Bela Lugosi, el primer Drácula, revive su leyenda en los escenarios porteños
Una obra teatral imagina el surrealista encuentro entre el actor Bela Lugosi y la psicoanalista Dorothy Coach. Más allá del escenario, invita a reflexionar sobre la fascinación del vampiro en la cultura y el impacto que Lugosi dejó en el cine de terror.
Lugosi en “Drácula”, la mítica película de Tod Browning. Foto: Universal Pictures
“Bela Vamp” es una comedia negra de Alfredo Arias protagonizada por Marcos Montes, que se adentra en la decadencia del actor Bela Lugosi, creador del primer conde Drácula “oficial” de la historia del cine. La obra teatral, que se presenta cada lunes en el teatro porteño El Extranjero, está ambientada en el Hollywood de los años ‘30 e imagina el surrealista encuentro entre Lugosi y Dorothy Coach, una psicoanalista sedienta de fama.
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La sinopsis indica lo siguiente: “apenas diez años después de su memorable interpretación de Drácula, el actor de origen húngaro Bela Lugosi se vio obligado a frecuentar los tugurios de la ‘Poverty Road’, donde se reunían estudios de cine efímeros, miserables, capaces de producir en abundancia films de clase B, con presupuestos mínimos y una calidad artística que se degrada película tras película. Al vislumbrar su patético ocaso, Bela Lugosi decide consultar a la psicoanalista Dorothy Couch, quien es famosa en Hollywood: varios de sus pacientes terminaron pegándose un tiro”.
El aura del vampiro
Además del cruce de lenguajes entre el teatro y el cine, “Bela Vamp” abre otras reflexiones. La primera, sobre la figura mítica del vampiro. ¿Cómo se explica que siga fijada en nuestra cultura y continúe siendo disparador para miradas diversas? Más allá de que la novela decimonónica de Bram Stoker contribuyó a esa fijación, tiene mucho que ver que el vampiro forme parte, bajo fisonomías heterogéneas, del folclore de varias culturas, lo cual le hace adquirir significados diferentes.
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A su vez, el vampiro tiene un potencial metafórico amplio. Se puede usar para referirse a la inmortalidad, la sexualidad, la tentación, el poder, la venganza, la muerte, el capitalismo salvaje y demás. A lo que se agrega una constante reinvención, dado que es un personaje maleable que puede aparecer en el contexto que sea.
De esa plasticidad quedan registros tanto en la literatura (basta revisar las novelas de Anne Rice, que colocan la acción en Nueva Orleans, o la saga “Crepúsculo”, donde los monstruos son adolescentes que intentan superar sus diferencias con los humanos por amor) como en el cine (donde se llegó a colar a Drácula en una misión espacial del año 3000), la televisión e inclusive el cómic (donde Drácula enfrenta a Batman, que a su vez tiene mucho de vampiro en su ADN). Es que, independientemente de la época y el tono elegido, siempre es el epicentro de miedos, deseos y preocupaciones. Cada nueva reinterpretación revitaliza el mito.
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Artificio que suma
La otra consideración que puede aparecer a partir de “Bela Vamp” tiene que ver con la popularidad que adquirió Lugosi a partir de su interpretación de “Drácula” de 1931. ¿Por qué el conde creado por este actor resulta tan magnético? El porte y la mirada electrizante de Lugosi contribuyeron, al igual que su particular acento (herencia de su origen húngaro) y la voz cavernosa y pausada.
Sin embargo, lo determinante fue el estilo teatral, que conectó con el artificio del personaje y con el tono melodramático de la película de Browning. La afectación de Lugosi no hubiera funcionado aplicada en otras circunstancias, acá calza a la perfección. El actor había sido “Drácula” en la versión que se hizo para Broadway, con lo cual parece lógico que hubiera intentado reiterar el formato. Browning pretendía a Lon Chaney, su actor fetiche, pero su prematura muerte apuró los trámites para el ingreso de Lugosi. Así, de manera azarosa, se originó este mito del cine.
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En las décadas siguientes hubo muchas versiones cinematográficas de Drácula. Christopher Lee, que intervinó en varias películas de Hammer Film Productions le aportó ferocidad. Klaus Kinski, en la remake de “Nosferatu” dirigida por Werner Herzog, le introdujo perturbación. Frank Langella reforzó su costado más sensual y Gary Oldman, en la película de Francis Ford Coppola, exploró su dimensión trágica. Pero el que estableció el estándar, en tiempos en que no se podían mostrar colmillos ni sangre, fue Lugosi.
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