(Enviado Especial a Buenos Aires)
Scaloni y los jugadores dijeron que el partido “se dio como sabíamos que iba a darse”, pero la realidad es que Uruguay terminó sorprendiendo –y superando- en todos los aspectos del juego.
(Enviado Especial a Buenos Aires)
Estábamos mal acostumbrados. Esta selección ni siquiera se había tomado la “licencia” de la natural y habitual relajación que se da en los equipos campeones, después del objetivo logrado. Seguían jugando como si enfrente tuvieran a Francia y en Lusail. Se auto potenciaban. Se les notaba el “hambre” de seguir ganando. Cruzaban el Atlántico (la mayoría juega en Europa), llegaban al predio de Ezeiza y algo mágico pasaba. Cada partido se había convertido en una fiesta y una exigencia a la vez. La fiesta de continuar ese romance que tampoco se extinguirá por este mal partido ni por haber perdido con los uruguayos. Y la exigencia de pretender demostrar en cada partido que ese sueño alcanzado en la lejana Qatar no había sido producto de la casualidad o de una “rachita”.
El mal acostumbramiento no impide encontrar algunas respuestas a este paso en falso, a este tropezón que no debiera ser caída:
Frente a esa solidez y claridad con la cuál jugó Uruguay, la selección no tuvo un plan alternativo. Ni siquiera afloró la rebeldía y la reacción se hizo esperar demasiado, contagiando inclusive a la multitud, tan atónita e impotente como el equipo. Tampoco rindieron los cambios. Ni Palacios ni Lo Celso le dieron el fútbol que necesitaba; tampoco Di María (más allá de un par de desbordes) y Lautaro Martínez aportaron profundidad. El equipo fue languideciendo, extinguiéndose (si es que en algún momento tuvo viva la llama) y acabó siendo muy previsible y de fácil resolución para un sistema defensivo que no supo de contratiempos ni de fisuras.
No es lo mismo, pero quizás este tropezón se asemeje bastante al de Arabia Saudita en el Mundial. Acá hay un partido extremadamente exigente a la vuelta de la esquina (el martes con Brasil en el Maracaná), pero después esto sigue y la competencia es larga. “En 50 partidos, esta es la segunda derrota”, recordaba Rodrigo De Paul luego del partido, con precisión y razón estadística. Es que nos habíamos acostumbrado a todo: a ver ganar a este equipo y también a verlo jugar bien; y a veces, muy bien. Uruguay nos “paró el carro” con un gran planteo, mezclando su tradicional garra charrúa con una respuesta táctica, técnica (porque nos manejaron la pelota demasiado tiempo) y física que nos dejó, en la Boca, con la boca abierta.
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