“Ciclo Bardero” es una serie de espectáculos producidos por Teatro del Bardo que se extenderá durante los viernes de marzo a las 21 en la Sala Leopoldo Marechal, situada en el Teatro 1° de Mayo (San Martín 2020). La actividad (que comenzó anoche, con la presentación de “Antígona, la necia”) reúne cuatro piezas del repertorio del grupo paranaense, las cuales, en su diversidad, fueron seleccionadas por ser “una tragedia griega, un clásico inglés en clave de humor, un thriller de suspenso y una comedia épica”.
Teatro del Bardo fue distinguido con el Premio Trayectoria Colectivo Teatral Región Centro Litoral, que otorga el Instituto Nacional de Teatro (INT), en ocasión de sus 20 años de trabajo en la región. Las próximas presentaciones serán “Chefpeare” (el viernes 13), “El corazón del actor” (el 20) y “Plan B o la deconstrucción del artefacto” (el 27). La entrada general tiene un valor de $ 200 (anticipadas $ 150); los mismos estarán a la venta en la boletería de la sala según disponibilidad de la misma.
El Litoral contactó a la actriz, directora y Valeria Folini para adentrarse en el universo de este colectivo escénico.
—¿Cómo surgió la propuesta de realizar este ciclo en Santa Fe?
—El Ciclo Bardero es una experiencia que surgió en 2018 en Paraná y tuvo como sede la querida sala Metamorfosis, que ya no existe. Hace varios años tenemos una fluida y creativa relación con el Teatro 1° de Mayo de Santa Fe y, esta vez, fue en una conversación con Fabián Rodríguez, que siempre apoya nuestras iniciativas y nos ayuda a llevarlas adelante; que nos pareció oportuno repensar el Ciclo ocupando los viernes de marzo en La Marechal.
—¿Cómo fue el proceso de selección de las obras a presentar, dentro del repertorio del grupo?
—Como te decía, repensamos el Ciclo Bardero, (que en su primera edición contenía sólo espectáculos unipersonales) en función de la sala que nos invita, la ciudad que nos albergará y el momento grupal que estamos transitando.
La selección la hicimos pensando en dos criterios fundamentalmente. El primero es reflejar la heterogeneidad de propuestas que conviven en Teatro del Bardo (a veces nos definimos como un grupo compuesto por grupalidades). Por esto, la grilla de obras seleccionadas está compuesta por una tragedia griega, un clásico inglés en clave de humor, un thriller de suspenso y una comedia épica.
El segundo criterio fue poner en visión la relación de nuestros espectáculos con grandes autores de la literatura. Quienes vengan a ver las obras del ciclo se encontrarán, también, con nuestro dialogo con Sófocles, Shakespeare, Poe y Brecht.
—¿Qué reflexiones genera al interior del grupo cada reposición de las obras, o cada año que vuelve al repertorio?
—La idea de repertorio es central en nuestro grupo. Cuando encaramos un nuevo espectáculo, está implícito que permaneceremos varios años haciendo funciones del mismo. Incluso hay espectáculos que sobrevivieron a los actores, actrices, directores o directoras que los construyeron originalmente. Tenemos muy aceitada una dinámica de reemplazos, que nos permite seguir haciendo las obras aún en casos de embarazos, enfermedades, viajes, otros proyectos personales, etc. Las obras para nosotres son una estructura dinámica que va cambiando conforme cambiamos nosotres y por ende, cambia nuestra forma de hacer teatro. El estreno es el inicio de un camino, sólo el primer paso. A partir de allí comienza el derrotero de la vida de la obra, que son las funciones. Las obras se hacen con el público. Intentamos construir materiales que nos interpelen, que nos abran preguntas, y entonces nunca dejamos de ensayar y nuestros espectáculos son siempre “obras en construcción”.
Sólo dejamos de hacer un espectáculo cuando consideramos que no tiene ya nada que ofrecer a quienes lo hacemos.
—En la presentación de “Antígona, la necia” vinculan el nacimiento de la democracia y el teatro en la Grecia clásica: una nueva forma de contar las tensiones entre individuo y comunidad, entre élites y pueblo. ¿Cómo revisan el teatro todo para referir esas tensiones transhistóricas?
—El teatro occidental encarna estas tensiones entre el individuo y la comunidad, porque su nacimiento está íntimamente ligado al surgimiento de la idea de democracia.
El teatro era el medio de propaganda más eficaz en la Grecia antigua de estas nuevas ideas que hoy se convirtieron en el sistema de gobierno más extendido y aceptado en la parte del mundo que nos toca vivir. Creo que no es solamente una nueva forma de contar estas tensiones que mencionas sino que viene a dar cuenta de nuevas tensiones, ya que comienza en esta época un proceso de individuación del ser humano/a que no existía hasta entonces.
El nacimiento del teatro surge cuando Tespis hace que un coreuta se desprenda del coro y hable, en primera persona, con el mismo. La gran revolución: las historias ya no se narran en pasado (épica) sino que suceden en el aquí y ahora de la expectación (drama). Si bien se siguen referenciando sucesos pasados, la trama es presente, y este diálogo la constituye. He aquí el teatro. Luego viene Eurípides y saca a dos coreutas del coro, Sófocles a tres... la peste ha comenzado.
Este procedimiento técnico que parece simple encarna el dialogo entre el hombre (coreuta) que se niega a seguir siendo gobernado por un rey o un tirano, y la comunidad (coro) que debe ser gobernada, y que a la vez, lo gobierna. Las primeras manifestaciones de este teatro, las tragedias, tienen en su interior todas las contradicciones no resueltas que debemos sobrellevar aún hoy quienes vivimos en democracia.
