"Les voy a decir a mis hijos, cuando crezcan, que este equipo fue el que más se acercó a lo que yo pretendo. Todo lo que esperaba de ustedes, me lo dieron", les dijo Menotti el día previo a la final con la Unión Soviética.
"Les voy a decir a mis hijos, cuando crezcan, que este equipo fue el que más se acercó a lo que yo pretendo. Todo lo que esperaba de ustedes, me lo dieron", les dijo Menotti el día previo a la final con la Unión Soviética.
"Señores, ustedes ya son campeones, no me importa el resultado de este partido, ya han demostrado que son los mejores del mundo. Nada de patadas o locuras. Vayan, jueguen y me divierten a los 35.000 japoneses que están en las tribunas".
Cuentan que no hubo una sola palabra más. Que eso fue todo en la charla técnica. Que el Flaco Menotti, orgulloso de sus chicos, no les dijo más nada aquél 7 de setiembre de 1979. Madrugábamos, faltábamos al colegio. Todo para ver a ese equipo. El fútbol en la Argentina estaba en plena efervescencia. Se habían conjugado los dos aspectos: el éxito postergado y la idealización del juego. En el 78, campeones del mundo en mayores con un proceso histórico y un equipo que interpretó el paladar del hincha argentino. En el 79, estos pibes que la rompían y un equipo que se recitaba de memoria.
Sergio García; Carabelli, Simón, el santafesino Rubén Rossi y Hugo Alvez; Barbas, Rinaldi y Maradona; Escudero, Ramón Díaz y Calderón. Pasaron 41 años y todavía nos acordamos de aquélla formación como si el tiempo, inescrupuloso culpable de los olvidos y las desmemorias, esta vez no contara.
El otro día, charlando con ese sabio del fútbol que es el Beto Tardivo, injusta e inexplicablemente olvidado en Colón, decía que en el fútbol argentino lo que faltan son "maestros". El los tuvo, en don Adolfo Pedernera y Victorio Spinetto. Y a estos chicos, los descubrió el inolvidable Maestro Ernesto Duchini, que en 1977 los empezó a seguir y en setiembre de 1978, cuando todavía Menotti se sacaba de encima la gloriosa resaca del título del mundo logrado con los mayores, se los presentó en el Viejo Gasómetro de Avenida La Plata. "César, acá está, te dejo estos 40 muchachos. Son los que ví durante más de un año, recorriendo canchas y canchas, viendo partidos de juveniles, de reserva, amistosos y algunos de primera? No te puedo garantizar que ganen y sean campeones, pero lo que sí te puedo decir, es que van a jugar muy bien a la pelota". Y no se equivocó el Viejo sabio.
El 6 de setiembre, el día previo al partido con la Unión Soviética, el Flaco los juntó a todos y se sentó, como era su costumbre, sobre una pelota. "Para mí, ustedes ya cumplieron? Les voy a decir a mis hijos, cuando crezcan, que este equipo fue el que más se acercó a lo que yo pretendo. Todo lo que esperaba de ustedes, me lo dieron? Ya está? Para mí ya está". Los chicos se miraron entre ellos, hasta que alguno, vaya a saber quién, quizás Diego, aunque eso no importa, le dijo: "¡Pero César, falta la final? Tenemos que ganar la final!". "¡Qué me importa la final! Puede haber un accidente, nos pueden hacer un gol de casualidad y podemos perder? Quiero que sepan que ya son el mejor equipo que dirigí en mi vida. Vayan a cambiarse, descansen y prepárense para mañana? Pero que les quede claro, para mí, ustedes ya cumplieron!", les dijo el Flaco. Sabias palabras e inteligente forma de quitarles toda la presión.
Todo lo demás ya se sabe. El camino estaba claro. No había que ensuciarlo ni cerrarlo. En el final de ese camino, estaba la gloria. Los rusos ganaban 1 a 0, pero nadie se inmutó. Llegaron en el segundo tiempo los tres goles y el 3 a 1 que selló otra actuación magnífica, prolongando el festejo frente a la impavidez de esos japoneses absortos, que poco entendían de tamaña felicidad y semejante desborde de pasión.
Cuenta la historia que Menotti, en el entretiempo, se acercó al santafesino Rossi, que apurado por los soviéticos había rechazado larga una pelota sin repetir la liturgia de salir con pelota clara y limpia. "No quiero más un rechazo así, la próxima vez le mete un caño o un 'sombrerito' y me sale jugando", le reprochó. Si fue verdad o no, no importa a esta altura. Puede ser un mito. Pero cuando está a tono con lo que la historia puede demostrar con certeza, ese mito se convierte en realidad.
Argentina campeón del mundo otra vez, como el año anterior. Plena dictadura militar. Como en el 78, el aprovechamiento del éxito deportivo por parte del regimen, se hizo carne y realidad inmediata. Videla recibió a los chicos en la Casa de Gobierno y los puso como "ejemplos de la nueva juventud". Fútbol y política siempre fueron de la mano. En este caso, aquéllas alegrías fueron capitalizadas por el regimen como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia. Pero eso no puede manchar ni ensombrecer de ninguna manera la gloria de aquellos logros, por más que hayan ayudado a "fortalecer" políticas o a esconder lo que en ese momento estaba pasando en el país.
Lo declaró y lo escribió en un famoso texto José Luis Lanao. "Cuando estreché la mano de ese personaje llamado Jorge Videla, sentí, con el tiempo, las emociones encontradas, que eran la de formar parte de un equipo, el del juvenil, inolvidable, sublime y eterno, por un lado; y la certeza inequívoca de haber sido el instrumento útil del silencio mediático de una masacre... Y esa mano que estreché, la tuve que llevar como mochila toda mi vida. Nosotros éramos chicos y desconocíamos todo lo que estaba pasando. Ese choque de manos lo llevo muy metido adentro. Fue un símbolo de los años infames de nuestro país", señaló el ex jugador de Unión, hoy viviendo en España.
La rompieron, fueron inolvidables, nos hicieron madrugar para deleitarnos con su fútbol, ganaron, fueron campeones conjugando las tres G (ganar, gustar y golear). Hoy, 41 años después, podemos recitarlos de memoria: García; Carabelli, Simón, Rossi y Alvez; Barbas, Rinaldi y Maradona; Escudero, Ramón Díaz y Calderón.