En diciembre llegará a los cines argentinos “Rifkin's Festival”, la película número 50 del maestro neoyorquino, que comenzó su carrera en 1966 y sigue activo a los 86 años. Es una comedia sobre amores cruzados con el festival de cine de San Sebastián como marco. Con esa excusa, un repaso por una decena de sus películas que contribuyeron a forjar su prestigio.
Whyaduck Productions / Archivo El Litoral Además de ser un lúcido guionista y director, la otra faceta de Woody Allen que está muy presente en sus films es su predilección por el jazz.
A fines de la década de 1980 Woody Allen se encontraba en la cresta de la ola. No solo era un cineasta valorado por público y crítica gracias a obras como “La rosa púrpura de El Cairo” y “Hannah y sus hermanas” sino que había demostrado su perfeccionismo obsesivo: en “Septiembre” (1987), quedó insatisfecho con su primera versión de la película y la rodó de nuevo reemplazando a algunos actores. En marzo de 1988 el periodista de Clarín, Daniel Ulanovsky Sack, lo entrevistó en su oficina, cercana al Central Park neoyorquino.
Durante la charla, además de expresar su admiración por maestros europeos como Ingmar Bergman y Federico Fellini, el director expresó su deseo de lograr una “película para la Historia”. Curiosamente, el hombre que ya había rodado “Manhattan” sentía que aún debía dejar una obra maestra para la posteridad. Si lo ha logrado o no, quedará en el criterio de cada uno, pero lo que es cierto es que lo sigue intentando. Este mes llegará a los cines argentinos “Rifkin 's Festival”, su film número 50, una comedia romántica con toques de “cine dentro de cine” sobre un matrimonio estadounidense que viaja al Festival de cine de San Sebastián y vive una serie de peripecias románticas. Este nuevo hito del cineasta, uno de los veteranos del cine norteamericano que parecen inoxidables, junto a Clint Eastwood, sirve como punto de partida para repasar diez trabajos que llevan su firma y que han contribuido a convertirlo, si no en un genio, si en un artista destacado.
“Blue Jasmine” (2013): La última de las grandes películas de Allen se nutre tanto del universo de relaciones sórdidas creado por el dramaturgo Tennesse Williams “Un tranvía llamado Deseo” como de una actuación soberbia de Cate Blanchett. La anécdota de una mujer de la alta sociedad neoyorquina que se ve obligada a mudarse a San Francisco con su hermana a un pequeño departamento, le sirve a Allen para sondear, desde una mirada que oscila entre la ironía y la indulgencia, los misterios del alma humana. En los años posteriores, solo en la más autobiográfica “Café Society” logró tal profundidad.
Sony Pictures Classics
Foto: Sony Pictures Classics
“Medianoche en París” (2011): Si se toman las películas que Allen hizo desde el año 2000 para acá, esta tal vez sea la más querida. El director sale de la Nueva York que retrató con tanto amor y demuestra su capacidad para captar el espíritu de otras grandes ciudades del mundo. Una combinación entre comedia, romance y viajes en el tiempo le permite expresar, desde una perspectiva evocadora y nostálgica, un homenaje al ambiente bohemio del París de los años 20, marcado por la efervescencia, el optimismo de entreguerras y la proliferación de nuevos movimientos artísticos.
Sony Pictures Classics
Foto: Sony Pictures Classics
“Match Point” (2005): “Aprendes a esconder tu conciencia bajo la alfombra y a seguir. Tienes que hacerlo. O aquello te supera”. Allen arrancó la década del 2000 con “Ladrones de medio pelo” y “La maldición del escorpión de jade”, con un tono más parecido a sus “comedias divertidas del principio”, como él mismo llamó a su producción previa a “Annie Hall”. Pero todo cambió con este drama con fuerte influencia de la literatura de Dostoievski, donde un profesor de tenis es capaz de llegar al crimen con tal de sostener el elevado nivel de vida adquirido tras su relación con una joven rica. Allen se inclina por plantear que el azar es lo que regula la vida por sobre todas las cosas.
BBC Films, DreamWorks SKG
Foto: BBC Films, DreamWorks SKG
“Disparos sobre Broadway” (1994): Mucho antes de “Ratatouille”, Woody Allen escribió un guión divertido y punzante en el cual reafirma la idea de que “un gran artista puede provenir de cualquier lugar”. Es, básicamente, la historia de un autor teatral fracasado que descubre que el guardaespaldas del mafioso que financia su obra posee un enorme talento para la dramaturgia. A partir de esa premisa, Allen examina los procesos creativos y sus inesperadas derivaciones. “Creo que las mujeres cometemos el error de enamorarnos del artista, no nos enamoramos del hombre”, es una de las mejores frases del film.
