"La jaula de los onas": una travesía contra la crueldad
La última novela de Carlos Gamerro relata la odisea de Kalapakte, un indígena que fue secuestrado con su familia y exhibido en la Exposición Universal de París en 1889. Luego de muchos años, pudo retornar a su Tierra del Fuego natal. El escritor detalló la inmensa investigación que debió impulsar para poder elaborar su obra.
Gentileza del autor En la novela, Gamerro se propuso, con un objetivo secundario, contar la historia del pueblo selk?nam y sus tradiciones, cuya lengua original ya no se habla.
En “La jaula de los onas” el escritor Carlos Gamerro cuenta con detalle, multiplicidad de narradores y diversos recursos estilísticos una historia que expone a través de una serie de hechos ocurridos en el ocaso del siglo XIX el choque entre las culturas del extremo sur de América y las de Europa. Para eso, se vale de la aventura de Kalapakte, integrante del pueblo selk’nam de Tierra del Fuego. Este nativo fue secuestrado y exhibido con su familia como antropófago en la Exposición Universal de París realizada en 1889. Tras ser liberado, emprendió un titánico viaje para regresar a su terruño.
Gamerro se valió de fuentes heterogéneas para reconstruir y moldear la historia, conocida en el sur argentino pero menos en el resto de la geografía nacional. "La Patagonia trágica" de José María Borrero fue en cierto modo el inicio del largo camino para llegar a la novela. “La historia según la cuenta Borrero fue la primera versión que existió publicada. A veces, las primeras versiones, por más que puedan tener errores, se imponen y tienen larga vida”, explicó Gamerro en una entrevista concedida a este medio.
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De modo que, como si fuera un rompecabezas, utilizó diversas piezas para completar los espacios vacíos. Ahí aparecen piezas del Museo Salesiano de Punta Arenas, el propio Archivo Salesiano de Buenos Aires y la autobiografía del sacerdote misionero José María Beauvoir. “Después, dado que nadie sabe cómo hizo Kalapakte para volver de Europa a Tierra del Fuego, en la novela decidí ficcionalizarlo. Imaginé un largo viaje en compañía de su amigo Carl, un anarquista alemán a quién conoce en París” explicó.
Conocer a un pueblo
Para poder construir su novela de la forma más verosímil posible, el autor intentó conocer todos los detalles posibles sobre la historia y la forma de vida de los selk’nam. Para eso se valió del libro “El último confín de la tierra”, de Esteban Lucas Bridges. “Es alguien que convivió con ellos, aprendió su lengua y hasta fundó un sistema de dos estancias en Tierra del Fuego que funcionaban como refugio para que los selk’nam pudieran vivir plenamente según su forma tradicional”, indicó.
De todas maneras, Gamerro deja claro que su trabajo no se propone narrar los hechos con la fidelidad de un historiador. “Las versiones que encontré, algunas de ellas publicadas en libros, otras en archivos y algunas en testimonios orales, no encajan entre sí. Entonces la novela trata de respetar algunos de los hechos históricos fundamentales pero recurre a la ficción para imaginar otras posibilidades”, remarcó.
La construcción de los personajes
“En cada uno de los casos los imaginé, a partir de la investigación que realicé”, señaló el autor nacido en 1962 y creador de “Las Islas” y “El sueño del señor juez”. El primer capítulo, por ejemplo, está narrado por uno de esos típicos viajeros argentinos de clase alta que iban a París a fines del siglo XIX. “Sobre todo en momentos de la Exposición Universal, que fue muy atractiva para viajeros de todo el mundo pero sobre todo para los sudamericanos”, sostuvo Gamerro, quien trabajó este tramo de “La jaula de los onas” a partir de la lectura de las novelas o crónicas de viajes de autores argentinos de la época, como Eugenio Cambaceres y Lucio V. López. “A partir de ahí imaginé mi personaje, su forma de hablar y sus aspiraciones. En cada capítulo fui haciendo lo mismo”.
El espíritu de una época
La heterogeneidad de “La jaula de los onas” no se observa solo en su variedad de narradores, sino también en los distintos estilos que confluyen en su estructura. “Una característica es que cada capítulo tiene un estilo distinto. Hay otro momento en que el dilema de Kalapakte es no ya como volver a Tierra del Fuego, sino como comunicar de dónde viene. No habla ningún lenguaje europeo, ningún europeo habla su lengua. No puede leer un mapa occidental, algo completamente ajeno a su cultura. Lo llevan con un antropólogo aficionado, cultor de la antropometría, que suponía que se podía medir a las personas y determinar su procedencia. Este hombre lo mide, decide que es esquimal y lo manda al Polo Norte. Ahí decidí darme una mayor libertad en la ficcionalización. Para eso, no leí historias contemporáneas sobre los viajes de exploración al Polo Norte, leí las historias de los exploradores mismos. Así trabajé cada capítulo”, dijo.
De hecho, el único capítulo transcurre en Buenos Aires y está escrito como un sainete. “Es que ese es el género literario que captura ese movimiento, ese hervor de la ciudad de Buenos Aires de principios del siglo XX, con la llegada de los inmigrantes. Para todo eso, leí muchas obras teatrales de la época”, agregó.
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Pasión patagónica
Gamerro se propuso más que dejar su propio registro de la historia de Kalapakte. “Lo que mi novela puede lograr es ampliar un poco el conocimiento general en públicos de otras regiones de la Argentina y, con suerte, de otros países sobre esta época tan interesante, trágica en algunos aspectos y fascinante en otros. En la Patagonia hay algo que siempre me produjo mucha admiración, que es la gran pasión por la historia y la cultura. Uno entra en cualquier librería allá y lo primero que encuentra es una mesa con libros sobre la Patagonia o de autores patagónicos. Algo que no pasa en todos lados. La Patagonia no es mi lugar, pero me siento muy cerca. Es un lugar que tiene su propia resonancia mítica”, enfatizó.
Hospitalidad
Un concepto que utilizó alguna vez Gamerro para describir a las novelas decimonónicas fue su “hospitalidad”. Consultado respecto a si pudo lograr algo de eso en “La jaula de los onas”, señaló que espera que sí. “También es cierto que recurrí a una forma, una dinámica estilística que uno asocia más con el siglo XX. Esto que decía de que cada capítulo tenga un narrador distinto, un estilo distinto. Uno piensa en novelas sobre las cuales he escrito y trabajado bastante como el ‘Ulises’ de Joyce. Mientras que la típica novela del siglo XIX es más homogénea en su textura. Tiene una única textura narrativa. Incluso novelas largas como “La guerra y la paz” de Tolstoi es básicamente una manera de escribir y de narrar de principio a fin. Esto vale para Dickens, en buena medida para Dostoievski. Sin embargo, hay novelas del siglo XIX que tienen este formato más experimental, como ‘Moby Dick’, que es absolutamente fascinante. En ese sentido, en mi novela busqué un equilibrio entre las dos cosas”, cerró.