El 16 de septiembre se estrena “Cry Macho”, la nueva película del veterano actor y director que en mayo cumplió 91 años. Es una road movie sobre un vaquero veterano y alcohólico que acepta rastrear en México al rebelde hijo de su ex jefe. En la línea de “Gran Torino” y “La mula”, Eastwood reelabora los códigos de su propio itinerario cinematográfico.
Warner Bros., HBO Max En Cry Macho , Eastwood vuelve a revisar (como hizo en Gran Torino y en Los imperdonables ) la naturaleza de los personajes que lo llevaron al estrellato en los ?60 y 70?.
Si no se hubiera puesto a dirigir películas, Clint Eastwood igual tendría a estas alturas el rango de mito del cine. Es que con sus personajes del cowboy de pocas palabras (en la trilogía del dólar de Sergio Leone) y el duro inspector de policía (en “Harry, el sucio”, de Don Siegel) hizo suficientes méritos para quedarse en el imaginario popular. Pero se puso tras las cámaras y ensanchó su universo artístico, gestando un legado heterogéneo (algunas películas malas, otras regulares y un puñado de obras maestras) con rasgos autorales que lo emparentan a los maestros con los cuales se formó.
A los 91 años, Eastwood sigue en actividad y el 16 de septiembre se estrenará “Cry Macho”, que dirige y protagoniza. Se trata de una road movie ambientada en Texas a fines de los ‘70, cuando una ex estrella de rodeo y criador de caballos retirado acepta un pedido de su antiguo jefe, que consiste en traer a su hijo desde México de vuelta a casa. Como un modo de acercamiento al fascinante mundo del cineasta, ofrecemos un repaso de su obra a través de diez de sus películas.
“El fugitivo Josey Wales” (1976): El debut como director de Clint Eastwood fue a través del thriller “Play Misty for Me”, en 1971. Sin embargo, fue con esta cinta en la cual le tomó la posta a Philip Kaufman, cuando empezó a moldear su propio estilo propio. Con las lecciones bien aprendidas de parte de sus maestros Sergio Leone y Don Siegel, extrae poesía de las situaciones más violentas y oscuras. Sin apuro, tomándose el tiempo necesario para reflexionar y explorando las distintas dimensiones de los personajes, logra uno de los mejores westerns de los ‘70, una venganza que se cuece a fuego lento en el contexto de la Guerra de Secesión.
“El jinete pálido” (1985): tres décadas y medias después del estreno de “Shane, el desconocido”, de George Stevens, Eastwood toma la estructura central de esa historia (un cowboy desconocido llega a un pequeño poblado para defender a sus habitantes de la tiranía), le otorga un tono mucho más sombrío y le agrega estilizadas dosis de violencia. En sus personajes contradictorios y desdichados, sus enfrentamientos a tiros desprovistos de elegancia y sus escenarios naturales exuberantes el director prefigura temas que luego profundizará en “Los imperdonables”. El final, con resonancias a las películas de Sergio Leone, es mítico.
“Cazador blanco, corazón negro” (1990): Esta película, que se puede incluir dentro del subgénero de “cine dentro del cine” es una rareza dentro de la filmografía de Eastwood. Entre el drama y la aventura, reconstruye en forma de crónica los diversos avatares que precedieron al rodaje de “La reina de África”, la película que John Huston rodó en 1951. El director viajó a África antes de la filmación para, supuestamente, localizar los exteriores. Pero su objetivo era cazar un elefante. A través de una narración inteligente, que nunca pierde pulso y mantiene el suspenso, Eastwood habla de las obsesiones.
“Los imperdonables” (1992): Hacía veinte años que el guión de David Webb Peoples iba de mano en mano en los estudios de Hollywood hasta que Eastwood sintió que era el momento adecuado para filmar este western crepuscular. Con una maestría equiparable a la de los grandes maestros del género, el director establece una sombría revisión de aquel Oeste idealizado, en el cual los duelos a tiros y los asaltos a diligencias parecían glamorosos. Por el contrario, aquí todo es sucio, doloroso y difícil. Eastwood se reserva el papel principal, pero Gene Hackman, Morgan Freeman y Richard Harris realizan impresionantes roles secundarios.
