(Enviado Especial a Buenos Aires)
Uruguay ganó bien, superó a la selección en todos los aspectos del juego y Argentina nunca tuvo respuestas, ni futbolísticas ni tampoco anímicas para revertir una floja actuación. Un 2 a 0 inobjetable.
(Enviado Especial a Buenos Aires)
Hacía mucho tiempo que no se veía a esta selección jugar tan mal como lo hizo en el primer tiempo. Impreciso en el mediocampo, sin ideas, sin frescura, anticipado permanentemente por ese muy buen dispositivo que armó Bielsa, que lejos de ser defensivo, logró un doble propósito: 1) mantenerlo “a raya” a Argentina, al punto tal que la selección no creó una sola situación de peligro real frente al arco de Rochet, a no ser por un remate de Julián Alvarez de media vuelta, que se fue ancho; y 2) sorprender con jugadores rápidos arriba (como Darwin Nuñez), apretando sobre la misma salida de la selección, como ocurrió en el gol de Ronald Araujo, con una pelota que le robó Viña a Molina cuando el ex lateral de Boca tenía ganada la posesión.
¿Qué pasó con la selección?. Encontró la “horma del zapato”. Uruguay no la dejó hacer, no permitió que Argentina “encontrara” el partido. Los volantes no gravitaron. Poco y nada de Enzo Fernández, muchísima imprecisión y hasta lentitud en MacAllister y sólo la voluntad de De Paul, pero sin claridad y a veces más empecinado en discutir y pedir faltas, que en dedicarse a jugar.
A ese panorama hay que agregar la falta de desborde por afuera (también muy perdido en la cancha Nicolás González) y algunos chispazos de Messi que no alcanzaron para que, al menos, el trámite del partido fuera favorable a la selección.
Ese gol de Araujo, sobre el cierre del primer tiempo y que le puso punto final al invicto de Dibu Martínez, que llegó a los 753 minutos con la valla invicta (el último gol se lo hizo Mbappé en la final del Mundial), marcó un estricto acto de justicia. Había sido más Uruguay, bien armado del medio hacia atrás, con un rápido retroceso de los volantes y dos de ellos (Ugarte y Valverde), tremendamente combativos y respaldados por una defensa segura.
Movió el banco Scaloni, lo sacó a MacAllister (de flojo trabajo y amonestado), para arriesgar con Lautaro Martínez y tratar de salir de esa confusión y aturdimiento al que estuvo sometido durante todo el primer tiempo. Se tiró Nicolás González por derecha y Julián Alvarez se recostó por izquierda, para arrancar desde allí, parándose De Paul como volante central.
Duró poco, porque enseguida se produjo el ingreso de Di María por González. Y “Fideo” está más acostumbrado a esa función de extremo por derecha, aún en su condición de zurdo. Y en la primera, ya generó un tiro libre en la puerta del área que Messi estrelló en la parte de arriba del travesaño.
Argentina fue a buscar el empate pero con cierto desorden, sin fútbol y encontrando a una defensa bien escalonada, achicando espacios muy cerquita de su área e impidiendo que la selección argentina meta la pelota con posibilidades ciertas adentro del área de Rochet.
En esa pretendida búsqueda de claridad, Scaloni optó por sacar a De Paul para buscar con Ezequiel Palacios una alternativa de juego. No había caso. No era la noche de la selección. Incluso, hasta los uruguayos daban la sensación de estar más rápidos, más sueltos y sabiendo perfectamente lo que tenían que hacer. Y también lo que no debían permitir que hiciera el rival.
El último “manotazo” de Scaloni se dio con las entradas de Acuña y Lo Celso por Tagliafico y Julián Alvarez. Ya el equipo había ganado chances con Di María por derecha; necesitaba que por izquierda pase lo mismo y por eso decidió estos cambios, al menos para llevarse por delante a una Uruguay que estaba jugando demasiado cómoda el partido.
La estocada final, con una contra espectacular para Darwin Nuñez, inalcanzable para los defensores argentinos, permitió que Uruguay asegure un triunfo totalmente merecido. Uruguay no sólo supo qué hacer con la pelota, marcó también diferencias físicas y estratégicas sobre una selección argentina desordenada, apática, impotente y hasta lenta.
¿Qué ocurrió con los campeones del mundo?. Alguna vez podía pasar, aunque nada ni nadie suponía que justamente se iba a dar de local y con una producción tan floja e inexpresiva. Argentina encontró la horma de su zapato ante un rival que defendió bien, manejó la pelota, fue dueño del trámite ejerciendo también el control sobre el adversario y lo liquidó sin dejar espacio para la duda.
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