La historia de los dos conciertos de Arthur Rubinstein en el cine Colón
En junio de 1937 el pianista polaco, considerado uno de los mejores del siglo XX, ofreció una velada donde hoy se encuentra la sala de ATE Casa España. “Una profunda emoción brindaron los dedos mágicos del artista”, señaló El Orden. En julio de 1940 volvió a presentarse en la misma sala. El Litoral resaltó su “brío y riqueza expresiva”.
Archivo El Litoral Rubinstein basó buena parte de su carrera en interpretar las obras de Frédéric Chopin. En varios casos, los resultados se convirtieron en paradigmas.
Santa Fe, con más de 400 años de vida, fue y es un faro en términos de actividad cultural. No sólo por lo que se gestó en esta ciudad en las distintas disciplinas, sino también por las visitas de ilustres artistas que recibió a lo largo de su historia. Una de las páginas significativas al respecto tiene que ver con los dos conciertos que ofreció, en las instalaciones del cine teatro Colón (inmueble donde actualmente está ubicada la sala de ATE Casa España) el que está considerado uno de los mejores pianistas del siglo XX, Arthur Rubinstein.
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Foto: Archivo El Litoral
El primero fue el 27 de junio de 1937 y según consigna el diario El Orden en su edición del martes siguiente, sobrepasó todo lo previsible. “Rubinstein ha llegado y se encuentra en un plano que no admite ya opiniones, sino tan sólo ponderaciones. Pero si queremos destacar de entre todo la manera grandiosa y magistral con que interpretó la sonata Appassionata de Beethoven, tan conocida de los músicos pero tan pocas veces escuchada a tal grado de comprensión por parte del ejecutante: maestría técnica, un exacto sentido de la idea creadora del genio de Bonn, todo se unía en las dos manos del pianista”, afirma el cronista.
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De la histórica velada, organizada por la Asociación Amigos del Arte, también rescata el diario santafesino el temperamento “exuberante y comunicativo” puesto de manifiesto en las interpretaciones de Chopin. Y al referirse al tramo del concierto dedicado al compositor Isaac Albéniz, apunta que “no hay superlativo en el diccionario capaz de traducir el cúmulo de impresiones que produjera su hechicera interpretación de la obra póstuma del gran maestro hispano”. Describe después el cronista que “el público prorrumpió en aplausos insistentes, llegando a una especie de delirio, gritando, pateando y reclamando el bis que impresionó vivamente al artista”. Durante esa visita a Santa Fe, Rubinstein pasó también por el Centro Español, ubicado en calle San Martín al 2200, al cual donó el piano de cola traído de Europa.
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La segunda presentación del afamado pianista fue en julio de 1940. De esto dejó constancia el diario El Litoral, en su edición del 31 de julio. Esta vez, el concierto arrancó con obras de César Frank y Schubert, para continuar con Ravel y Prokófiev, “cuya sugestión diabólica, que exige un serio esfuerzo al ejecutante, fue asimismo apreciada en su justa interpretación por el público”, según indica la crónica. Debussy y Chopin, donde Rubistein pudo “demostrar la riqueza de su sensibilidad” fueron los compositores convocados en el siguiente tramo. “En la tercera parte, de música española, de Albéniz y Falla, todo el brío y la riqueza expresiva del maestro tuvieron ocasión de lucirse con prodigalidad con una exuberancia que arrancó calurosos aplausos al público”.
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Mito del siglo XX
Arthur Rubinstein, aquel que alguna vez señaló que “acariciar el piano es mi alegría”, es una parte esencial de la mitología musical del siglo XX. Nacido en Polonia en 1887 y fallecido en Ginebra a finales de 1982, dejó un legado que llevó a considerarlo uno de los mejores pianistas de su tiempo. A pesar de que recién fue reconocido en forma extendida cuando promediaba su carrera, los entendidos señalan que su modo de interpretar y llevar sentimiento a las obras era inigualable, lleno de matices. Algún crítico llegó a plantear que “cada nota que tocaba era un llamado al corazón del oyente”.
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Su trabajo influyó en varias generaciones de músicos, entre ellos los argentinos Daniel Baremboin, Martha Argerich y Bruno Gelber. Sus interpretaciones de Beethoven, Chopin, Schubert y Brahms son especialmente valoradas por su enfoque moderno. Y por su expresividad, algo que su propia esposa Nela destacó en una oportunidad: “Todo le salía en la música: la felicidad, la amargura, la desesperación, la plenitud de la vida, lo individual”.
Pero más allá de su talento, era admirado por otros motivos. El propio Baremboin, en una entrevista concedida en 1988 a El País de España consideró a Rubinstein como “un monumento a lo sano y a la naturalidad musical, el artista anti neurótico por excelencia, cualidad que inspiraba a los que le rodeaban”. Se recuerda también su amparo a compositores como Stravinski y Manuel de Falla cuando ambos atravesaron penurias.
Enrique Franco, en un artículo publicado por el diario El País de España el 21 de diciembre de 1982, un día después de la muerte de Rubinstein, escribió: “no hay intérprete auténtico, sino sonido propio, y el de Rubinstein fue, desde su juventud, neto y cristalino, transparente hasta cuando -por necesidades de la música interpretada- se tornaba denso y consistente”.