Ella es la nota discordante de nuestra historia.
Un intento por rescatar del olvido la historia jamás contada del fuerte de Sancti Spiritu (octava parte).
Ella es la nota discordante de nuestra historia.
Queriéndola pintar como víctima de la barbarie aborigen fue cinco siglos utilizada. Y en torno a ella se edificó un relato que espoleó el choque de dos culturas. Un choque que quizás, sólo quizás, podría haber sido menos sanguinario, más respetuoso.
Pero, como se sabe, la Historia analizada fuera de su contexto social, es sólo conjetura intelectual. Habladuría, especulación.
La dama de nuestra novela fue protagonista principal de, al menos, diez libros, todos de ficción. Pero el relato de base, fue la obra de Ruy Díaz de Guzmán; nombre que llegó a nuestros días por ser el primer historiador del Río de la Plata.
Su obra de 1612, cuyo nombre real es "Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata", narra los hechos desde el descubrimiento del Río de la Plata hasta la fundación de la ciudad de Santa Fe en 1573. Fue editada recién en 1836.
Allí se pinta a la joven como abnegada esposa del Capitán Hurtado, quien siguiendo a su marido convivió con los bárbaros en plan evangelizador, siempre aferrada a una medalla plata del sagrado corazón. Pobre Lucía, fue mal interpretada por el Cacique Mangoré, quien desde su brutalidad vio pasión, donde solo había amor cristiano.
Guzmán concluye su edulcorado capítulo sobre Sancti Spiritu, responsabilizando al Cacique Chaná de haber destruido el Fuerte con la intención de secuestrar a la mujer, lo que no pudo llegar a concretar por haber sido muerto en manos de los bravos españoles.
Es su hermano Siripó quien logra el cometido y al retorno del valiente caballero Don Hurtado, quien se había ausentado en busca de alimentos para todos, lo captura y obliga a mantener distancia. Mas, al no poder evitar la sana atracción por su esposa, ambos mueren torturados. Por si falta algo, es la india enamorada del cacique quien, por celos, delata a la pareja.
Este argumento precursor de telenovelas venezolanas, fue tomado como hecho histórico y replicado muchas veces con variantes de acuerdo al tiempo y lugar. Incluso, se dice que William Shakespeare, conocedor del relato que inspiró a Guzmán, utilizó la trama para su obra teatral "La Tempestad" que entre otra coincidencia, presenta como heroína a una doncella de nombre MIRANDA.
Relatos atravesados por la imaginación literaria del autor, que con el paso del tiempo, si no se confiesan tales, terminan aceptándose como hechos reales.
Vale dejarlo en claro, lo que sigue surge de la imaginación literaria de este autor, aunque gestado a la sombra del árbol de la historia real. O, quién sabe.
Sanlucar de Barrameda, Cádiz, España a comienzos de 1526.
-¡Maldito sea! Gritó en tono agudo Lucía Miranda desnuda, frente al espejo corroído y empañado del lavabo de la posada Bolaños, fijando su vista en la medalla del Sagrado Corazón que pendía de su cuello. El cuerpo, su cuerpo, le volvía a jugar una mala pasada.
Pelirroja y blanca como la espuma de levante, escuálida como mendigo, con un rostro dúctil, pese a su gesto pretendidamente masculino, y ahora con dos tetas, que comenzaron a crecer de la noche a la mañana, como volcanes preparándose para erupcionar.
¿Cómo seguir ocultando?¿Cómo seguir engañando?¿Cómo hacer para que los marinos del Puerto de Zanfanejos sigan creyendo que el joven Jesús de Miranda, a punto de embarcarse como contramaestre del bergantín San Gabriel era un adolescente, lampiño, un tanto débil, pero a un tris de convertirse en un auténtico hombre de mar?
Su febril decisión de viajar al nuevo mundo ya no podía postergarse. ¿A esta altura? No. Al amanecer embarcaría rumbo a las indias occidentales en la expedición de Caboto. Candidez y obsesión.
Como no podía ser de otra forma, la mentira duró hasta salir de Puerto. A nada de caer en las fauces de marinos impiadosos, fue rescatada por el Capitán Hurtado y llegó a destino después de un año embarcada encerrada y bajo llave, en la cabina del capitán.
¡Y en Sancti Spiritu se enamoró!
Fue deslumbrada, no de indio ni de español, del escenario.
La pureza del aire con impregnado olor a río y vegetal; el agua de miel y menta, las rondas del fuego de carne asada. El palosanto, las aves, el irupé y la libertad. Y la gente; la gente siempre atraída por su piel blanca y su cabello rojizo que había vuelto a crecer. Este era el Edén y ella quería vivir acá y morir acá.
Qué contrapuesto al mundo de los hombres de los barcos, siempre soñando con oro y plata. Crueles, dispuestos a todo.
¡Qué Dios distinto aquel de las iglesias a este del río, naturaleza y sol!
Lucía pronto se sintió una más, todos lo advirtieron.
Y un buen día, cambió la litera del Fuerte por la tierra apisonada del toldo; los cubiertos por las manos y las uñas, y su ropa europea por los cueros que le dieron las mujeres de la Tribu. Sólo conservó un recuerdo: la medalla plateada en su cuello.
Cuando los Chaná Timbúes se alzaron contra la esclavitud que imponía el europeo, ella supo claramente cuál era su lugar y desde la enramada vio partir con sentimientos cruzados, la última de las naves invasoras.
Nadie volvió a saber de su vida en estas tierras. Al menos nadie que sepa escribir.
Hace algunos días, luego de publicar esta versión, recibí el llamado de una vecina de Cayastacito, lugar del viejo cementerio indio. Luego de algunas vueltas vacilantes, me dijo que heredó de su padre un antiguo medallón del sagrado corazón, rescatado (rapiñado) entre los restos de aborígenes Guaraníes. Pienso viajar a verlo el sábado, pero no creo que sea.
Seguro se tratará del botín de algún indio ladrón, de esos que pintaba la obra de Ruy Díaz de Guzmán.
O, quién sabe.