativo a una abstracción, que cada vez se fue depurando más.
Obras como “Número 61 (oxidado y azul)” y “Naranja y amarillo” son interpretadas como ventanas al alma, donde el color y la luz crean una atmósfera casi religiosa.
El especialista Miguel Calvo Santos ratifica esto cuando dice que “los cuadros de Mark Rothko, enormes, muestran amplios campos de color rectangulares con unos límites indefinidos entre ellos. Son colores borrosos, que flotan suspendidos en el lienzo, estimulando unas sensaciones místicas bastante interesantes”.
Sara Rivera, en tanto, señala que “el espectador recibirá su meditación como una experiencia mística, como un ritual religioso y no estético; permanentemente Rothko insistió en que su pintura en ningún caso se reducía a la belleza ornamental desprendida por las calidades de sus colores”.
La intensidad de su visión artística y su obsesiva búsqueda de conectar con el espectador lo impulsaron a cuestionar el mercado del arte y su propia posición dentro de él. “La pintura es una manera de vivir en un mundo que no siempre es amable”, indicó una vez.
Este conflicto entre arte y comercialización es uno de los ejes que atraviesan “Red”, la obra teatral escrita por John Logan que retrata un momento clave en su vida.
La propuesta se centra en el encargo de los murales para el restaurante Four Seasons de Nueva York en 1958 y su posterior rechazo a exhibirlos en un espacio tan ajeno a su filosofía.
En Argentina, “Red” tuvo una adaptación dirigida por Daniel Barone y protagonizada por Julio Chávez. Actor versátil capaz de encarnar personajes cargados de matices, desde un parco ex convicto que desea recuperar el vínculo con su hija hasta un tenso sindicalista.
Su interpretación de Rothko estuvo a la altura de su trayectoria. Con una presencia imponente y un gran manejo del lenguaje corporal, pudo transmitir el tormento y la pasión de un artista en lucha consigo mismo y con el mundo que lo rodea.
En 2015, “Red” se presentó en el Teatro Municipal de Santa Fe, donde el público pudo entrar en el universo de Rothko a través de la mirada de Chávez.
En una entrevista realizada en aquel momento por el autor de estas líneas, el actor compartió su proceso de construcción del personaje y su visión sobre la obra.
“Nunca me preocupé de un asunto documental. Nosotros no estamos haciendo un documental, sino una situación ficcionada de un momento de la vida de un pintor. Pero no nos interesa el retrato perfecto de ese pintor. Me parece que eso le compete más a un documental; ‘Red’ no es eso”, había dicho.
“Cuando tomé contacto con el material me pareció que era muy importante que fuera encarado de una manera humana y que, lejos de alejar al espectador de lo que es el mundo de la pintura, debíamos acercarlo”, había agregado.
Esta perspectiva se reflejó en su actuación, en la que construyó un Rothko apasionado y vehemente, pero también cercano, tangible.
“Siempre pensé construir un Rothko muy humano. Desde que leí el material pensé: 'Esto me hace acordar a un ferretero del Once'. Y así lo fui construyendo, como un hombre amante de la pintura, un artista pero que, en su forma, podría llegar a ser un carpintero, un albañil”, había indicado.
“Eso fue una elección por algunos datos que tengo de Rothko y también una elección junto con la dirección para acercar el material y que no fuera una ponencia artística museológica, pretenciosa”, fue su cierre.
La obra de Rothko abre interrogantes y emociones en quienes la contemplan. Su influencia en la pintura contemporánea es muy fuerte, pero su figura también inspiró relatos, ensayos y, como en el caso de Red, interpretaciones teatrales que intentan desentrañar su personalidad.
Lo concreto es que, a 55 años de su muerte, Rothko habita en sus cuadros, pero también en la memoria colectiva y en la reinvención artística de sus trabajos.
Cómo afirmó el propio pintor: “para nosotros el arte es una aventura en un mundo desconocido, que puede ser explorado sólo por quienes están dispuestos a asumir el riesgo”.
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