El Litoral
La actriz mexicana dice que se salvó de ser violada por el productor.
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Hollywood ya no es el mismo lugar de silencios y complicidades. Y Salma Hayek es la última en denunciar, pero además en conmocionar a la industria cinematográfica y al mundo. Mediante una extensa carta en The New York Times salió a gritar todo lo que tuvo que callar para llegar a ser la actriz que es hoy.
"Mi monstruo, Harvey Weinstein", tituló su columna la mexicana de 51 años. Y se refirió de extensa manera a Harvey Weinstein, el productor acosador que contabiliza más de 60 denuncias de acoso y/o abuso sexual.
"Harvey Weinstein era un cinéfilo apasionado, alguien que tomaba riesgos, un promotor del talento fílmico, un padre amoroso y un monstruo. Durante años, fue mi monstruo",escribió. "En este otoño me abordaron reporteros para hablar sobre un episodio de mi vida que, aunque es doloroso, pensé que había superado. Me había lavado el cerebro a mí misma, convenciéndome de que ya se había acabado y que había sobrevivido", se animó.
"Eludí la responsabilidad de pronunciarme en público al respecto con la excusa de que ya había suficiente gente involucrada en poner los reflectores sobre ese monstruo personal. No pensé que importara mi voz o que usarla haría la diferencia. ¿Por qué durante tantos años había mantenido una relación cordial con un hombre que me hirió de manera tan profunda?", siguió.
"Estoy orgullosa de mi capacidad para perdonar, pero el simple hecho de que estaba apenada por tener que describir los detalles de eso que había perdonado me hizo preguntarme si realmente había hecho las paces con ese momento de mi vida. Por fin empezamos a tomar conciencia sobre el vicio que ha sido socialmente aceptado y que ha insultado y humillado a millones de niñas como yo, porque dentro de cada mujer hay una niña", continuó Salma.
"Me inspiraron aquellas que tuvieron la valentía de decir algo, especialmente en una sociedad que votó por un presidente que fue acusado de acoso y abuso sexual por más de una decena de mujeres y a quien hemos escuchado decir que un hombre en el poder puede hacer prácticamente lo que quiera con las mujeres".
"En los catorce años que transcurrieron desde que pasé de colegiala a estrella de telenovelas mexicanas a ser extra en algunas películas estadounidenses y a tener un par de golpes de suerte, Harvey Weinstein se había convertido en el gran mago de la nueva ola del cine que llevó contenido original a las grandes audiencias. Al mismo tiempo, era impensable que una actriz mexicana aspirara a ser parte de Hollywood. Y aunque había comprobado que esa idea era errónea, todavía era nadie".
La carta sigue: "El imperio de Weinstein, que en ese entonces era Miramax, se había vuelto el sinónimo de calidad, sofisticación y de tomar riesgos. Lo conocía un poco gracias a mi relación con el director Robert Rodriguez y la productora Elizabeth Avellan, quien era su esposa en ese entonces y quien me había acogido bajo su tutela tras hacer algunas películas con ella. Lo único que sabía de Harvey en ese momento era que tenía un gran intelecto, que era un amigo leal y que era un hombre de familia. Con lo que sé ahora, me pregunto si no fue sólo mi amistad con ellos -así como con Quentin Tarantino y George Clooney- lo que me salvó de ser violada".
El fuerte testimonio crece párrafo a párrafo: "No sabía que muy pronto yo tendría que decir no. No a abrirle la puerta a cualquier hora de la noche en hotel tras hotel y locación tras locación donde se aparecía inesperadamente, incluido un sitio en el que estaba rodando una película en la que él ni siquiera estaba involucrado. No a bañarme con él", detalló.
"No a dejarlo que me viera bañarme. No a dejarlo que me diera un masaje. No a dejarlo que me hiciera sexo oral. No a desnudarme junto con otra mujer. No, no, no, no, no… Con cada rechazo surgía la ira maquiavélica de Harvey. No creo que odiara nada más que la palabra no".
"Sus tácticas de persuasión iban desde hablar dulcemente y prometer cosas hasta aquella vez que, en un ataque de ira, dijo las palabras más temibles: “Te voy a matar, no creas que no puedo. Cuando finalmente quedó convencido de que yo no iba a ganarme la película como él esperaba que lo hiciera, me dijo que le había ofrecido el papel y mi guion, hecho con años de investigación, a otra actriz. Para él yo no era una artista; ni siquiera era una persona. Era una cosa: una nadie, sólo un cuerpo".
"Me destruyó el alma porque debo confesar que en ese momento, abrumada por una especie de síndrome de Estocolmo, quería que me viera como una artista: no sólo una actriz capaz, sino alguien que podía identificar una historia que valía la pena contar y que tenía la visión para contarla de una manera original".
Fuente: Clarín Espectáculos