“Los puentes de Madison” (1995): La historia romántica más verosímil y lograda de los ‘90 no estuvo interpretada por jóvenes carilindos, sino por un hombre y una mujer maduros que se conocen y se replantean sus vidas. Meryl Streep, es una ama de casa consagrada a su familia. Eastwood, un fotógrafo aventurero de National Geographic. Se cruzan por casualidad en el entorno idílico de los puentes que dan título al film y surge el amor. Con modestia, sutileza y sin trampas narrativas, el director es capaz de recapacitar sobre los sueños, los mandatos, la rutina, el paso del tiempo, la cercanía de la muerte y sobre las inesperadas fisonomías de la pasión.
“Río místico” (2003): Si se hubiera estrenado un año antes o un año después, este film hubiera ganado el Oscar a la Mejor Película. Pero “El Señor de los Anillos: el retorno del Rey”, se convirtió en la gran triunfadora. Eso no le quita un ápice de gloria a esta impresionante mixtura de thriller y drama, que sirve de vehículo de lucimiento para sus plantel de intérpretes, en especial para Sean Penn, Timb Robbins, Marcia Gay Harden y Laura Linney. Eastwood lleva a la pantalla la novela de Dennis Lehane que habla sobre dos tragedias que envuelven a un grupo de personajes en un intervalo de 25 años. A partir de esto, desarrolla temas dolorosos como el abuso, la justicia por mano propia, la amistad y el destino.
“Million Dollar Baby” (2004): Ni bien se estrenó, quedó ubicada entre las películas de boxeo más logradas de todos los tiempos, a la altura de “Toro salvaje”, “Rocky”, “Fat City” o “El luchador”. La recurrente premisa del ring como metáfora de la vida, es abordada por Eastwood a través de una narración firme y de resonancias clásicas, que se alimenta de la potente actuación de Hilary Swank, una protagonista mujer en un mundo varonil. La anécdota de un viejo entrenador, ya en decadencia, que decide entrenar a Maggie Fitzgerald (Swank), una joven de fuertes convicciones que está resuelta a boxear, es el punto de partida para una lírica y aguda observación sobre la condición humana.
“Gran Torino” (2008): Películas muy distintas entre sí como “Cuando huye el día” de Ingmar Bergman y “Up! una aventura de altura” de Pete Docter y Bob Peterson trabajan sobre la temática de la vejez, con resultados muy satisfactorios. Eastwood deja su propia mirada al respecto en este trabajo en el cual desliza puntos de vista que profundizará en “La mula”. Walt Kowalski es un veterano de la guerra de Corea que ha enviudado y se dedica a cuidar en exceso su coche Gran Torino de 1972. Obligado por las circunstancias, se tiene que adaptar a los cambios que se producen en su barrio con la llegada de inmigrantes asiáticos. Además de la madurez, Eastwood trabaja el tema de los prejuicios y la aceptación.
“Francotirador” (2014): Si en “La conquista del honor” y “Cartas desde Iwo Jima” dejó su visión sobre el honor, el patriotismo y la fuerza de las tradiciones durante la Segunda Guerra Mundial, en esta traslación a la pantalla de la autobiografía del marine Chris Kyle, un tejano que batió el récord de muertes como francotirador del ejército norteamericano, el director se adentra en los desafíos morales que imponen las guerras modernas. Levantó polvareda por sus implicancias ideológicas, pero cinematográficamente el film es inobjetable. No hay una clara bajada de línea, el espectador puede sacar sus propias conclusiones. Sobresalen las secuencias bélicas, no tanto las domésticas.
“La mula” (2018): Un octogenario en quiebra accede a realizar un trabajo para trasladar droga para un cártel mexicano, mientras un agente de la DEA le sigue la pista. Puesto así, no dice mucho, pero en manos de Eastwood, devenido en uno de los mejores cineastas norteamericanos de las últimas décadas, es el vehículo para contar, sin altisonancias ni golpes bajos, la historia de un hombre común y corriente que toma una decisión extrema. Esta especie de road movie de la tercera edad, donde hay un viaje que se parece más a un último acto de rebeldía, se habla de muchas cosas a partir de la simpleza. No fue ubicada por los críticos entre las mejores obras de su autor, pero sin duda se incorpora sin demasiados problemas a su cuantioso legado.