La temporada marplatense se debate entre dos cuestiones que deben convivir y, caramba, ése es el problema.
Se esperan, desde el 1 de diciembre al final de Semana Santa (la verdadera temporada es esa) una cifra que se acerque lo más, más, más posible a los 4 millones de turistas. Hoteles, restaurantes y playas piensan en esos plazos. La salvación esta en esos días del almanaque y la caja.
Se estiman contagios récords y los últimos días de diciembre demostraron que, al menos eso, las largas filas para un “testeo” rápido eran lo que se veía: muchas personas afligidas por saber en qué situación sanitaria se encontraban.
Las historias de familias, de grupos, de habitantes quincenales de un departamentito que debían/deberán/tendrían que sostener con un inusual retiro y aislamiento se contaron en todos lados y con sigilo, aflicción, también desparpajo e inconciencia.
Los restaurantes tienen el problema de un contagio en la cocina, los teatros de alguien en boletería, iluminación o camarines y peor, en la habitación de al lado del hotel. No hay tantos cocineros para tanta “pesca del día y verduras grilladas”, tal vez ni para una buena cocción de la “milanga con puré”.
Hay otros números que deben mencionarse. El total de pedidos municipales para un concierto al aire libre, una actividad en local bailable, de espectáculos, de la característica que sea, estimaban que sumarían mas de 260. No todos iguales, claro, pero todos con necesidad de “permiso oficial” para resolver libreta sanitaria, código QR, impuestos, vigilancias, etc.
Algo conocido, los espectáculos no empiezan cuando se levanta el telón. Hay un agregado. El síndrome de abstinencia de “aplausos”, es tan visible, el reconocimiento es tan necesario que no puede -nadie- escaparse a la adicción y negarse a consumirlos. Con los aplausos se incluye el “Borderó”, la recaudación.
Todos estamos flacos de billetera. Poca plata en el bolsillo y vacío de aplausos dan una sumatoria que se resolvía este verano, desde diciembre hasta abril... la frase, copiada, la decían todos. Algunas primeras figuras se enfermaron, otras demoraron la llegada. Entre el brindis de fin de Año y Reyes abren el telón todos los que sueñan que llegará el Aplauso y no entrará la Peste.
La Peste, que quitó la sábana en el mundo, nos dejó desnuditos de afectos, egoísmos al aire, peleas varias y pocas mentiras porque, caramba, quien puede mentir desnudo y aislado, desnudo y solo, desnudo y cansado. Desnudo.
La Peste quitó las sábanas en el mundo (entero) pero en el espectáculo es actuemos hoy, hoy, en un minuto viene el pasado y no llega el porvenir. Todo en una palabra que es un verbo en acción: Aplausos. Aplausos y un verbo en tránsito: aplaudiendo. Verbo en infinitivo: Aplaudir. Pronto, que se viene la peste. Queman incienso, atan pañuelos, invocan vírgenes negras y tostadas y el nombre sagrado: Osvaldo Pugliese, Pugliese, Pugliese. Tres veces.
Aquello atribuido a Hamlet, al muchacho aquel de Dinamarca, el mismísimo dilema hamletiano, se redefine en la costa marplatense (supongo que en otros sitios de veraneo será igual, pero 4 millones de personas son muchos millones y un inmenso vaivén). Ser o no ser, he ahí el testeo. Eso, un testeo cada 72 horas. Paranoia con síndrome de boletería.
Todos los artistas esperando un aplauso. “Teatros” es, afirman, un rubro con mas de 120 permisos pedidos (incluidas las “variedades”) y la Peste aparece como un resfrío pero es otra cosa, no tan conocida, nada dominada, bastante previsible: se contagia. Prohibido estornudar en esta sala.
La pelea de los aplausos y la Peste es, si cabe, la pelea entre el regocijo y el miedo. Tan eterna, diría “my dear Georgie”, tan eterna como el aire y el agua.
La pelea no tiene apostadores, solo esperanzados y funebreros. Vivir lleva a los que viven de una buena temporada a recitar un Piero y José. Ay país, país, país...
En esta pelea hay un solo bando, los que apostamos a los aplausos. Por mi parte, con la vehemencia que quita ecuanimidad (soy de la banda ”Va-cu-na-te-ne-ne”) al mundo antivacuna le haría chas-chás en la cola, como aplausos de sanidad ambiental y buena disposición a lo mejor: vivir. El chas-chás solo simbólico, no vayan a pensar mal...