(Enviado Especial a New Jersey, EEUU)
En este estadio, donde se instalan fundados temores de un estado no bueno, como el de Atlanta, Messi presentó su “renuncia” en 2016 luego de la segunda final perdida ante los chilenos. Lo mejor estaba por llegar.
(Enviado Especial a New Jersey, EEUU)
Nunca es un partido más cuando se enfrenta a Chile. Ni para ellos, ni tampoco para nosotros. Gabriel Suazo es uno de los históricos en una selección chilena que todavía mantiene a cuatro integrantes de la que se denomina “La Generación Dorada”. ¿Y saben por qué lo de “Generación Dorada”?, porque ganaron dos finales frente a Argentina, nada menos que con dos entrenadores argentinos que se convirtieron en verdugos: el casildense Jorge Sampaoli y el santafesino Juan Antonio Pizzi. Chile no había ganado nunca esta competencia. Ni esta ni ninguna de importancia a nivel continental o mundial. Y las dos veces que gritaron campeones fue en aquellas oportunidades, una de ellas disputada en esta ciudad de New Jersey y en el MetLife, escenario del partido de este martes a las 22 de nuestro país (una hora menos en este lugar de Estado Unidos).
Pero volvamos a Suazo. “Nos equivocamos muchos con los pases y eso no lo hacíamos y nos pudo costar mucho”, dijo el chileno, luego del empate sin goles ante Perú. “Ahora hay que recuperarse para enfrentar una final con Argentina, queremos ganarle, aunque sabemos que es una gran selección, pero queremos ganar ese partido”, rubricó.
Pero para Argentina tampoco deja de ser un partido especial. Lejos está Chile, al menos en este momento y dicho respetuosamente, de ser el equipo de hace 8 o 9 años atrás. Bastante lejos. Y la historia tampoco lo sostiene demasiado: Argentina y Uruguay tienen 15 Copa América acumuladas, Brasil tiene 9 y allá a lo lejos aparece Chile con estas dos vueltas olímpicas con presencia argentina en el banco de suplentes.
Hay que “cobrarse” siempre aquellas finales perdidas, como si faltara eso para reivindicar todo lo hecho por esta selección. Pero no vendría tan mal, sobre todo por Messi. Es que todavía está fresco el recuerdo de aquella nochecita calurosa de 2016, cuando Messi decidió cargar sobre sus espaldas esa pesada mochila del nuevo fracaso. Su renuncia, luego de aquella derrota por penales ante la selección de Chile en el MetLife, tuvo poco de consistencia y mucho menos de perdurabilidad en el tiempo. Menos mal. El tiempo lo acomodó a Messi, lo tranquilizó y lo hizo convencer de que había que seguir intentando, pasó la tormenta post muerte de Grondona y llegó este proceso plagado de virtuosismo que nos eleva a la máxima consideración.
Habrá, este martes, otro “rival” a vencer: el campo de juego. En Atlanta hubo quejas, algunas duras y contundentes. Scaloni fue políticamente correcto y dijo que “el campo de juego no está a la altura de la calidad de los jugadores que vinieron a participar de este certamen”. Los dos Martínez, Lisandro y Dibu, fueron mucho más contundentes: “La cancha es un desastre”, fue lo que señalaron casi al unísono.
El MetLife parece no ser la excepción. Es que acá se juega mucho el fútbol americano y, por lo tanto, las canchas son de césped sintético. La preparación para esta Copa América de parte de un país otra vez deseoso de picar a la punta de la consideración y del estrellato futbolero, demandó que, por ejemplo, el gobierno de East Rutherford, la región en la que se encuentra el MetLife en esta New Jersey muy calurosa y con tiempo cambiante y amenazante de lluvia, debió invertir 400.000 dólares (¿será un “vuelto” para ellos?) a fin de colocar los panes de césped natural en el estadio donde se jugará el partido del martes. La experiencia en Atlanta no fue para nada buena, pero eso no quita que este martes nos encontremos con un panorama totalmente opuesto. Y ojalá que así sea, porque las condiciones para un equipo bien dotado técnicamente y con una necesidad casi imperiosa y determinante de buen trato de pelota, es, precisamente, contar con un terreno apto para el logro de ese cometido. Y en Atlanta, eso no ocurrió.
Demasiado estadio y mucho lujo para no tener un campo de juego en las mejores condiciones. Lo que, en definitiva, termina siendo lo más importante de todo. Porque el verdadero espectáculo debe darse ahí, en los 105 por 70 del rectángulo en el que se define todo.
“¿Qué jugador de fútbol no quiere afrontar estos desafíos? Todos los partidos a nivel sudamericano, sean clasificatorios, amistosos o Copa América, son muy disputados e igualados. Viene un partido sumamente especial. Nosotros no bajamos los brazos en ningún momento y eso es destacable. Tenemos que recuperar fuerzas y afrontar el siguiente desafío”, dijo Claudio Bravo, uno de los sobrevivientes de aquél proceso que llevó a Chile a su momento más importante de esplendor.
Desde ya que este plantel no tiene deudas ni nada que saldar. La revancha, en todo caso, puede ser para Messi, que siempre jugó un partido especial con Chile. Primero sufrió esas finales perdidas y por penales. Después, la expulsión junto a Gary Medel en el partido por el tercer puesto en la Copa América de Brasil de 2019, el año previo a la pandemia. Ese día, Messi quedó cara a cara con Medel y el árbitro lo echó. Luego, se vio al Messi más “maradoneano” de todos, porque ese día se descargó y fuerte contra la Conmebol. Le dieron varias fechas de suspensión y se la rebajaron. Ya estaba en marcha el proceso con Scaloni a la cabeza y se empezaban a escribir los primeros acordes de una canción que Argentina entonó cada vez mejor.
Messi ya está en la parte final de la carrera. Todavía mantiene fuego sagrado, buen estado físico, calidad (más allá de esos mano a mano que el otro día marró de manera poco creíble en un jugador de eficacia casi total en ese tipo de jugadas) y ganas de seguir escribiendo con gloria esta historia inigualable y que parecía truncarse en aquellos tiempos de las finales perdidas con los chilenos.
Para Messi, siempre jugar contra Chile tendrá un sabor especial. ¿Revancha?, ¿reivindicación?... No las necesita. A ninguna de las dos cosas. El no le debe nada al hincha de fútbol argentino. Todo lo contrario. El viejo y glorioso fútbol argentino le debe muchísimo a Messi. Y esa deuda, sin dudas, se licuará muy rápidamente y deberá ser honrada por todos los que se pongan la camiseta celeste y blanca. Messi, Kempes y Maradona son los abanderados del éxito. Son el pasado y el presente lleno de gloria, alegría eterna e inolvidable de un pueblo que muchas veces encuentra, en el fútbol, ese motivo de alegría que no existe en el resto de los ámbitos. Y que provoca broncas, penas, padecimientos y tristeza. Todo lo contrario de lo que el fútbol le ha dado.
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