El salmón cumple 60 años en medio de una pandemia. En grupo o solo, marcó a fuego a muchas generaciones, y supo construir un discurso divergente y ecléctico, que se escapa a todo tipo de definiciones.
Archivo Había una filosofía, una estética, una convicción: seguir la misma dirección, la difícil . Se trataba de tensar los límites del género bautizado antigrabación .
El 22 de agosto de 1961 nacía en Buenos Aires Andrés Calamaro. Sesenta años después, multiplicando la profecía de una canción de Los Rodríguez, el ícono de la cultura popular argentina continúa abriendo caminos y no solo en el plano musical. ¿Cómo abordar a una personalidad en permanente mutación? ¿De qué modo pueden convivir la estrategia y el desenfreno en un solo artista? ¿Qué huellas podemos encontrar en aquello-que-no-existe, es decir, en el material inédito? A partir de tales interrogantes, nace una semblanza en vida por carreteras poco transitadas (y asombrosamente autobiográficas) de uno de los sobrevivientes de los '80 que se niega a envejecer a bordo de su dispositivo preferido: la creación incesante.
Camboya profundo
En el año 2000, Andrés Calamaro hizo su propio "Martín Fierro", como dijo alguna vez. "El salmón" rompió los esquemas de una industria discográfica que apenas olfateaba lo que pasaría con la emergencia de un nuevo formato: mp3. Las ciento tres canciones reunidas en cinco placas abonaron la premisa del músico de "retratar el siglo XX", tal como contó Walter Lezcano a El Litoral en 2018. Por ello, las referencias a libros, revistas, cine, series, figuras políticas, y mucha pero mucha música.
Los años que siguieron a la salida de "El salmón" no están contados con el mismo rigor que sus precedentes ni fueron registrados por aquella incipiente Internet. Calamaro decidió nombrar "ineditóxicos" a las producciones grabadas hasta 2003, que incluyeron música de películas, covers por doquier, mini-canciones generalmente sin estribillo, mashups y una propia emisora virtual (Radio Salmón Vaticano). Había una filosofía, una estética, una convicción: "seguir la misma dirección, la difícil". Un corazón clandestino. Se trataba de tensar los límites del género bautizado "antigrabación". Y de la industria, claro. Dejando ver que el estudio (casero o profesional) es su hábitat y su laboratorio, donde aflora el bricoleur de Levi-Strauss. Desde el mainstream, aunque tumbero y guerrillero, el Comandante enviaba sus señales a través de canciones, como aquella que dice: "la música es de aquellos que la quieren escuchar y de nadie más".
No es casual que el estudio funcionara en la casa de Andrés, y que su nombre fuera Deep Camboya. "Camboya profundo, aguas peligrosas y demasiadas cosas" cantaba en el track 5 del dedo 3 de "El salmón". Una síntesis de la afición hasta el fetiche por un film que atraviesa de pies a cabeza el universo Calamaro: "Apocalipsis Now". Entendiendo al proceso (de grabación) como un campo de batalla, al mejor estilo Symns, generó y esparció por la web cientos de canciones confeccionadas artesanalmente; esto quiere decir: bases similares, ruidos e interjecciones, volúmenes de voz desequilibrados, duraciones no radiables y algunos timbres delirantes. Después de todo, como confesó Melingo, "nos une la búsqueda y la experimentación; es parte de nuestra cocina de la música" (El Litoral, 2018). Dentro de ese repertorio deforme y auténtico, se encontraba "El palacio de las flores".
Estado Nebbia
"En el palacio de las flores había flores de todos colores. Quedaba en Basavilbaso, hace mucho que no paso por ahí". Si se lee el fragmento, probablemente aparece el grano de la voz de Calamaro en nuestra memoria. Hay un decir que lo caracteriza, con sus juegos y variantes, desde Los Abuelos de la Nada hasta el presente. La canción referida titula un álbum paradigmático, que contó con la complicidad de Litto Nebbia, y fue publicado en 2006, año prolífico para Andrés. Además, vieron la luz por esos días: "Raíces. 30 años" (también por Melopea) y "Tinta roja". Trovador, candombero, tanguero y (siempre) rockero. Un Calamaro puro, de muchas capas-escamas: un Calamaro en estado Nebbia.
El periodista y crítico Pablo Schanton, entrevistado por Lezcano, encuentra una conexión entre las tradiciones de Nebbia y Calamaro. "Calamaro retoma la búsqueda del ADN de la lengua popular para dar con una cadencia personal pero siempre argentina, obsesión de Litto Nebbia" (2018:169). Cuando se posa la mirada (y el oído), las confluencias se expanden. Hace 40 años era publicado "Sólo se trata de vivir".
