El domingo 2 de diciembre de 1929 se inauguraba en nuestra ciudad el Hipódromo de las Flores del Jockey Club Santa Fe.
La crónica de El Litoral narra aquel evento como de “un rotundo éxito social y deportivo” con más de cuatro mil personas que asistieron a la ceremonia oficial. El reciente gobernador de la provincia, Pedro Gomez Cello, asistió al evento y jugo una carrera que resulto victoriosa ganando la suma de 175 pesos. Aposto al caballo “Marrana” que se destaco en la carrera inaugural del Hipódromo de las Flores. Le siguieron los caballos Benítez y Litoral, y como apostilla histórica resultaron heridos dos jockeys: Pedro Pintos y Enrique Fernández.
Concurrieron delegaciones del Jockey Club de Rosario y Paraná. La crónica destaca en el evento la presencia de un publico femenino como un hecho único y sustantivo, vale acotar era un espacio socialmente dominado por caballeros. La ultima carrera de esa jornada se disputo a las 19 hs, casi cayendo el sol y abriendo una pagina importante en la historia hípica local.
El historiador Roy Hora, en su publicación “Historia del turf argentino” (2014) sostiene que entre la década de 1880 y la Gran Depresión, el turf fue el principal y más popular espectáculo deportivo de nuestro país. Fue en las pistas de carreras donde surgieron las primeras estrellas deportivas, jinetes profesionales dotados de un reconocimiento popular y un nivel de ingresos que hasta entonces ningún miembro de las clases populares había logrado alcanzar.
Sin embargo, Hora destaca que las carreras de caballos a la inglesa, más que una afición de origen o impronta popular, fueron promovidas y organizadas por el sector más poderoso de la elite social. Es decir, aquel grupo de poderosos aficionados a las carreras de caballos de raza que fundaron el Jockey Club porteño en 1882 y que concibieron al turf como un territorio distinto y superior al de la cultura ecuestre criolla.
Al fin de cuentas, el turf fue un espectáculo de enorme atractivo popular, pero también de gran relevancia para los poderosos propietarios de caballos de carrera que dominaban el Jockey Club, el hipódromo se convirtió en un escenario en el que confluyeron actores dotados de recursos de poder muy desiguales.