—¿Qué es lo que sólo el teatro puede contar o expresar, en una era de narrativas múltiples?
—La materia del teatro no es la narración ni la expresión. No puede aportar nada nuevo a la narrativa ni a la expresión de las subjetividades. Hay otras disciplinas artísticas más efectivas para ello: la música, la literatura, el cine, por ejemplo. Lo que el teatro puede hacer hoy, y por supuesto siempre lo hizo, es generar experiencias. Creo que el objetivo del teatro es generar la percepción de la alteración del tiempo-espacio de quienes concurrimos a la oscuridad de una sala. Lo que el teatro puede aportar es la posibilidad de participar de un ámbito que suspende, por un acotado lapso de tiempo, el discurrir cotidiano de nuestra existencia. Para que esto suceda, los actores y actrices deben ser oficiantes que convierten la aridez de la ficción en una ceremonia desterritorializada, pero anclada en el aquí y ahora.
Y lo realmente subversivo de esta disciplina es que tenemos que estar allí, tanto actores como espectadores, de cuerpo presente, sin ninguna mediación técnica, arriesgándonos al encuentro.
—¿Qué temas los interpelan como grupo hoy, y cómo se articulan con las búsquedas individuales de los integrantes?
—Un tema que nos interpela con mucha fuerza es la permanencia o no de nuestras obsesiones como artistas y la posibilidad de canalizarlas en una grupalidad como la nuestra, que cambia permanentemente. Concretamente, nosotres nos embarcamos al cumplir 20 años en la concreción de un sueño que es la construcción de nuestra Escuela, que es la casa del grupo. Mientras estuvimos en la diáspora que nos impusimos desde que nos echaron de nuestra anterior morada, estas obsesiones se articulaban casi exclusivamente con el trabajo creativo. Se imbrincaban y resolvían en los espectáculos.
La organización, que hasta el año pasado era dispersa y múltiple, heterogénea y anárquica, hoy encuentra un centro, en el espacio físico que ocupamos, y eso, como te imaginarás tiene sus ventajas y desventajas, que nos hacen repensarnos y repensar todas nuestras relaciones.
Al pensar en nuestras relaciones personales y profesionales, por supuesto, repensamos el teatro que hacemos, que nos es más que el producto de las mismas.
—Cuando estrenaron “Plan B o la deconstrucción del artefacto”, creada a partir del universo de Bertolt Brecht, decías que lo que más los unía a él era “la profunda sensación de tristeza que nos da lo que pasa, y a la vez el acto de resistencia que nos impulsa a gritar que no nos resignamos”. ¿Cómo se traduce eso al gesto técnico, al cuerpo del actor?
—Para nosotres la resistencia se traduce en la persistencia. Nuestros cuerpos de actores y actrices, y las afectaciones que se producen entre nosotres, están atravesadas por el trabajo diario. No hay otra cosa más que el trabajo. La acumulación de horas de ensayo, de horas de lecturas, de horas de montaje de luces, de horas de actuación, de horas de gestión. Pienso siempre en el concepto que usan los aviadores: “horas de vuelo”. Para ser actor o actriz de Teatro del Bardo, se requiere, solamente, tener horas de vuelo. Somos lo que hacemos. Quien dedica las mejores horas de su día a una disciplina, se convierte en un profesional de esa disciplina. Porque profesa la actividad. Independientemente de la calidad y los recursos económicos que consiga con esa actividad. Lo único que creemos podemos hacer para cambiar el mundo que nos entristece y enoja, es amanecer, preparar unos mates, e ir a actuar.
—El año pasado cumplieron dos décadas. ¿Cómo se ve este recorrido desde el presente, y cómo se proyectan a futuro?
—Con alegría. Cumplimos 20 años y nos sigue dando una profunda alegría ir al encuentro de los y las compañeras que hoy compartimos el grupo. Y eso es mucho.
Miramos para atrás y vemos muchos artistas que compartieron una parte de su recorrido profesional con nosotres y nos sentimos cerca de ellos y ellas. Nuestro grupo ha sido escuela de oficio, aún cuando no nos lo propusimos. Para mí, es de las cosas más importantes que nos pasaron.
Nos proyectamos siempre cambiantes, intentando impregnarnos de los actores y actrices que se acercan porque quieren ser parte de la grupalidad. Siempre aprendiendo, tratando de llevar el teatro a los lugares donde no se espera que haya tal cosa, de acercarnos a los espectadores, de ir a buscarlos.
—Una de las actividades en las que vienen profundizando es el trabajo pedagógico, siempre problematizando la posibilidad de la enseñanza y el aprendizaje del teatro. ¿Cómo se llega a una síntesis?
—Nuestra actividad grupal tiene su centro en el trabajo actoral. Algunos dirán, el teatro es más que eso, y tal vez tengan razón. Pero para “les barderes”, el corazón de la cosa, es el actor y la actriz. Por lo tanto, nuestro trabajo pedagógico parte de la formación actoral. Y allí nos encontramos con una paradoja: la actuación se puede aprender, pero no se puede enseñar. Y entonces, ¿cómo hacemos? Las estrategias que encontramos consisten en dinamitar el concepto docente-alumno, nadie enseña, todes aprendemos, el conocimiento circula, todes tenemos herramientas técnicas para socializar, todes podemos coordinar una experiencia para compartir conocimiento. El teatro, diría Artaud, es una peste, lo que queremos es generar ámbitos para propagar el contagio.