La Historia suele ser belicista. Está jalonada de batallas, revoluciones, conquistas a sangre y fuego e incluso exterminios de pueblos enteros. La literatura no. En ocasiones, numerosas y festejadas ocasiones, suele reflejar utopías de los hombres. El núcleo de nuestro ser.
¿Será, quizás, por eso que tiene más adeptos?
En el "Primer Desembarco" no hay excepción.
Los que más, pueden conocer que a Juan Díaz de Solís se lo comieron una de las tribus autóctonas; que Gaboto ordenó destruir algunos poblados ribereños o que el Fuerte de Sancti Spiritu terminó siendo atacado e incendiado por los Chaná Timbúes en septiembre de 1529.
Pero, como siempre sucede, hay otra historia, la desechada.
No todos los europeos vinieron a estas tierras en busca de tesoros metálicos.
Sebastián de Reyna y Lucía Miranda, llegaron impulsados por otras razones, o tal vez no, quizás cambiaron de idea cuando aterrizaron en la costa del Paraná.
Es muy probable que en ese inicio de la conquista, y luego, no hayan sido los únicos, quizás fueron muchos los que se enamoraron de estos lugares, tan inhóspitos como exuberantes.
Es que nuestra América del Sur era (es) un enorme vergel. Semejante al paraíso del que hablaban los libros sagrados.
Y ellos venían de una Europa dividida, atravesada por confrontaciones crueles, y profundamente despótica. Una Europa donde las clases dominantes, vinculadas con la monarquía, despilfarraban y el resto a duras penas lograba sobrevivir.
Pero sobre todo, venían de un mundo sin libertad y la libertad por acá era la regla de oro.
Sebastián de Reyna era el menor de una familia de agricultores de Adra, a la muerte de sus padres fue expulsado de las tierras familiares por su hermano mayor. La institución del mayorazgo privilegiaba a los primogénitos de manera abusiva, al extremo de condenar a la miseria a los menores de cada casa.
La semblanza de Lucía Miranda era distinta pero también propia de aquel tiempo.
Venia huyendo de un estigma sombrío. Es que por aquellos años, las muchachas humildes de ciudades puerto estaban predestinadas a una existencia rancia y fatídica.
Su condición de joven mujer de clase baja también la limitaba para ser aceptada en tareas de alta mar. Para conseguir embarcar en la expedición de Gaboto, necesitó rasurar su cabello cobrizo, disfrazarse de hombre de mar y hacerse de una gran dosis de candidez.
A Gonzalo también le costó el abordaje. Logró subir al "San Gabriel" a último momento, mintiéndole al Capitán Rífos conocer el oficio de la cocina de a bordo. Mentira que casi le cuesta ser arrojado por la borda al indisponer a la mitad de la tripulación por mal utilizar las vísceras de pescado.
Lucía fue descubierta como mujer a los pocos días de comenzar la travesía en altamar. Sólo gracias a la actitud piadosa del Capitán Hurtado, que argumentó una ridícula historia de amor peregrino, consiguió mantenerse en el puesto de mando durante todo el viaje, evitando que la horda de hombres desesperados le diera alcance.
Sebastián de Reyna se enamoró de una "salvaje" con quien vivió una vida salvaje hasta el fin de su salvaje existencia.
Desde la destrucción del Fuerte del Espíritu Santo, no tuvo más contacto con europeos. Algunas crónicas insólitas de la época, refieren que con su mujer Guidaí (Luna), tuvieron cuatro hijos.
Quizás sea cierto, quizás hayan sido los primeros cuatro mestizos, los primeros de una estirpe que llega hasta nuestros días. El origen mismo del gen argentino.
¡Incontrastable! Los libros de Historia, que suelen ser belicistas y siempre, siempre tendenciosamente marcados por la política, optaron por dejarlo en el olvido; al fin y al cabo fueron muchos los europeos que terminaron en pareja con mujeres nativas. Biografías intrascendentes.
Lucía Miranda, en cambio, fue recordada, rescatada y utilizada por la Historia para fogonear la furia de los conquistadores contra los nativos. Civilización y barbarie.
Una mujer blanca en poder de los indios, un relato cruzado por la violencia y el ultraje de todo tipo, dejaba bien en claro el límite y la diferencia entre unos y otros.
En La Argentina manuscrita, la crónica de Ruy Díaz de Guzmán de principios del siglo XVII, la cautiva tiene su nombre y apellido.
Pocos años luego los pormenores de su tragedia fueron reelaborados por historiadores jesuitas; Félix de Azara y el deán Gregorio Funes también la incluyeron en sus libros; y Manuel de Lavardén escribió dos obras de teatro basándose en su historia.
Hay quien asegura que el mismo Shakespeare se inspiró en el relato tomado por Ruy Díaz de Guzmán, pero ampliamente conocido en aquel tiempo, para dar forma a su obra "La tempestad", publicada en 1611*.
Realmente existen muchas coincidencias: una tierra invadida, hermanos disputando poder, el amor de una mujer extranjera comprometida con otro hombre, cuyo nombre, al no poder ser Lucía, tuvo que ser Miranda.
Si esto fuese así el nombre femenino de Miranda hoy tan de moda, tendría su origen en la historia del Primer desembarco.
No existe ni existirá nombre más telúrico que Miranda.
*Según Luis Astrana Marín, prólogo a las Obras completas de William Shakespeare; Editorial Aguilar (1960).