(Enviado Especial a Doha, Qatar)
La selección de Scaloni juega la final del Mundial ante Francia, el defensor del título. En la lejana Doha, acompañada por miles y miles de argentinos emocionados y orgullosos igual que los millones que alentarán desde sus hogares para que este sueño se haga realidad.
(Enviado Especial a Doha, Qatar)
Llega un momento deseado desde hace mucho tiempo. Es el último umbral que tiene que pasar esta selección de Messi para transformar el sueño en realidad y así convertirse en héroes, pasando definitivamente a la historia rica y gloriosa de aquéllos que han inscripto su nombre como campeones del mundo. Hay todo un país detrás de este equipo de Scaloni, que supo representar de manera cabal el sentimiento futbolero de los argentinos. ¿Cómo lo hizo?, con una simple fórmula: 1) intentando siempre jugar bien al fútbol; 2) agregándole pasión y amor por la camiseta. Eso llevó a estos jugadores de Scaloni a dejar todo en la cancha. Absolutamente todo. Técnica, táctica y corazón se aunaron para superar aquélla duda inicial que se instaló con la derrota ante Arabia Saudita y el crecimiento –no exento de complicaciones y complejidades- que tuvo a partir de ese momento; y de esa frase de Messi en el mismo dolor de la derrota inicial: “No vamos a dejar tirados a los argentinos”. No sólo fue así, sino que nos elevó a la cúspide. Falta el empujón final para llegar a la cima y ver al resto del mundo futbolero desde lo alto.
La actuación soberbia que tuvo el equipo ante Croacia fue el punto culminante de esa reivindicación. El aplomo, la seguridad, la firmeza y la contundencia que tuvo el equipo, invita a que no sólo consiga un respeto temeroso para el resto, sino que termine de consolidar ese crecimiento contínuo que tienen los equipos cuando encuentran una forma de juego que valorice lo individual y lo colectivo.
Cuando Scaloni se dio cuenta de que, si no cambiaba, el equipo se volvía, comenzaron a aparecer soluciones que parecieron mágicas al principio y que se sostuvieron hasta el final. Nadie podía imaginarse que Enzo Fernández, Alexis MacAllister y Julián Alvarez iban a tener la cantidad de minutos que tuvieron; como tampoco nos imaginábamos que las soluciones para el equipo llegarían con ellos y no con los que tienen más experiencia y recorrido en el plantel. Los tres apenas acumulaban un puñado de partidos con la celeste y blanca. Y no siempre como titulares. Le dieron rendimiento, personalidad, goles, pulmones y fútbol. Tuvieron empatía inicial con Messi y con De Paul. Y otro que también se anotó en la lista de los que entraron y rindieron –también sin demasiado recorrido- fue Lisandro Martínez, cuando Scaloni optó por jugar con línea de cinco, algo que podría ser una alternativa para el partido de este domingo por el título de campeón del mundo.
No hay que olvidarse de Scaloni. Porque al margen de haber tomado decisiones contundentes y positivas en cuanto a nombres, supo darle al equipo una idea táctica que nunca modificó la línea de juego. Quizás el único reproche pueda haber sido el primer tiempo muy flojo contra México y esos 25 minutos finales de los 90 reglamentarios ante Países Bajos, que fue el momento en el que le empató el partido. Scaloni tuvo respuesta para todo. Antes del partido o en medio del mismo, cuando había cosas para retocar. Jugó con línea de cuatro o de cinco en el fondo, con tres y con cuatro volantes en el medio y con dos o tres delanteros arriba. Logró que nunca baje el nivel. Todo lo contrario. Propició un ambiente de confianza y seguridad que se empezó a notar en la cancha. Y el punto cúlmine se dio ante Croacia, cuando la selección apabulló con fútbol, goles y sacrificio a un equipo que jamás consiguió acomodarse.
Ví a Francia en los partidos con Inglaterra y Marruecos. Juegan a otra velocidad del medio hacia arriba. Son estructurados. El esquema es 4-2-3-1. Mbappé y Dembelé son los que abran la cancha. Mbappé trata de ser siempre profundo. Dembelé tiene tendencia a enganchar hacia adentro por su perfil zurdo. Griezmann es peligroso cuando gana las espaldas de la línea de volantes y puede encarar a los defensores. Y también está Giroud, un grandote con presencia. Eso es a la hora de atacar, cuando se convierte en un equipo peligroso. Pero en defensa no es igual. Suele ser lastimado cuando los atacan por los costados. No se preocupa demasiado por la tenencia de la pelota. Pero cuando la recuperan y tienen espacios, son rápidos y pueden lastimar.
Es una final. Y como ocurre en estos casos, aparecen en juego otros factores. El primero es el anímico. El Colorado MacAllister decía que es muy probable que estos jugadores no magnifiquen en este momento la importancia de lo que van a jugar. No es que no lo sepan ni lo sientan. Seguramente, ellos deben saber que apenas 90 minutos los separan de la gloria, que es eterna. Pero a lo que apuntaba el papá de Alexis, es a que la verdadera dimensión la podemos tener el resto, porque ellos ven esto con más naturalidad. Y que eso, los puede llevar a jugar el partido sin presiones o tensiones negativas. De los dos equipos, el que logre controlar ese cúmulo de nervios y ansiedades que despierta un partido así, tendrá “media batalla” ganada.
Ha llegado la gran hora. Y voy a cerrar este análisis previo hablando de Lionel Messi. Con 35 años, su imagen en este Mundial es impecable e incomparable. Es la imagen en estado puro de alguien que ya es un consagrado, pero que va en búsqueda de la gloria eterna. Lo intentó siempre, pulverizó records y ha logrado todo lo que un jugador puede conseguir, de manera individual, en la historia de una selección. Pero le falta lo mejor, la frutilla del postre, el trofeo que su mente ganadora le reclama y por el que hizo todo lo que hubo que hacer. Le falta sólo este partido. Estos 90 minutos –o los que sean- para que el fútbol lo convierta en la genuina representación humana de la perfección. ¡Vamos Argentina!