El narrador estadounidense publicó recientemente su novela “Baumgartner”, mientras enfrenta una batalla personal contra la enfermedad. Propone un viaje donde el duelo de un profesor se entrelaza con la búsqueda de nuevos significados vitales.
El autor alude muchas veces a estrategias metaficcionales que plantean preguntas sobre la realidad y la ficción. Foto: Archivo
“Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas”. La frase pertenece a Paul Auster, uno de los narradores más valiosos que parió la literatura estadounidense desde, sin temor a exagerar, los tiempos de Herman Melville, quien trastocó todos lo hecho hasta el siglo XIX a través de “Moby Dick”. Las novelas de Auster no sólo alimentaron y (eventualmente) cambiaron mentes. Sino que, al mismo tiempo, estimularon a lectores de toda latitud posible a embarcarse en viajes con destino incierto, pero del todo disfrutables. El camino que propone el escritor en cada uno de sus libros es tan inspirador que, como decía Kavafis en “Camino a Itaca”, el que lo empieza a desandar a conciencia solo desea que sea más largo, “lleno de aventuras, lleno de experiencias”.
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El sello tan reconocible de Auster está presente en “Baumgartner”, su más reciente novela, concebida en un contexto de adversidad, que tiene a su autor en una lucha a brazo partido contra una grave enfermedad. Cuenta las tribulaciones (al principio lo son, luego cambian de sentido y pasan al nivel de aventuras mínimas, cotidianas) de un escritor y profesor universitario que intenta dar nuevo sentido a su vida tras la pérdida de su esposa, junto a la cual vivió una intensa relación de varias décadas. “La superación del duelo se intercala con historias maravillosas y con una poderosa reflexión acerca del modo en que amamos en distintas etapas de la vida”, señala la sinopsis. Todo parece indicar que Auster, pese a su edad y sus actuales dolencias, está en alto nivel. Flavia Pitella escribió recientemente en Infobae: “Con muchos guiños a obras anteriores, un humor desopilante y una gran capacidad para reírse de sí mismo, Auster nos regala un personaje entrañable, complejo y actual”.
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Malabarismos en un mundo caótico
¿Cuáles son las claves centrales para introducirse en la obra de este escritor que además de innovador es fértil en términos literarios? En primer lugar, debe quedar claro que el lector tiene que exigirse, dado que sus obras son complejas y muchas veces los narradores que asumen sus miradas sobre la historia son poco confiables. El autor alude a su vez a estrategias metaficcionales que plantean interrogantes sobre la naturaleza de la realidad y la ficción. Influencia, quizás, de autores como Vladimir Nabokov o Italo Calvino. A través de ese tipo de construcciones Auster examina temas espinosos: identidad, alienación y búsqueda de sentido en un universo caótico, que la mayor parte de las veces se hunde en lo desconcertante. Auster es capaz también de tejer tramas entrelazadas y encuentra formas creativas de establecer la interconexión de eventos aparentemente aleatorios. Así, el azar ocupa un lugar importante. Y apela a lo lúdico, al apelar a estilos y técnicas narrativas que difieren entre sí, desde la escritura en segunda persona hasta la inclusión de elementos de misterio y noir.
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Sus mejores obras
Tal vez su obra cumbre sea “La trilogía de Nueva York” (1987), que incluye “Ciudad de cristal”, “Fantasmas” y “La habitación cerrada”. Allí, a través de historias interconectadas, aborda algunos de los temas mencionados, con la Gran Manzana como contexto. “Cuando se habla de Paul Auster, es imposible no comenzar por La Trilogía de Nueva York. Este conjunto de novelas cortas, es considerado uno de los pilares de la literatura postmoderna. A través de estas historias, Auster deconstruye el género de la novela negra y explora temas como la identidad, el lenguaje y la soledad. La narrativa fragmentada y la constante búsqueda de significado invitan al lector a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la realidad y la ficción” escribió Aída Ruescas, en Infobae.
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En efecto, su mejor momento fue poco después, al promediar los ‘90, cuando alcanzó amplio reconocimiento. “El público y la crítica acompañaban una obra que conseguía contar historias del declive del hombre moderno, de las fracturas que aquellos años suponían en las mentalidades, en la familia y la política. La soledad se fundía con el azar, aún había enigmas por resolver, casi siempre simples, pero no por eso menos trascendentes. Siempre bajo el hechizo de un relato encantado, la pericia del novelista dominaba con una solvencia seductora y envolvente las herramientas del escritor decimonónico, y la economía de recursos de la gran narrativa americana”, escribió Gabriel Lerman en Página 12, en el año 2008.
Pero hay obras posteriores de su autoría que dan cuenta de su maestría: “El libro de las ilusiones” (2002), sobre un profesor universitario que se obsesiona con la vida de un cineasta desaparecido. “La noche del oráculo” (2004), centrada en un escritor que comienza a tener visiones de eventos que aún no han ocurrido. “Diario de invierno” (2012), donde combina memorias personales con reflexiones sobre la literatura, el arte y el envejecimiento. Y “4 3 2 1” (2017), que sigue cuatro versiones diferentes del mismo personaje, tratando de ver las diferentes trayectorias que podría haber tomado su vida.
Auster con Pedro Almodóvar en 2006. Foto: Archivo / EFE
Vivir varias vidas
Como escribió Alberto Moreno en Vanity Fair, ante la incertidumbre o la ensoñación de los cientos de caminos por explorar, “Paul Auster era el pasaporte agradable a una vida en la que esos senderos florecían como pétalos de magnolia. Los puntos de partida prosaicos, explicados con suma sencillez, devenían en excepcionales tras un detonante fortuito; la unidad gramo de todo aquello sería, por ejemplo, coger una llamada de teléfono equivocada y seguir la corriente. ¿Quién no ha querido vivir alguna vez la vida de los otros?”. En marzo, su esposa afirmó: “Está vivo, estable. Incluso está escribiendo. He hablado con él hoy mismo. Hay esperanza”. Los que alguna vez leyeron a Auster, comparten este anhelo.
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