Martes 27.9.2022
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“El guerrero del camino” (1981) y “Más allá de la cúpula del trueno” (1985) son los capítulos que más resonancias encuentran en el imaginario colectivo, pero es la primera entrega de la saga (“Mad Max”, 1979) donde se encuentra el origen de todo el fenómeno cultural que vendría después. Esta película de bajo presupuesto (costó apenas 350.000 dólares y recaudó varios millones) representa tanto un divertimento repleto de adrenalina, como un intento de describir el estado de las cosas en el caótico mundo del ocaso de los ‘70. Es que, como señaló Pablo Cappana, “el futuro suele ser una excusa para establecer una crítica del presente”.
La construcción de futuros distópicos no era una novedad para 1979.El film de George Miller -que contó con el protagonismo de un joven Mel Gibson en su primer escalón en la escalera al estrellato- vuelve a los cines en el marco de un rescate de clásicos impulsado por Warner Bros, que incluye títulos como “Casablanca”, “El exorcista” y “Blade Runner”. En términos muy generales, narra cómo un policía busca venganza tras el asesinato de su familia. Pero lo que la torna un film de culto es el entorno: una Australia post apocalíptica donde las pandillas se dedican a sembrar terror en las carreteras. La débil resistencia estatal, apenas puede mantener cierta noción de orden ante un caos que el director, con un inteligente uso del fuera de campo, presenta como un fenómeno generalizado.
La construcción de futuros distópicos no era una novedad para 1979. “El planeta de los simios”, “Soylent Green”, “Seres de las sombras”, “La Jetée” y la menos conocida “A Boy and His Dog” son ejemplos de los ‘60 y los ‘70. El mérito de Miller está en proveer al film de una mezcla de elementos de ciencia ficción, western, acción, road movie y policial que lo hacen trepidante. La violencia explícita y visceral tiñe las secuencias de un tono lúgubre. Y su pertenencia a la clase B le otorga un aspecto cutre que las próximas entregas de la saga perderían, a partir de sus presupuestos más holgados, pero que en este caso funciona a la perfección. “Mad Max” se nutre al mismo tiempo del carisma de Gibson, cuyo personaje pasa de la vulnerabilidad a la desesperación y luego a la enajenación cuando decide finalmente ejercer la justicia por mano propia.
Más allá de la trama, el fragmento de mundo que Miller despliega en las polvorientas autopistas donde se desarrollan las batallas entre policías y bandas de motociclistas, parece demostrar que en esa sociedad que se ha reconstruido tras un fenómeno extremo (al parecer, relacionado con la energía nuclear) la escasez de recursos derivó en una profunda decadencia moral, con prevalencia del “sálvese quien pueda”. En efecto, aunque está explicitado que Max representa el bien y los pandilleros el mal, esta línea divisoria nunca queda del todo clara. Cuando Max entabla su lucha personal para acabar con los asesinos de su familia, utiliza las mismas herramientas que sus oponentes y, en algún punto, se coloca a su nivel.
Lo que la torna un film de culto es el entorno: una Australia post apocalíptica.La película de 2015, “Mad Max: Furia en el camino”, donde el propio Miller revivió la saga treinta años después, sirve para revalorizar, por contraste, a la película de 1979. Es que en la nueva versión se pone tanto el acento sobre las posibilidades visuales y el espectáculo, que los dilemas que enfrentan los personajes quedan algo solapados. El propio Miller lo puso en palabras alguna vez: “cuando te adentras en un futuro empequeñecido y distópico, lo que estás haciendo en realidad es regresar a un pasado medieval. La gente se limita a sobrevivir. No existe el honor y queda muy poco tiempo para la empatía o la compasión”.