- ¡Dios mío!, ¿Cuándo se terminará esto?
Un proyecto académico pone en primer plano el padecimiento de víctimas de vulneraciones sociales. La cultura como caja de herramientas, la narración individual y colectiva, “merecimiento” del dolor, y la construcción de nuevos “nunca más”.
- ¡Dios mío!, ¿Cuándo se terminará esto?
- ¡Qué tremenda la pobreza!
- ¡Pobre caballito!
La situación tuvo lugar unos meses atrás en la vereda de una céntrica avenida de la ciudad de Buenos Aires por donde pasaba un carro tirado por un caballo, con una pareja de cartoneros y su pequeño hijo. Y Ernesto Meccia, sociólogo, escritor, docente y testigo del diálogo, trajo la escena a esta charla para anticipar algunas líneas del coloquio que con el título “Ante el dolor de los demás”, presentará -el próximo jueves- algunos resultados de la investigación que lidera en la UNL.
“Sufrir. Un estudio comparativo de narrativas sobre vulnerabilidad social en contextos de subjetividades líquidas”, es el nombre del proyecto CAI+D que involucra a estudiantes, egresados y docentes de Sociología -carrera que cumple 15 años y dirige Gabriel Obradovich- pero también de Historia, Trabajo Social, Ciencia Política, Terapia Ocupacional y Educación.
- ¿Por qué investigar el sufrimiento?
- Cuando pensamos en el sufrimiento, habitualmente podemos pensar en enfermedades físicas, en los médicos y hospitales; también podemos pensar en que las personas sufren por tal o cual característica psicológica y pensamos en la psicología. La sociología por lo general no registra mucho la cuestión del sufrimiento, de qué le pasa subjetivamente a la gente que sufre. Entonces, por un lado me interesaba hacer un esfuerzo por reinsertar el sufrimiento dentro de la mirada sociológica pero después hay cuestiones coyunturales que me llevaron a investigar el tema. Si vemos la televisión o los portales de los diarios, aparecen allí víctimas de todo tipo y por causas muy distintas. La sociología puede aportar algo para pensar qué tuvo que ocurrir para que existan víctimas. No quiero decir que antes no existían, sino que las personas que habían sufrido un daño o una damnificación objetiva no se percibían como tales.
- Una de las justificaciones del proyecto es una pregunta central: ¿Qué hizo que en estos años una persona que fue víctima décadas atrás se reconozca como tal? ¿Qué fue lo que cambió?
- Ahí tenemos que animarnos a pensar que la cultura es una caja de herramientas; puede tener muchas herramientas para que te pienses como víctima, pocas o ninguna. Estamos hablando de cómo se construye cognitivamente una víctima y eso no es algo automático. Pero tampoco lo es que las sociedades estemos preparadas para escuchar el horror, el sufrimiento. Y no todos los sufrimientos nos importan, algunos no solo nos son indiferentes sino que le quitamos el carácter de sufrimiento. La compasión socialmente considerada es discrecional.
Tengo 51 años, provengo de un medio semirural (General Las Heras, provincia de Buenos Aires) pero en mi casa estaba la televisión y cuando tenía 15 años se mostraban dos clases de víctimas: las del Holocausto y los chicos desnutridos de África. Si comparo aquello con la cantidad de víctimas que veo hoy, efectivamente se ha diversificado, de alguna manera la sociedad logró ver más. En el medio tuvieron que construirse dispositivos de escucha que son muy complejos porque pueden recepcionar el sufrimiento y hacerle justicia, o pueden transformarlo y llevar agua para su propio molino. (N. de la R. Incluye aquí ‘algunos evangelismos‘, el mundo de la autoayuda, ciertas terapias).
Sufrir es una condición esencial como seres humanos y decirle a otro que sufro también tendría que ser lo más natural, pero no siempre se logra.
Un profesor norteamericano llamado Norman Denzin dice que hay tres clases de historia. Por una parte, una historia vivida: a nosotros realmente nos pasó algo pero inmediatamente tenemos como un guión para interpretar eso que nos pasó y que lo hace ver como natural o como algo que merecimos, que por algo nos habrá pasado. Entonces, eso que en principio sufrí es ‘ninguneado‘ como sufrimiento. Esas historias imaginadas muchas veces no llegan a ser historias narradas, no llegan a la luz de un lenguaje propio.
Si pensamos en lo que hoy conocemos como violencia de género, tenemos un ejemplo dramático y extendido: historias reales de humillación y opresión que sin embargo no eran contadas en tanto que tales porque esa caja de herramientas de la cultura tenía “martillos” para hundir el sufrimiento y hacerlo pasar por otra cosa. La caja de la cultura incluyó luego los resultados que de a poco se instalaron en las instituciones, en la sociedad, en las leyes a partir de la lucha de los distintos feminismos.
