"Una felicidad repulsiva": cuando lo cotidiano se vuelve extraño
El autor de “Crímenes imperceptibles” propone esta vez un universo donde se entrelazan lo inquietante y lo familiar.
Guillermo Martínez es un escritor y matemático argentino. En 2019 ganó el Premio Nadal de Novela por Los crímenes de Alicia. Foto: Gentileza Alejandra López
Según la Real Academia Española, perturbar es “inmutar, trastornar el orden y concierto, o la quietud y el sosiego de algo o de alguien”. Eso es lo que le ocurre a los personajes de los relatos incluidos en “Una felicidad repulsiva”, de Guillermo Martínez, que acaba de reeditar Planeta. Y, por extensión, al que se atreve a sumergirse en esos pequeños mundos que conservan, al mismo tiempo, cierta autonomía pero que encadenados integran un cosmos mayor, donde lo que prevalece es el desconcierto. Hay algo que se desajusta y que deriva en un interrogante para el lector ¿Cómo se va a reacomodar esa estructura que acaba de ser subvertida?
Juan Bosch creía en el cuento como un género literario escueto, que no debía construirse sobre más de un hecho. Martínez mantiene ese postulado, pero en el marco de esa sobriedad ofrece historias que pueden provocar muchas cosas, salvo desapego. A veces, como ocurre en el cuento que da título al libro, lo que prevalece es la extrañeza. Un sentimiento tan pueril como la admiración con espuma de envidia deriva hacia lo fantástico. En otros casos, como “Un gato muerto”, la ambigüedad es evidente, como en el film de Roman Polanski “El bebé de Rosemary”. Los sucesos descritos pueden ser tanto producto de una serie de casualidades como de algún conjuro, que está apenas sugerido.
Gentileza Planeta
“El I ching y el hombre de los papeles” y “Deja vú o los reinos de la posición horizontal” conjugan con el tono de enrarecimiento que salpica a todos los relatos, pero en estos casos predomina lo esotérico. Por sus referencias a conocimientos, prácticas o enseñanzas reservadas a un grupo reducido de personas inaccesibles o incomprensibles para el que no maneja ciertas claves.
El autor también incluye una mirada sobre la muerte de León Trotski, el líder de la Revolución Rusa. Y apela al humor (negro), que está presente en relatos como “Lo que toda niña debe ver”, aunque el autor se maneja en los límites. En esa misma pieza, Martínez alude a una estrofa mal traducida de una canción en inglés que bien podría utilizarse para describir su libro: “Qué extraño es el mundo / por qué la gente no anda / en estado de perpetuo asombro está más allá de mí”.
Creador de atmósferas
Escritor y matemático, Guillermo Martínez combina de manera magistral el arte de narrar con un poder con precisión y capacidad de síntesis. Igual que en su volúmen “Infierno grande”, de 1989, en “Una felicidad repulsiva” crea historias complejas e intrigantes. Aunque lo que se jerarquiza una y otra vez es la capacidad para generar atmósferas propicias, que acuerdan con el tono elegido para cada cuento. Espacios cotidianos, anodinos, como un apacible complejo de departamentos como cualquier otro de una gran ciudad, adquieren de pronto otra dimensión, sobrecogedora.
Gentileza
Matínez demuestra un entendimiento respecto a cómo las emociones humanas, como hilos invisibles, conectan a sus personajes con el lector. En cada relato, se percibe la tensión entre lo banal y lo extraordinario, un tira y afloja que mantiene al lector en un estado de alerta constante. La obra invita a una reflexión íntima: en un mundo donde lo absurdo puede ser lo más real, ¿hasta dónde estamos dispuestos a ir en busca de respuestas? Así, “Una felicidad repulsiva” es como un espejo distorsionado que confronta al que lee con sus propias inseguridades. Lo deja en suspenso, con la promesa de que lo que cree conocer puede desvanecerse en un instante.
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