El tesoro “trucho” del virrey Sobremonte
y el estafador que mantuvo en vilo al país
En 1938, Viernes Scardulla aseguró que había hallado, dos años y medio antes, tres cofres con oro y joyas en un río cercano a Venado Tuerto. Que perdió a manos de hábiles delincuentes porteños. Finalmente se comprobó que era una farsa para estafar a algunas personas y vengarse de otras. Los diarios santafesinos se hicieron eco del extraño “affaire”.
En uno de los tantos giros que tuvo el caso, Scardulla (foto) llegó a declarar ante el juez que “una voz interior le anunciaba que iba a hacerse rico”. Imagen ilustrativa / stock.adobe.com
En su libro de reciente aparición “Argentina bizarra”, Matías Bauso recopila historias insólitas que ocurrieron en Argentina en el siglo XX. La más sugestiva, en tanto metáfora de un país donde la figura del “chanta” ha adquirido rasgos míticos, es la de Viernes Scardulla. Un personaje singular que, a fines de los años 30 puso a una ciudad de la provincia de Santa Fe (Venado Tuerto) en las portadas de los diarios de todo el país. Y armó un “cuento del tío” tan complejo y detallado que muchos dieron por cierto.
Viernes dijo que había encontrado un tesoro. Que él pensaba que podía haber sido propiedad de un célebre curandero, pero que alguien le señaló que también podía ser el que abandonó el virrey Rafael de Sobremonte mientras huía hacia Córdoba durante las invasiones inglesas. Cuando estuvo acorralado por el peso de los hechos, Scardulla confesó que todo era una farsa, pero cuando el periodista Alfredo Serra lo halló en San Luis en su vejez, en los 70, se aferró nuevamente a su historia original y la volvió a contar al pie de la letra.
Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda
La historia de los tres cofres
Según el relato de Scardulla -que reproduce el diario El Orden de Santa Fe en su edición del 6 de agosto de 1938- en 1935 paseaba por las inmediaciones de Venado Tuerto y llegó a una estancia desolada. Mientras la cruzaba, vio un río de un cauce de unos cinco metros y se metió al agua. Sus pies dieron con una especie de bóveda de ladrillo de donde extrajo tres cofres, que a él le parecieron de acero. Se los llevó a su casa y allí descubrió que tenían un relieve semejante a un escudo, algo que lo llevó a pensar que podían contener objetos de valor. Se dedicó entonces, siempre de acuerdo a su relato, a consultar qué participación daba el Estado a los que hallaban tesoros. Estas averiguaciones lo llevaron a la ciudad de Buenos Aires.
Archivo El Litoral / Hemeroteca Digital Castañeda
Una vez en la capital argentina, fue citado en un inmueble cercano al Congreso de la Nación y, según sus dichos, abrió el cofre junto a dos funcionarios. Y afirmó que había alhajas, monedas y lingotes de oro. Una pequeña fortuna que los presentes estimaron en un valor cercano al millón de pesos de la época. Scardulla se fue de la reunión con un adelanto monetario y la promesa de que lo iban a contactar para seguir con las tramitaciones. Pero esto nunca ocurrió y el venadense se presentó entonces ante la Policía para realizar la denuncia.
Lo que siguió después es propio de una trama policial del cine negro. A partir de la intervención de la policía y la justicia, un hombre de apellido Valdivieso, acusado de retener el tesoro, se suicidó y se encontró que era poseedor de un anillo antiguo. Pero esto, que podría haber servido para corroborar los dichos de Scardulla, no cerró la historia ni mucho menos. Cuando un grupo de agentes viajó hasta el supuesto lugar donde Viernes había encontrado el tesoro, pero no encontraron los ladrillos correspondientes a la supuesta bóveda.
Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda
Casi al unísono, apareció un herrero que afirmó que Viernes le había encargado la fabricación de unos cofres que parecieran viejos y que fueran difíciles de abrir. Y algunos especialistas echaron por tierra la posibilidad de que pudiera haberse encontrado el tesoro de Sobremonte. El diario El Orden publicó, en su portada del miércoles 10 de agosto: “El hallazgo del tesoro fue solo una farsa”. Dos días después, el diario El Litoral tituló: “La Policía estableció que Scardulla urdió la farsa para salvarse”. Al parecer, el hombre urdió la trama para estafar a sus propios familiares. “Con la fábula del tesoro, creía salvar todos los actos ilegales cometidos”.
Más adelante, se conoció que Valdivieso, el supuesto funcionario que se había matado, en realidad era un ladrón con quien Scardulla había tenido tratos y a quien debía dinero. De modo que a los engaños, se sumó en este punto una traición.
Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda
Ladrones y espíritus
En la medida en que se fue profundizando la investigación, salió a la luz que Scardulla tenía deudas de juego, que poseía caballos de carrera y que poco tiempo antes le habían quitado un automóvil Lincoln por falta de pago y que había un almacén en Venado Tuerto que era una pantalla para que pudiera ejercer su profesión de curandero. A lo cual se sumaba que, según varios testimonios, la vivienda del hombre en Venado Tuerto era “sitio predilecto como refugio de individuos de mal vivir”, según publicó El Orden en el 9 de agosto de 1938.
En uno de los giros más extravagantes que tuvo el caso, Scardulla llegó a declarar ante el juez que “una voz interior le anunciaba que iba a hacerse rico”, que en una oportunidad sintió unos golpes en la espalda que atribuyó a un “espíritu iluminado” y que fue esa influencia sobrenatural la que lo llevó hasta el tesoro. Lo cierto es que, como revela Bauso en su libro, Scardulla pasó varios años preso. Luego vivió en San Luis donde, como señalamos al principio, ratificó la amplia lista de mentiras que había dicho respecto al “tesoro”.
Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda
Cuenteros ilustres
Viernes Scardulla tiene en su haber los méritos suficientes para ocupar un lugar destacado en la galería mundial de estafadores célebres y, cabe decirlo, dotados de una particular creatividad para urdir engaños. Tal vez la temeridad de este santafesino sea comparable solo con la de George C. Parker, que vendió el Puente de Brooklyn y la Estatua de la Libertad a multimillonarios o Victor Lustig que en la década de 1920 pasó a ser “el hombre que vendió dos veces la Torre Eiffel”.