Individual y colectivo
El título del coloquio, “Ante el dolor de los demás”, se lo debe a Susan Sontag, “una ensayista increíble que publicó libros como ‘La enfermedad y sus metáforas’” y la obra que da título a la presentación. “Sontag decía que nunca podemos descontar un nosotros cuando el tema de conversación es nuestra mirada ante el dolor de los demás”.
La imagen de El Guernica, de Picasso, también estará presente en la exposición, no tanto por lo que representa sino “porque me acordé de las veces en que vi la obra, que está expuesta en el Museo Reina Sofía de Madrid, donde hay una soga que la separa de visitantes. Ahí estaba ante el dolor de los demás y pensaba qué le puede llegar a la gente del sufrimiento de los otros”.
- Al hablar de un nosotros y de una narración colectiva del dolor, ¿se puede construir una comunidad de sufrientes?
- Veena Das, una estudiosa de estos temas, dice que el dolor y el sufrimiento tienen una característica dual: por una parte, el dolor es estrictamente individual pero siempre trata de exteriorizarse. Ya vimos que este proceso no tiene nada de automático. Pero cuando empiezo a exteriorizarlo tengo que ponerlo en común, tengo que elaborar un discurso que haga ver y valer lo que me pasó. Si logro hacer eso, trasciendo mi pura individualidad y construyo un pequeño nosotros. Pero hay espacios más grandes como Madres del dolor, Abuelas de Plaza de Mayo, Luchemos por la vida, historias que logran crear comunidades de dolor y al hacerlo van creando lazos que se incorporan a la sociedad como sistemas de alerta para que nunca más vuelvan a suceder esas cosas.
Vivimos permanentemente construyendo “nunca más” y no sabemos cuántos tendremos que construir.
- Planteás un concepto de cultura amplio, como una caja de herramientas que permite que una mujer que fue abusada 30 años atrás, recién ahora lo pueda contar.
- La cultura es eso, la imagino como una caja de herramientas que tiene más o menos lentes. Porque en el tema de reconocer quién es víctima o no, se disputa el sentido social. Hablamos de víctimas y sufrimiento, y hacemos jerarquizaciones cuando en realidad todo sufrimiento necesitaría una atención. Me gusta decir que las cosas llegan a ser la suma de nuestros puntos de vista: la inundación es la suma de las disputas que hemos sabido dar. Este proyecto tiene mucho que ver con eso: no tiene nada de inocente contar algo, en la forma de hacerlo podés ver qué toma la gente de la cultura.
- ¿Qué se propusieron hacer con esta investigación?
- Queremos hacer ver historias de sufrimiento y que las cuenten las propias personas que lo padecieron. No hicimos reportajes a expertos: quisimos ver qué inscripciones traía el propio testimonio de los actores. Observamos que la gente tiene mucha capacidad para señalar los orígenes sociales del infortunio, pero se cargan la propia responsabilidad para salir adelante. Esto pasa tanto con mujeres que han sido golpeadas, como con trans o personas que tienen trastornos psíquicos. Este dato nos estaría permitiendo hacer esa vinculación con la cultura contemporánea.
Ciudad sufriente
- ¿Santa Fe es una ciudad sufriente?
- Creo que si. Tiene el mayor grado de violencia interpersonal a nivel nacional, de conflictos seguidos por violencia y violencia que deriva en muerte, tiene barriadas donde sabemos que los chicos se agreden entre ellos. Está el recuerdo traumático de la inundación (de 2003).
Con el equipo fuimos al Hospital Mira y López, hablamos con familiares y víctimas de accidentes de tránsito, con víctimas de femicidios, acompañamos las esperas de quienes demandan una cirugía de reasignación sexual y encartamos historias descarnadas.
El trabajo sigue, por ahora respondimos un objetivo y restan dos más por completar. Aunque mi aspiración se cumplió porque vinieron muchos chicos y chicas y también colegas de otras disciplinas a entrenarse en la investigación sociológica.
Perfil
Ernesto Meccia es Dr. en Ciencias Sociales, magíster en Investigación en Ciencias Sociales y sociólogo (UBA). Es profesor regular de grado y posgrado en la UNL y la UBA. Fue secretario académico de la carrera de Sociología de la UBA, y actualmente es miembro del Departamento de Sociología de la FHUC (UNL) e investigador del IHUCSO (UNL-CONICET).
Es autor de “La cuestión gay. Un enfoque sociológico”, “Los últimos homosexuales. Sociología de la homosexualidad y la gaycidad” y “El tiempo no para. Los últimos homosexuales cuentan la historia”, director del volumen “Biografías y sociedad. Métodos y perspectivas”, y autor de numerosas publicaciones académicas de Argentina y el exterior.
Con Pecheny
El cierre del coloquio previsto para el próximo jueves estará a cargo del propio Ernesto Meccia y del director del Conicet Mario Pecheny, quien expondrá sobre “El derecho al no dolor”.