Roberto Schneider
Roberto Schneider
Quién imaginó a lo largo de la historia de la humanidad una realidad como la que los seres humanos estamos transitando. La calle es extraña, está como agobiada por un silencio que no pasa, que no cede, que nos atraviesa. Como un vacío sin igual. Un modo de vida colapsó, porque esta pandemia arrasó con nuestras costumbres, nuestras cotidianeidades y lo previsible pasó a ser lo incierto. Estamos diferentes y también, por qué no, angustiados. Todo muta; todo es hasta “raro”. Ciertas rigideces se van modificando y debemos estar atentos a los cambios, a otras maneras y formas de entender la vida. Y, por supuesto, a los seres humanos.
A lo largo de mi extensa trayectoria como crítico teatral he sostenido que para conmovernos sólo hace falta un actor o una actriz con una vela que los ilumine, un texto poético y una dirección que aprecie ese discurso para que el teatro suceda, nos emocione, nos conmueva, nos haga reflexionar y hasta doler la panza. Ahí siempre estuvo -y estará- el teatro. Este tiempo histórico es absolutamente otro y los teatristas de todo el mundo continúan reflexionando acerca de cómo abordar el hecho escénico para poder llegar a los espectadores.
Teatro Uaifai de Capital Federal acaba de presentar la obra “La tortuga”, escrita y dirigida por Marcelo Allasino, una propuesta que vio la luz en La Máscara en diciembre del año pasado y que se iba a poder ver a partir de abril pasado en El Camarín de las Musas. Los mismos hacedores de lo que ahora se puede apreciar los jueves y sábados, a las 22, y por Internet, lo expresaron con precisa claridad: no es teatro tradicional ni se trata de teatro filmado o leído; es una experiencia escénica en vivo, con artistas en vivo, transmitida en vivo y en directo por Internet.
En el texto de Allasino se narra la historia de una mujer que tiene una videoconferencia con una ex compañera del secundario a la que hace 30 años que no ve. La protagonista acaba de ser operada de un tumor en la matriz. La maternidad no deseada es el eje estructurante de la pieza. Esa mujer que no cesa de hablar mira casi con desesperación e impaciencia a quienes estamos expectando, interpelándonos. Esa interpelación está presente en esta experiencia artística que seguramente los jóvenes disfrutarán por el cruce perfecto de varios lenguajes que contiene.
Cabe recordar aquí que lo específico del teatro es participar de una zona de lo sagrado, en la que no puede incursionar ninguna otra disciplina artística. El lugar donde finalmente sucede el hecho dramático es la mente del espectador; allí se transforma en vivencia. El espectador se siente en cierta forma testigo de lo que ocurre y esa vivencia pasa a formar parte de su experiencia de vida. El dramaturgo oficia con su obra como disparador. Escribe algo que está en el aire y que atrae su interés personal. Pero, si es portador de la cultura de su propia sociedad, va a coincidir necesariamente con el interés de otros.
Los sueños permiten elaborar lo que no se sabe, lo que no se ha podido pensar, lo que se teme. El teatro expresa lo que está antes del pensamiento, lo que políticos o filósofos todavía no pueden racionalizar. El concepto de teatralidad -tan difícil de definir- no pasa sólo por la estructura del texto ni por el uso de los recursos técnicos. Está dado por una percepción sensible de la intensidad del conflicto, del valor adecuado de la palabra y del silencio, del lugar del gesto y del lenguaje del cuerpo.
“La tortuga” es una pieza dedicada a investigar una teatralidad basada en lo corporal, lo visual, el hecho sonoro y la actuación. Desde la textualidad, Allasino habla de la lucha por el espacio propio casi como una metáfora de la lucha por la identidad. En un espacio reconocible, que marca el territorio de las acciones, se presenta esa mujer enfundada en un deshabillé abrigado construido con brocatos y matelassé, mientras habla con su amiga que vive en Vancouver y escucha (o no) publicidades de cremas para el cuerpo y cacao puro. “Ya vamos cayendo de a uno”, expresa, y la frase pega duro. Es un ser humano que vive su dolorosa existencia y a partir de la narración va contando todo su dolor.
La ropa que viste el personaje (excelente trabajo de Julia Barreiro y Gustavo Mondino -que mixtura a la perfección diseño y materiales- adquiere carácter protagónico, del mismo modo que el espacio y la iluminación del mismo Allasino y los objetos de Salvador Aleo; las fotografías de Leandro Bauducco y el diseño gráfico de Leonor Barreiro.
El punto más alto del montaje es la demoledora actuación de la excelente actriz Matilde Campilongo, con estupendo manejo corporal y una voz que expresa las diversas sonoridades de su atribulado personaje. Esta mujer que habita su particular universo parece desconocerse. La presencia del otro personaje vía Internet también la abruma, la sorprende, la angustia, le crea ansiedad. El perfeccionismo convierte a sus movimientos en una coreografía que tiene su principal desarrollo en una suerte de composición de danza que puede ser una muestra de poder frente al desconocido, pero también su arma de seducción.
Por momentos, con movimientos sutiles, la angustia va subiendo de tono hasta que se equipara en lo que termina siendo casi una lucha por seguir existiendo. La expresividad de la experiencia aporta a “La tortuga” un toque de extrañeza por el que se puede entrar en uno de los niveles narrativos de la pieza. Otro nivel presenta una historia bastante más dramática.
El relato va creciendo y cambiando de tono a medida que ella muestra las fuerzas y las debilidades con las que cuenta, para establecen un diálogo físico en el que a veces no caben las palabras, pero sí los sonidos de los silencios. Lo que bien podría haber terminado con el comienzo de otra historia se vuelve implacable. La imposibilidad de adecuarse y ceder posición frente a la mirada que del mundo tiene el otro no hace más que dejar un ser seco de soledad.
Allasino sorprende con los reflejos necesarios para un tiempo histórico adverso para la creatividad teatral. Su obra ratifica su búsqueda permanente en la expresión artística.