"¿Quién carajo me manda? Decime, ¿quién carajo me manda a hacer beneficencia a mí? Perdí una fortuna y encima voy a quedar como un turro. No lo podía frenar, no había caso. Lo rompí, lo rompí todo, la puta que los parió".
El 10 de agosto de 1957, el "Armenio", campeón mundial de catch y el "Mono", de dilatada trayectoria boxística, se enfrentaron en la cancha de Boca. La idea fue de Karadagián, para ayudarlo económicamente al ex boxeador, pero lamentablemente Gatica se lesionó y quedó rengo hasta su muerte, seis años después.
"¿Quién carajo me manda? Decime, ¿quién carajo me manda a hacer beneficencia a mí? Perdí una fortuna y encima voy a quedar como un turro. No lo podía frenar, no había caso. Lo rompí, lo rompí todo, la puta que los parió".
En el vestuario local de la cancha de Boca, sentado sobre la camilla, Martín Karadagián no lograba sacarse las botas de lucha entorpecido por su desazón. Ararat, Gonzalito, Jaitt y el Ruso Schiaffino, lo rodeaban en la primera fila de su círculo áulico sin minimizar la indignación que el "Armenio" trepidaba.
Un poco más allá, el "Barón" Avedis repetía las cuentas sin que la columna del haber lograra mejorar. Por la ventana de cristales traslúcidos, el atardecer nublado le daba al ámbito un clima de ultratumba. Alguien mandó a encender las luces.
–Estaba muy cabrero, muy (confirma el "Conde" Schiaffino, entonces dentro del grupo de los segundos). No le gustó el espectáculo que dio, ni terminarlo como lo terminó, pero creeme que no le quedaba otra, no había cómo pararlo, Gatica no entraba en razones. ¿Sabés cómo se escuchaban las piñas? ¡Plaf, plaf, plaf!
Karadagián comenzó a elucubrar la idea de luchar con Gatica la noche primaveral del 18 de agosto de 1956. El Campeón del Mundo se despertó sobresaltado. Soñó que salía del Luna Park, tras una velada de cachascacán, con la vista baja, reflexivo, y que una voz lo sacaba de su abstracción.
–Chivo, ¿se lustra?
En el sueño, él levantaba la cabeza y encontraba al "Mono" Gatica con el cajón de lustrar. La premonición se cumplió parcialmente a menos de veinticuatro horas. Desarropado, un poco bebido, y confundido entre los fanáticos del catch que salían del estadio, José María Gatica esperó a Karadagián para pedirle unos pesos. Había dejado de trabajar hacía ya unas cuantas semanas como recepcionista en el restaurante de Prada, su sempiterno rival, un hombre que lo quiso y lo ayudó.
–¿Cómo no, Mono? Acá tiene. Nosotros tenemos un origen en común... No lo digo solo por lo que sufrimos de niños, sino porque ambos, de algún modo, somos pichones de Lázaro Koci. ¿Se acuerda la de veces que nos vimos en La Misión Inglesa? Ese hombre nos dio un buen empujón, eh. Venga a verme, tenemos que inventar algo, usted no puede estar pidiendo.
–¿Qué quiere que haga, papito? Si no me dejan pelear. Hablar es fácil, pero acá todos se borran, todos los que me besaban las pelotas cuando estaba en la buena ahora me dan la espalda, papito.
La militancia endémica, su apoyo popular al peronismo, había tenido un costo alto para Gatica. En el derrumbe de su carrera, en la curva descendente, cuando los excesos y el derroche lo empujaron a la ruina, no pudo, siquiera, seguir paseando su leyenda por rines paupérrimos ante rivales ignotos. En una extraña fábula, los gorilas habían prohibido al "Mono". La Revolución Libertadora censuró la carrera de Gatica por quien sentían un profundo desprecio y lo expulsaron de las grandes veladas.
Karadagián no se quedó quieto. Terco como podía ser se comenzó a embalar, se dio cuenta de que la cruzada no era solo una cuestión humanitaria, se entusiasmó con desafiar a la autoridad, la gloria que podía significar para su carrera un combate contra Gatica y el dinero que podría proporcionarle como estimulador de taquilla.
En octubre, esa obsesión trasmutó en su cruzada vital: después de algunos acercamientos con la nueva cúpula del Luna Park, se decidió discontinuar la actividad oficial. No habría temporada 1957.
La suma de inconvenientes hizo que la organización del "Combate del siglo", tal se anunció, consumiera varios meses. A Martín le costó encontrar al "Mono", quien desaparecía de los lugares que solía frecuentar. Cuando lo tuvo delante, quiso recuperar las semanas perdidas.
El catcher estaba preocupado por el estado físico de Gatica y se quiso curar de espanto de sus enigmáticas desapariciones así que proyectó un plan de seis meses. Lo tomó como un negocio y una causa.