El álbum, emblema del espíritu errante y experimental del cantante de Los Gatos, cuenta con dos piezas que parecen reflejarse a lo largo de la búsqueda de Andrés: "Canción del horizonte" y "Si no son más de las tres (El bohemio)". Sobre lo último, el disco editado en 2013 pone el foco en ese modo de vida rebelde (sí, pensemos en Moris) que vive de noche. Tal como expuso en sus emisiones de Radio Cuarentena, aguafuertes nocturnas de Instagram, donde llegó a reconocer: "Si hubiéramos hecho vivos [de IG] en la época de 'El Salmón' todavía estaríamos presos".
Respecto al horizonte, basta posarse sobre una gema que rescató junto a Fernando Cabrera para "Dios los cría" (2021). El cantautor uruguayo manifestó a El Litoral a propósito de Calamaro que "admiro en él cómo llega a profundidades con un lenguaje coloquial" (El Litoral, 2021). Llega un recuerdo reloco. Alguna vez me confesó Maxi Prietto, vocalista de Los Espíritus, que su canción favorita es, justamente, "Horizontes". Y la yapa: en un viaje al Sur, manejando de noche, casi dormido, escuchó los cinco discos. "Las letras largas, casi recitadas, me hacían sentir que alguien me estaba hablando".
Pedazos rotos
Cuenta la leyenda que el palacio de las flores estaba ubicado en Retiro, sobre una de las esquinas que desembocan en plaza San Martín. Abajo, había un gran depósito de rosas, claveles y calas, entre otras especies. La carga y descarga de material se hacía de noche. Según parece, adentro funcionaba un restorán para la gente que trabaja ahí; abría a las doce de la noche, cerraba de mañana. Trabajo nocturno, diría uno de los nuestros, Juan Manuel Inchauspe. Arriba, independiente del palacio, un salón de baile, una especie de milonga. Dicen que por la puerta de vidrio se podía espiar el comedor que, ya en ese entonces, lucía como un bodegón.
La canción que repone el lugar nació, según archivos inéditos, como cumbia y se fue constituyendo en uno de esos himnos que no cuenta con videoclip oficial. No asombra, si pensamos, por ejemplo, en "Paloma", "Tuyo siempre", "Alta suciedad", "Plástico fino", "Diego Armando Canciones"... o, en el disco mencionado, "Punto argentino", "El tilín del corazón" o "Mi bandera". Lo interesante del caso es la reconstrucción de un lugar situado en una época que opera como metodología del Calamaro resultante de los 2000. Tiene la dinámica de un travelling. Es un ejercicio de memoria emotiva y una necesidad de anclar ante tanta incertidumbre, en medio de la crisis de los 40 (pánico-en-Tacuarentown). A propósito de aquellos años, contó Andrés a este medio que "costó bastante reconfigurarse después de la 'terrible fiesta creativa de fin del milenio; pasaron muchos años y creo que sigo juntando los pedazos rotos del espejo interior". Y sentenciaba: "Algunas de mis grabaciones más interesantes las firmamos en aquellos años improbables" (El Litoral, 2018).
Salud, Andrés
Son muchos los inéditos que Calamaro filtró, entre 2000 y 2003, a través de páginas satélite, tales como Deep Camboya y Camisetas para todos. Al día de hoy siguen apareciendo maquetas y rarezas de distintos momentos… por no hablar de un género en sí mismo que ha cultivado desde sus primeros años musicales: las colaboraciones. En otras palabras, hay muchos Calamaros en un solo cuerpo: dos de ellos, son el oficial y el inédito, respectivamente. Tanto que podríamos visualizar múltiples discografías que se refutan y se retroalimentan de un modo misterioso y prístino, a la vez. De ese repertorio bastardo, y sin contar las piezas que fueron adoptadas por la familia conceptual de un disco, emerge "22 de agosto".
Allí, Andrés dice mucho, calla poco. Como si se filtraran las voces de sus padres, de su hermana Hebe Rosell (fundadora del combativo grupo Huerque Mapu), y el bagaje cultural absorbido casi sin saber del Instituto Di Tella. Resuena "Un poco de diente por diente". Aparecen hechos como titulares, balazos. La muerte de Gardel y el llanto de dos hombres, el cumpleaños propio y el de un tal Martín, la trágica coincidencia en 1972 con la masacre de Trelew y algunos "personajes" de esa historia: el marino Hermes Quijada, el gallego Fernández Palmeiro, el ERP. Los últimos versos repiten una frase, al borde de la enajenación: ¡loco, por el 22! Y acompañan las palabras de Miguel Dente, autor de la discografía comentada "Homogenio", en un diálogo con Peces en el Aire: "Las letras políticas de Calamaro son de las más densas del rock argentino". Termino de escribir esta nota y entro a YouTube. Salta un video subido hace cuatro horas: "Rodrigo Bueno, Andres Calamaro - Amor Clasificado I Video Oficial".