Miramax
Foto: Miramax
“Crímenes y pecados” (1989): “-¿No crees que Dios lo ve? -Dios es un lujo que no puedo darme”. Pocas veces, a lo largo de su carrera, el director neoyorquino logró equilibrar tan bien comedia y drama como en este film con el cual clausuró la mejor de sus décadas. A través de dos historias paralelas, la de un oftalmólogo que quiere poner fin a su relación extraconyugal y la de un director de documentales que debe rodar una película sobre su cuñado, al que detesta, analiza cómo responden diferentes personas ante dilemas morales. Como señaló el crítico Roger Ebert, “la película genera el mejor tipo de suspense, porque no trata sobre lo que sucederá a la gente, sino sobre las decisiones que tomarán”.
Orion Pictures
Foto: Orion Pictures
“Días de radio” (1987): Junto a “Buenos días Vietnam” y “Solos en la madrugada”, podría decirse que este es uno de los homenajes más bellos que ha dejado el cine hacia el universo de la radiofonía. Allen reúne una serie de anécdotas relacionadas con la historia de ese medio de comunicación y las introduce en la cotidianeidad de una familia judía de clase trabajadora, cuya rutina se acomoda de acuerdo a la programación. Allen no solo reconstruye con puntillosidad la década del ‘40, sino que recubre a cada una de las historias con una capa de su humor tan particular. “La radio no es sólo contar la vida de la gente, sino sobre todo escuchar la vida de los demás”, una frase que sintetiza el espíritu del film.
Orion Pictures
Foto: Orion Pictures
“Hannah y sus hermanas” (1986): Con gran destreza, Allen juega a ser un Ingmar Bergman americano. Se introduce en el laberinto de las relaciones interpersonales de tres hermanas, hijas de un matrimonio de viejos actores. Las historias que se tejen en torno a cada una de ellas contiene oscuridades, infidelidades y egoísmo, pero al mismo tiempo hay luces, amores que nacen y gestos altruistas. El guión le valió un Oscar a Woody Allen, pero la película se beneficia sobre todo de las excelentes interpretaciones de Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey, Dianne Wiest, Max von Sydow y el propio Allen, quien interpreta a un hombre de mediana edad obsesionado con la muerte y la existencia de Dios.
Orion Pictures
Foto: Orion Pictures
“La rosa púrpura de El Cairo” (1985): Con sutileza y creatividad desbordante, Allen propone una oda al cine, a las expresiones artísticas en general y a su poder como vehículos de salvación. En medio de la Gran Depresión, una camarera que apenas sobrevive con su trabajo y que está atrapada en un matrimonio infeliz, se distrae cada noche en el cine, donde va una y otra vez a ver las películas que le permiten imaginar un mundo de glamour. Hasta que un día, su galán favorito sale de la pantalla y le confiesa que está enamorado de ella. “He conocido a un hombre maravilloso. Es ficticio, pero no se puede tener todo”, dice la protagonista en un momento. Al final todo sale mal, pero Cecilia (Mia Farrow) recupera la sonrisa mientras ve en pantalla a Fred Astaire y Ginger Rogers.
Orion Pictures
Foto: Orion Pictures
“Manhattan” (1979): Es, con toda posibilidad, la película que más contribuyó en convertir a Nueva York en la más cinematográfica de las ciudades del mundo. El propio Allen la pensó como un modo de dejar constancia de cómo era la vida en esa urbe hacia finales del siglo XXI. El filme narra las peripecias de Isaac Davis, un neoyorquino que ha pasado los cuarenta y a quien le cuesta mantener una relación madura con las mujeres. Sin embargo, la protagonista verdadera es la ciudad, que Allen filma en blanco y negro convirtiendo cada toma en poesía, desde esa apertura magistral hasta esa otra que se convirtió en ícono, donde Allen y Keaton están sentados en un banco observando el puente de Brooklyn.
United Artists
Foto: United Artists
“Annie Hall” (1977): Este es el film que marcó el punto de quiebre, en el cual Allen abandonó finalmente sus comedias más alocadas de fines de los ‘60 y principios de los ‘70 (“Bananas”, “La última noche de Boris Grushenko” y “El dormilón”) para alcanzar una mayor madurez en forma y contenido, una vuelta de tuerca algo paradójica si se considera que el film aborda la inmadurez emocional. Es también la obra en la cual terminó de moldear a su personaje de cabecera, un neoyorquino neurótico, algo depresivo, obsesionado con el sexo y los misterios del universo y condenado a las relaciones amorosas hiper complejas. Y la que le permitió empezar a pisar más fuerte en la industria, al ganar los premios Oscar a Mejor Película y Mejor Director.