Edgardo Scott, escritor bonaerense radicado en Francia, presentó “Cassette virgen”. Es un libro de relatos autobiográficos que se vale de ese elemento para evocar una época específica como los ‘80 y los ‘90. Explora además sus posibilidades como metáfora de la subjetividad. “En un cassette, uno metía de todo”, recordó el autor.
Gentileza del autor Hoy lo autobiográfico está lleno de suspicacias, por decirlo de una manera elegante. Supongo que por la mala literatura.
Para el título de su nuevo libro, integrado por relatos autobiográficos, el escritor Edgardo Scott (nacido en Lanús, radicado actualmente en París) se vale de un objeto característico de las décadas de 1980 y 1990 que hoy se convirtió en una pieza de museo: “Cassette Virgen”. Es que en sus relatos, aparece el conurbano bonaerense, los amigos, los amores, los patios, la música. Tal como dice al respecto Eduardo Muslip: “en el libro se inscribe la voz de Scott, se ensaya, se reescribe, se vuelve a grabar. Quien nos ofrece un cassette virgen nos invita también a que demos lugar a nuestra propia voz”. De todo eso, de los desvelos del escritor, del trabajo paciente para descubrir una forma acorde a un contenido y de la subjetividad habló Scott en una entrevista.
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Foto: Grupo Editorial Planeta
-La potencia metafórica que tiene el título “Cassette Virgen” es muy fuerte. No sólo remite a otro tiempo, sino que también refiere a un mundo analógico y a la subjetividad, allí uno podía grabar su voz y de algún modo seleccionar su propia música ¿Cómo se conjuga ese poder metafórico con los relatos?
-Se conjuga un poco así, como lo decís. Estas cosas surgen como una aparición. Uno después las entiende mejor, las descifra. Pero al comienzo, cuando aparece un título es como cuando aparece un verso. Ahora, una vez que aparece uno empieza a tratar de entender hacia dónde va la cosa. En un cassette virgen, uno metía de todo. A veces tenía un destino muy puntual, como grabar un recital que transmitían en la radio. Pero en otros casos, sobre todo cuando en mi caso me dediqué a la música siendo adolescente, era también la posibilidad de meter material. Y la opción que era extraordinaria, aunque no aconsejada por los fabricantes de cassettes, era regrabar. Uno podía grabar algo y después otra cosa. Se iba deteriorando el sonido, pero lo podías hacer. El cassette tenía una disponibilidad absoluta para meter ahí todo lo que uno quisiera, como una guantera. Supongo que esa idea es la que encierra lo que llamaríamos subjetividad. O incluso si querés, hoy que está tan de moda, la identidad. Pensando la identidad como una caja de Pandora, ya que uno no es uno solo, sino que es muchos. Y ni que hablar cuando aparece la dimensión del tiempo y uno se ve como era a los 15, a los 20 o a los 30. Parece que estuvieras hablando de personas distintas. El cassette tenía todo eso, además de que recuperaba con precisión una época determinada.
Buscar un tono
-En el prólogo te detenés bastante en el tema de lo autobiográfico. Y de alguna manera exponés argumentos a favor y en contra respecto a lo autobiográfico como material para construir los textos. Esto marca algunas claves para leer los relatos.
-El prólogo lo hice por eso que decís y también, como se diría, para ahuyentar giles. Para que no vinieran a correr ni por izquierda ni por derecha. Además, me parecía que finalmente, y por eso le puse ‘primeras vueltas del cassette’, que ese prólogo tiene algo que ya se mete con el tono que van a tener los relatos. Finalmente, no deja de ser un escrito en primera persona, con una voz que se camufla con el resto de los relatos. O por lo menos esa era la idea. Hoy lo autobiográfico está lleno de suspicacias, por decirlo de una manera elegante. Supongo que por la mala literatura. Varios críticos o varios escritores encontrarán ahí muchos ejemplos de mala literatura. No me voy a poner en el papel de defensor puntual de lo autobiográfico, como tampoco defendería puntualmente el realismo, ni los relatos de ciencia ficción. Es todo literatura y a los que amamos la literatura nos parece un chiste que se pueda pensar que un género en sí mismo sea bueno o malo.
Gentileza del autor
Foto: Gentileza del autor
Forma y contenido
-En reiteradas ocasiones planteaste el problema de lo que uno quiere escribir y la forma que le va a dar.
-Ese es el problema de la literatura y, aunque suene pretencioso, del arte mismo. Muchas veces uno tiene sensaciones o impresiones que claramente tendrían un destino artístico o literario. Pero no siempre da con la forma. Hay algo del hallazgo de la forma y de la intensidad necesaria para esa forma que es verdaderamente evanescente en algún punto. La capturás o no. Y supongo que hay formas que son un poco más insistentes o que tienen una duración o una simplicidad que permiten empezar hoy, retomarlo mañana, continuarlo pasado mañana. Una persistencia que también permite que uno pueda abordarlas. Por eso siempre los escritores andamos o andábamos, con libretas. Cualquiera que empiece a escribir se da cuenta de que ese es el gran problema. No alcanza con tener una historia, sino que hay que dar después con la forma. Nos apasiona y atormenta a todos. Uno intenta buscar sistemas, claves para estar más cerca de ella.
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Foto: Gentileza del autor
Lo singular
-Sobrevolaste varios géneros: novela, ensayo, relato. ¿En cuál de ellos te sentís más cómodo?
-Por un lado, me pasa esa migración voluntaria e involuntaria a la vez, porque detesto la repetición. Se que suena un poco a cliché, pero me pasa. No me gusta repetirme ni me gusta que los otros se repitan. Cuando veo que alguien hace tres veces lo mismo, siento que me cambia la jerarquía. Me aburre, no me gusta, me genera un rechazo. Me parece que pierde la gracia. Tal vez porque uno siempre busca un tipo de forma que sea singular, única. Cuando pensamos en la forma ligada al arte, también pensamos en cierta singularidad. Es eso que pasó una vez. ‘Moby Dick’ pasó una vez. Me gusta ir cambiando y me siento igual de cómodo y de incómodo. Generalmente, cuando abordo un nuevo género, tengo a favor las ganas y tengo en contra el hecho de que nunca lo hice antes.