(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
El capitán jugó su mejor partido, el palo le negó la conquista pero fue el conductor esperado y complicó con su desequilibrio.
(Enviado Especial a Belo Horizonte, Brasil)
Estaba dormido, extrañamente dormido. Todos nos preguntábamos qué estaba pasando con Messi. Es cierto que estos jugadores llegan con una carga de partidos muy importante a esta clase de compromisos. Y eso se siente. Hay cansancio, desgaste y hasta cierto fastidio y hartazgo de fútbol después de tantos entrenamientos, concentraciones y partidos. Hasta se llegó a decir, en algún programa televisivo, que Messi arrastraba un problema físico en la zona inguinal. Lo cierto y comprobable, es que Messi estaba dormido. Hasta que despertó.
Lamentablemente para Argentina, ese despertar de Messi no le alcanzó para ganar el partido. Tuvo la mala suerte de no poder embocar ese tremendo remate desde una posición bastante abierta, en el segundo tiempo (iban 12 minutos), porque eso podría haber cambiado la historia del partido, como el propio Messi lo señaló en la charla post partido, ya en la madrugada de miércoles.
Recién a los 13 minutos le cometieron la primera falta. Hasta ese momento no había entrado en juego. Buscaba la pelota retrasado, para encarar a Casemiro en el mano a mano. Tiró la primera pared con Lautaro Martínez y no parecía estar enchufado en el partido hasta que, de pronto, empezó a frotar la lámpara a partir de los 25 minutos de esa parte inicial.
Messi fue el que le colocó un centro perfecto y frontal a la cabeza de Agüero en la jugada más clara de gol del primer tiempo (pegó en el travesaño) y algunos minutos después armó una jugada estupenda, apilando rivales y habilitando a Agüero, cuyo remate fue interceptado providencialmente por un defensor cuando iba dirigido hacia el arco de Allinson.
Se empezó a ver un Messi “que emociona”, como lo calificó Scaloni: se tiró al piso, corrió, se esforzó por recuperar la pelota y el corolario de ese primer tiempo fue una maniobra tremenda adentro del área, en la que parecía que alguno de los tres o cuatro rivales que lo rodeaban, podían cometerle penal en cualquier momento.
Tuvo dos claras en el segundo tiempo. Una fue el remate que se estrelló en el palo (capitalizó el rebote y metió un centro bajo que Agüero no alcanzó a conectar); la otra, un tiro libre que le pegó con buena dirección, por arriba de la barrera y que encontró atento a Allinson, quien saltó y dominó la pelota en una lúcida intervención.
Messi se convirtió por fin en el estandarte, la “bandera” del equipo. Impuso su arranque desequilibrante y encaró siempre, aún en inferioridad de condiciones y generalmente ganando. No tuvo la mejor puntería o se encontró con el palo salvador para Allinson. Pero eso no lo desmerece. Su entrega fue total y valiosa, reconocida en forma unánime.
No se sabe qué puede pasar con los otros de la vieja guardia que lo acompañan. Se supone que el ciclo de Di María se puede extinguir en cualquier momento y que otro tanto podría darse con Agüero. El experimento de los chicos fue bueno. Y él cayó bien, le tienen respeto y admiración, es un buen lugar para empezar a construir algo fuerte para el futuro.