Manuela Sáenz: la mujer que tomó
las armas en el siglo de lo urgente
Florencia Canale dedicó su libro “Bastarda” a la que fuera una figura central en la independencia hispanoamericana. Simón Bolívar, con quien mantuvo un romance, le otorgó el título de Libertadora del Libertador. “Era una mujer que provocaba estupor, iba vestida como soldado, con las pistolas en la cintura y le marcaba los enemigos a Bolívar”, contó la autora.
Manuela Sáenz y Aizpuru (1795 - 1856) fue amante de Bolívar, lo acompañó en todas sus campañas y hasta le salvó la vida. Desafío las normas de su tiempo: vistió uniforme militar, aprendió a usar armas, desarrolló tácticas de espionaje. Foto: Archivo El Litoral
Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru conocida como Manuelita Sáenz ocupa hoy el mismo lugar que el resto de los próceres de la independencia hispanoamericana. Sus acciones heroicas en favor de ese proceso histórico del siglo XIX le valieron varias distinciones. Mantuvo una relación sentimental con Simón Bolívar, pero sobre todo compartió con él los ideales de la campaña libertadora, en la cual ocupó un rol activo que incluyó el manejo de las armas, el uniforme militar y la capacidad para desmontar un motín. Esa figura femenina de rasgos tan definidos fue la elegida por la escritora Florencia Canale para armar su nuevo libro “Bastarda: Manuela Sáenz, amor y desmesura de Simón Bolívar”, que editó Planeta.
La escritora Florencia Canale con un ejemplar de su flamante libro. Foto: Gentileza de la autora
“La elegí porque fue una de las mujeres más importantes del proceso independentista de América. Y por todos los detalles de su personalidad, que son impresionantes, sobre todo para esa época, en que las mujeres estaban relegadas. Ceñirla con el título de ‘amante de Simón Bolívar’ le queda corto. Fue muchísimo más que eso”, explicó Canale en una entrevista concedida a este medio. “Sobre Bolívar, San Martín y Manuela Sáenz hay mucho escrito. No es difícil recabar información. Manuela fue reivindicada en América del Sur tras estar muchos años silenciada. Por supuesto, hay una leyenda sobre su figura, pero la construcción de los héroes históricos es mítica. Hay una suerte de diario de ella respecto al cual se discute si es apócrifo o no. Yo elijo creer que no es apócrifo. Y me parece interesante. Ella también fue una cronista de su tiempo y es válido tomarla así”, manifestó.
-Es interesante el enfoque ya que posás la mirada sobre una época en la cual esa construcción mítica que mencionás se hizo sobre varones, salvo algunas excepciones.
-Las mujeres, en el siglo XIX, son consideradas sujetos “en relación a”. Madre, amante, hija. En general, nunca per se. Y menos en el espacio público. Por eso esta mujer es tan impresionante. Por supuesto que fue destacada, al principio, porque fue la amante de Bolívar, pero esta novela intenta contar quién fue. Porque Manuela ya era alguien antes de Simón Bolívar. Era Caballeresa de la Orden del Sol nombrada por San Martín. No era una señora que estaba bailando en una fiesta, se lo cruzó a Bolívar, se hicieron ojitos y comenzaron un tórrido romance. Esto fue así, pero era una interlocutora interesante para Bolívar y él era un interlocutor interesante para ella.
-Incluso fue una mujer que empuñó las armas. Se salió completamente del molde.
-Claro. Era, en todo caso, imprudente. Una mujer temeraria. Si yo hubiera estado por ahí, le hubiera dicho que sería mejor tener un poco más de cautela. Porque no medía consecuencias. Pero me parece que no podía medir porque era una persona brillante y preparada pero dominada por desmesura. Causaba estupor y terror. Iba vestida como un soldado, con las pistolas en la cintura. Había ido a la guerra. Era impaciente, intolerante. Era ella quien le marcaba los enemigos a Bolívar. Incluso él le decía: “pare un poco”.
"Bolívar le pidió consejo a Manuela antes de viajar a Guayaquil para el famoso encuentro", recordó Canale. Foto: Gentileza Planeta
Consejera
-Tal vez no se dimensiona el papel que ocuparon las mujeres para que hombres como Bolívar lleguen a ser lo que fueron.
-En el Alto Perú, hubo mujeres que podrían haberse quedado en su casa, abanicándose y disfrutando la vida. Y tomaron la decisión de involucrarse profundamente con el proceso revolucionario. Proceso, además, mucho menos lineal que el nuestro. Bolívar le pidió consejo a Manuela antes de viajar a Guayaquil para el famoso encuentro, porque ella lo conocía.
-Eso marca que estos hombres veían más allá de su propio contexto.
-Bolívar atendía a Manuela con interés y respeto, muchas veces desafiando incluso a sus camaradas. Cuando Sucre propone que la nombren capitana y Bolívar lo hace, muchos generales se indignaron. Bajándole el precio, diciendo que era porque él andaba revolcándose con ella. Por supuesto que ella compartía la cama con Bolívar, pero también larguísimas veladas intercambiando pareceres políticos y estrategia militar.
"Manuela ya era alguien antes de Simón Bolívar", expresó la escritora. Foto: Gentileza de la autora
Reivindicadas
-¿Cómo dialoga la figura de Manuela con esta nueva época donde la mujer ha ganado tanto terreno en relación al lugar que ocupa en el mundo? El hecho mismo de que escribas un libro sobre ella lo pone de manifiesto.
-Ya desde mi primera novela, “Pasión y traición”, que salió en 2011, que es la historia de San Martín y Remedios, me dedicaba a una mujer. Seguramente los aires de este tiempo, en los cuales las reivindicaciones feministas han vuelto a ponerse en el tapete, a algunos les llama la atención. A mí no. Me parece lo más normal. Manuela Sáenz no andaba pidiendo permiso ni anunciando en todo momento que era una mujer y que se le debía respeto.
-El contexto histórico, el siglo XIX, emerge como un terreno fértil para introducir las historias ¿Cómo es escribir sobre esta época de revoluciones, épica y transformaciones profundas?
-El siglo XIX, para América del Sur o para América, es el siglo del romanticismo. Todo es urgente, idealista, hasta el final. En todos los sentidos. En lo amoroso, pero también en lo político y en lo social. Es fascinante encontrar ahí el huevo o cigota que nos instituye hoy. Están los racionales, pienso en José de San Martín, alguien más medido y prudente. Y están los otros, a los que le hierve la sangre.