Le asignó dos médicos, quienes lo revisaron e hicieron todos los controles. Le puso dos guardaespaldas para controlarlo y que no se desbordara con la ingesta alcohólica y un asistente de su firma dedicado a que lleve una dieta tendiente a que recobrara potencia, guiara su preparación física y oficiara como valet coordinada por el empleado de su joyería y colaborador entusiasta de la troupe, Alberto Jaitt.
Le mandó a hacer seis trajes a medida, sobrios, de muy buena tela y aceptó comprarle tres sombreros que el propio Gatica eligió (la idea era darle un perfil serio, duro, que metiera miedo). Lo hospedó en una suite en un hotel de la calle Cerrito a metros de Sarmiento, el Bristol. Incluidos adelantos para el ex boxeador, el anticipo de inversión fue de cincuenta mil pesos.
José María Gatica mejoró notablemente su condición física. Llegó a 80 kilos 600 gramos, y aunque tuvieron que estar encima, no cometió locuras durante ese semestre como empleado de Karadagián.
López Aguilar focalizó el adiestramiento como catcher con la instrucción de 12 tomas y la enseñanza de las caídas, una condición básica para atravesar la disciplina sin someterse a graves lesiones lumbares. Gatica, sin sutilezas, aprendió rápido.
El 10 de agosto de 1957 a las cuatro de la tarde La Bombonera no presentaba el aspecto que sugerían las proyecciones trazadas en febrero al cerrar el acuerdo con su rival. La tarde fea, de invierno, no invitó a ventas de último momento y el entusiasmo moderado preocupó a Karadagián tan pronto como llegó a Brandsen y Del Valle Iberlucea.
A las cinco menos veinte Gatica trepó al cuadrilátero. El campeón emergió cuatro minutos más tarde y no precisó hacer un semblanteo para notar lo que presumía, en el mejor de los casos perdería poco. No hubo venta masiva de populares sobre la hora. El ring side se veía lleno, aunque hubo algunas localidades de favor, pocas. Un solo lateral de las tribunas presentaba una concurrencia digna. Después, pequeños grupos dispersos.
A las cinco menos nueve, Manuel García, el juez, dio el inicio de las acciones. El organizador se mostró entusiasta porque los primeros diez minutos superaron lo imaginado. De modo verbal, lideraba los movimientos del ex boxeador, que pegaba lo suficiente como para entusiasmar a sus seguidores, y llevaba adelante el trabajo pedido.
Acertó candados, tirantes, tomas de cabeza y tijeras sobre la lona que le permitieron aparecer diestro. Cada uno imponía su registro. Imprevistamente, cuando el barbado lo llevó a las cuerdas para darle un descanso y cosechar el repudio con tomas arteras y provocaciones a los espectadores, Gatica se cohibió, como si se quedara sin libreto. Impertérrito bajó los brazos.
Martín buscó una forma de que volviera al rigor, le susurró dos o tres salidas posibles. El "Mono" desoyó la marcación y se le fue encima sacando virulentas manos, aunque un tanto desmañadas.
"Pegue bien, deme duro, duro, deme de verdad. Que yo le indico cuando tenemos que cambiar", lo instigó el "Armenio" procurando realismo hasta encauzar la coreografía que llevaba en mente, pero la popular prendió la mecha. Comenzaron a bajar dos cantos que terminaron de desordenar al flamante luchador. El "Dale Mono, dale" y el "Pegue y pegue, y pegue Mono pegue" envalentonaron al pugilista retirado que, como si retornara a sus grandes noches, omitió las órdenes y se volcó a atacar a su antagonista dentro del lenguaje del boxeo.
Martín se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás y que como un toro herido, Gatica buscaba noquear el sentimiento de humillación que lo había habitado. Los nudillos de José María comenzaron a hacer estragos y Karadagián, dolorido ante algunos ganchos que hicieron blanco en el hígado y dos directos que mellaron sus arcos superciliares, se dispuso a luchar con determinación, sin esperar ninguna consigna.
Lo comenzó a trabar hasta pasteurizar el ataque de su oponente para ver si su rival entraba en razones y el único asalto lograba prolongarse para no defraudar a los espectadores.
Lo puso en la lona con una llave de estrangulación pidiéndole sosiego, "Tranquilo, Gatica, tranquilo. Tranquilo que vamos bien". Al liberarlo, el "Mono" se desbordó otra vez y Karadagián, convencido de que no había forma de continuar, lo redujo con una precisa palanca de pierna para liquidar el pleito con una resoluta puesta de espaldas. Iban apenas 18 minutos de disputa.
El boxeador proscripto no tomó dimensión de lo que había sucedido ni de su desborde. La derrota lo sobresaltó incauto, sin entender bien cómo el catcher había impuesto con tanta velocidad su fuerza, su oficio y sus mayores conocimientos para ese tipo de pelea.
Tampoco le dio trascendencia al dolor que sentía en su pierna izquierda, poco más que la tuvo que llevar en el bolso: derivó en una renguera que por falta de tratamiento lo acompañó hasta el día de su muerte, el 12 de noviembre de 1963, en un accidente con un colectivo de línea difícil de explicar y justificar.
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